Está la literatura que no puede narrar sin plantearse cómo narrar, y está la literatura que simplemente va y narra. Para la primera, no hay narración sin conciencia de la narración; el propio narrador, por lo tanto, el punto de vista, los planos temporales, la velocidad y los enlaces merecen decisiones meditadas y admiten grados a veces muy altos de complejidad. Para la segunda, en cambio, basta con acercar las palabras a los hechos o a las experiencias, para que brote espontáneamente el relato; aquí contar es fácil: cuanto más fácil, mejor.
Pero la narración no corresponde solamente a la literatura. En eso tiene razón Eduardo Duhalde cuando dice que “en la Argentina todo es relato”. No tiene razón cuando pretende que esa condición es un rasgo peculiar de lo argentino, y en todo caso lo que resulta muy argentino es esa suposición de que somos especiales. Pero tiene razón cuando dice que todo es relato, o al menos que todo lo precisa. La historia pasada no cobra existencia para nosotros sino como relato, no podemos comunicar nuestras vivencias sino como relato, no accedemos al espectáculo de los deportes sin la mediación de los relatos; es difícil informar sin contar, es difícil hacer dormir sin contar, es difícil dar miedo sin contar.
Entonces sí: todo es relato, o todo lo precisa. Pero me temo que el doctor Duhalde lo mencionó como objeción. Pensó en el relato como cuento, en el sentido de “hacer el cuento”; superpuso relatos con ficciones, probablemente, y a continuación, ficciones con mentiras. Deudor de su formación ideológica y política, Duhalde piensa que hay una única verdad, y que esa única verdad es la propia realidad; y además tiene en menos a las palabras, y piensa que mejor que decir es hacer.
Pero la propia realidad no suministra por sí sola las verdades, porque no suministra por sí sola los sentidos. Es preciso darle sentido, para entonces postular una verdad. Y la narración no es otra cosa que una manera de dar sentido. Al recortar los hechos, al someterlos a un punto de vista, al establecer un modo determinado de conectarlos entre sí, al concederles un final; en resumen: al contar, se fundan sentidos, se ensayan verdades.
Hace años, David Viñas fue candidato a intendente de la Ciudad de Buenos Aires por la Izquierda Unida. Una de sus propuestas de gobierno consistía en invertir el código de los semáforos, de tal forma que el rojo ya no significara más detenerse, sino al contrario: avanzar. La idea no prosperó, porque los ciudadanos porteños, de quienes se pensaba por entonces que tiraban hacia la izquierda, optaron por otro candidato. No es seguro que aquella modificación pudiese mejorar las conciencias. El treinta por ciento de los colectiveros y el ciento por ciento de los delivery con motitos siguen adelante al ver el semáforo en rojo, y no sienten nada por el socialismo. Pero el escritor desde su candidatura dejó una lección para la política: la necesidad de pensar las cosas no sólo por lo que son, sino también por lo que significan.