Chapter Three (Capítulo tres) es el título elegido por el empresario Eduardo Elsztain para publicar un ensayo de diez páginas sobre las consecuencias económicas que dejará la crisis del coronavirus. Capítulo tres porque el capítulo uno de la crisis se concentra en la tarea de salvar del coronavirus la mayor cantidad de vidas y allí tienen que tomar las decisiones los epidemiólogos y los especialistas en salud pública. El capítulo dos es el que están realizando los bancos centrales de todo el mundo inyectando todo el dinero que sea necesario para salvar a las empresas y los individuos de quebrar económicamente por el parate de la producción y el consumo que generan las cuarentenas y el distanciamiento social. Y el capítulo tres será lo que sucederá después del diluvio, cuando la marea baje. El título completo del ensayo es Chapter Three of the Most Challenging Crisis in our Lifetimes, a Personal View (Capítulo tres de la crisis más desafiante de nuestra vida, una visión personal).
La emisión de deuda y dinero de Argentina haría a nuestro país laboratorio económico del poscoronavirus
Se trata de la visión personal con la que también a lo largo de décadas Eduardo Elsztain construyó su fortuna, una de las más grandes de Argentina: es dueño de la mayor cantidad de metros cuadros en terrenos, shoppings y edificios de la ciudad de Buenos Aires, equivalentes a la superficie de tres barrios enteros. Al no tratarse de una medicina que propone a los demás sino que él mismo se aplicó, en su ensayo cuenta su historia personal y la lección que aprendió de su abuelo cuando este conversaba con un constructor que le preguntó: “Isaac, ¿cómo podés vos saber fácticamente si has tenido un buen o mal año? Con una inflación tan alta, con tasas de interés por las nubes, y sin mencionar que el peso se sigue devaluando mucho”. Y su abuelo respondió: “Es muy simple. Si cuando el año termina tengo más vacas y más metros de apartamentos, eso significa que ha sido un buen año”. Es lo que llevó a Elsztain a concentrar todas sus inversiones en aquellos bienes que tienen verdadero valor, como propiedades y producción agropecuaria.
Su ensayo Chapter Three, que se viralizó entre los especialistas en finanzas no solo locales, sostiene que la Argentina es un laboratorio que el mundo debería mirar en esta crisis del coronavirus porque el Banco Central de nuestro país fue el que más sostenidamente imprimió billetes y se endeudó a lo largo de toda su historia, generando que los argentinos aprendieran que no había que ahorrar en dinero sino en propiedades o activos agropecuarios, y que los únicos billetes válidos para atesorar eran los dólares, porque el Banco Central de Argentina no puede imprimir dólares.
Dado que “el mundo se está argentinizando”, frase de Enrico Letta, ex primer ministro de Italia y decano de la prestigiosa Escuela de Asuntos Internacionales de París, ahora que se viene imprimiendo dólares al ritmo en que Argentina imprimió pesos a lo largo de muchas décadas, habría que ahorrar en oro porque –con la misma lógica– la Reserva Federal de Estados Unidos no puede imprimir oro.
Bank of America publicó un informe titulado “La Fed no puede imprimir oro”, proyectando que la onza de oro, que este año cotiza en torno a 1.700 dólares, subirá a más de 2.000 dólares el próximo año y podría llegar a más de 3.000 dólares en el futuro.
Ya antes, y en la crisis de las hipotecas de 2008 y 2009, Elsztain recomendaba invertir en oro porque el aumento de la emisión de dinero y de deuda de los países desarrollados que ya se estaba produciendo disminuiría el valor de compra del dinero de cualquier país sobre activos verdaderos. Consecuente con sus ideas, a principios de la década de 2000 Elsztain compró la empresa australiana Austral Gold, cuyo principal activo era una mina de oro en Chile que por entonces tenía un costo de producción por onza mayor que el de comprar directamente oro terminado en el mercado, y cuyo antiguo dueño la vendió por un valor no muy significativo.
Por entonces, la onza de oro costaba poco más de 400 dólares, pero durante la crisis de 2008 el precio de la onza superó los 800 dólares, y poco después superó los 1.000.
Elsztain cuenta que le inyectó a Austral Gold nuevo capital y “un equipo estelar de geólogos y profesionales para administrar esta mina, que finalmente se expandió a otras regiones, incluido EE.UU., logrando que desde 2013 produzca un promedio de 60.000 onzas de oro a un costo de 900 a 1.000 dólares la onza” contando con reservas combinadas cercanas a un millón de onzas.
La tesis de Elsztain en Chapter Three está ampliamente sostenida de estadísticas: cómo crece el desempleo; cómo es directamente proporcional el crecimiento del desempleo al aumento de las deudas impagas en los bancos; cómo después de cada guerra aumenta la inflación –pasó con la Primera y la Segunda Guerra Mundial, después de la Guerra de Corea y después de la Guerra de Vietnam–; cómo durante cada una de esas guerras había aumentado la emisión de dinero o deuda, causa posterior de la inflación una vez que las guerras terminaban; cómo el aumento de emisión de deuda de bonos del Tesoro norteamericano durante la crisis de las hipotecas no produjo inflación posterior porque en 2009 y 2010 China compraba esos bonos, y ahora ya no es más comprador; y finalmente, cómo la relación entre aumento de la liquidez mundial y aumento del precio del oro es directamente proporcional.
Se podría decir que la experiencia inflacionaria de la Argentina hizo a Elsztain desconfiar de cualquier papel moneda, el peso e incluso el dólar, y siguiendo los consejos de su abuelo terminó comprando la única verdadera fábrica de dinero que existe: la que fabrica oro. Pero la historia de Elsztain, quien hoy es el mayor inversor extranjero de Israel, es una metáfora de lo que sucede con el dinero en el mundo, exacerbada en los momentos de guerras y grandes crisis, como la actual.
Llevando a gran escala la técnica de la clase media de ahorrar en ladrillos, Elsztain es el mayor inversor de Israel
Elsztain coloca en su ensayo la regla 1.1 del juego Monopoly, que dice: “Algunos jugadores piensan que si el banco se queda sin dinero quebrará. Los bancos nunca van a la quiebra. Para continuar jugando, utilizan las transacciones bancarias de cada jugador y también pueden emitir dinero ‘nuevo’ en trozos de papel ordinario.”
Gracias a Dios, el mundo es más complejo que Monopoly, aunque haya algo de verdad en él.