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econOMISTA DE LA SEMANA

La Argentina tiene su propia Messidependencia

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A pocos meses del inicio del Mundial de Fútbol, queda claro que la ilusión de lograr nuestra tercera Copa del Mundo se sostiene en la magia de un jugador. El seleccionado argentino aún no ha encontrado un funcionamiento que potencie la presencia de Messi, y pensar en ganar sin el talento del capitán en cancha (por lesión o suspensión), luce ciencia ficción.
El esquema económico de argentina también sufre una elevada “dependencia” a una sola variable: el ingreso neto de capitales. Tal influjo es clave para cubrir el bache fiscal y aporta las divisas necesarias para cerrar el déficit externo.
La performance económica de 2017 fue positiva (la actividad se recuperó, bajó la inflación, el BCRA acumuló reservas internacionales y se redujeron la pobreza y la desocupación), pero los déficits gemelos empeoraron. A pesar del menor rojo primario, el déficit financiero (incluye el pago de intereses) del sector público nacional alcanzó 6% del PBI (+0,2 p.p. por encima de 2016) y el rojo de cuenta corriente rozó 5% del PBI, casi duplicándose respecto de 2016.
El año pasado los crecientes déficits gemelos se cubrieron principalmente por colocaciones en moneda extranjera del sector público (nación y provincias), pero también por el ingreso de capitales privados (mucha inversión de cartera y poca inversión extranjera directa) que aprovecharon el esquema de altas tasas de interés en pesos implementado por el BCRA para reducir la inflación.
Alarmado por la acumulación de desequilibrios (especialmente en el sector externo), el Ejecutivo buscó enderezar el rumbo a fines del año pasado. El equipo económico elevó la meta de inflación a 15% para 2018, redujo la tasa de interés en pesos (desalentando el carry trade) y anunció un menor financiamiento de la brecha fiscal con deuda en moneda extranjera. El menor influjo de capitales se tradujo en una rápida depreciación del tipo de cambio real que ayuda a contener el déficit externo.
Asimismo, también avanzó en medidas impopulares (como la reforma del mecanismo de movilidad jubilatoria y los fuertes aumentos en las tarifas de servicios públicos) para lograr la primera reducción del déficit financiero de la administración Macri.
El Gobierno decidió avanzar con el service al esquema económico durante la temporada estival, para alejar el impacto negativo de las medidas lo máximo posible de las elecciones presidenciales de 2019. Sin embargo, cuando el modelo entró a boxes se desencadenó (comienzos de febrero 2018) una nueva turbulencia en los mercados financieros que comprometieron la variable clave del esquema económico: el ingreso de capitales externos.
El golpe fue doble: no solo subió el costo del financiamiento argentino por el alza de la tasa de referencia internacional (Reserva Federal), sino que además trepó el riesgo país (spread que paga una nación sobre la tasa mundial de referencia). Ante la creciente aversión al riesgo, el mercado de capitales castigó en mayor medida la deuda argentina en comparación con el resto de los países emergentes, lo que demuestra que en épocas de incertidumbre los inversores vuelven a prestar atención a los fundamentals de las economías donde invierten. Como en el partido contra España sin Messi, los desequilibrios de nuestra economía quedaron expuestos un contexto desafiante.
El aumento del costo del financiamiento pospuso la colocación de deuda del resto del sector público y las empresas. Asimismo, el fuerte deslizamiento cambiario junto con la reducción de la tasa de interés de referencia del BCRA ahuyentó el ingreso de capitales para hacer carry trade, lo que se tradujo en un menor ingreso neto de divisas financieras que exacerbó las presiones cambiarias existentes.
Ante este panorama, el BCRA tuvo que frenar la baja de tasas (en pausa desde febrero de 2018) y salir a vender reservas para estabilizar el tipo de cambio (marzo 2018), rompiendo el manual de libre flotación pregonado. De hecho, la autoridad monetaria explicitó que interviene en el mercado cambiario para evitar que una mayor depreciación del peso sume presión alcista a los precios, en un contexto de aceleración de la inflación producto del acomodamiento de tarifas y del tipo de cambio.
Sin embargo, en el último comunicado de política monetaria, el Banco Central salió directamente a incentivar el ingreso de capitales externos a través de una definición contundente sobre la evolución del dólar: “Finalmente, el nivel relativamente elevado del tipo de cambio real y la propia acción del BCRA llevan a no prever, en los próximos meses, depreciaciones significativas del peso”.
Es que sin un significativo ingreso neto de capitales, nuestra economía no funciona. En primer lugar, producto del elevado déficit externo (en torno a 5% del PBI) un abultado  influjo de divisas financieras es clave para estabilizar el mercado cambiario. Asimismo, por el escaso tamaño de nuestro sistema financiero resulta virtualmente imposible cubrir el bache fiscal colocando solo deuda en pesos.
El Gobierno podría dejar correr el tipo de cambio para reducir el déficit externo, pero eso implica en el corto plazo más inflación, menos actividad y mayores dificultades a la hora del repago de la deuda pública en moneda extranjera. Este camino implicaría volver a padecer “la maldición de los años pares” y hacer más pesada la carga de la deuda.
Por ende, la única forma de lograr un segundo año consecutivo de expansión de la actividad y reducción de la inflación es con un abultado ingreso de capitales. La misma lógica operará en 2019: el oficialismo requiere un masivo influjo de divisas financieras para llegar a las elecciones presidenciales con una buena performance económica.
Según la visión oficial, el ratio deuda/ producto se estabilizaría hacia 2021 si se cumplen las metas fiscales y no sube el costo del financiamiento externo. El problema es que ese financiamiento depende mayormente de factores exógenos. Pese a que la Reserva Federal irá subiendo lentamente su tasa, la hipótesis oficial es que el financiamiento argentino no subirá gracias a una reducción del riesgo país. Sin embargo, en el primer trimestre de 2018 sucedió lo contrario: el spread soberano amplificó el impacto del alza de la tasa de interés de referencia mundial.
Conclusión, como en el Mundial de Rusia, todas las fichas están puestas en una sola variable. Ojalá que ocurra el milagro, pero nunca es bueno apostar todo a un pleno.n