COLUMNISTAS

La arquitectura del poder

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La inauguración del Centro Cultural Néstor Kirchner fue el acto inicial del festejo de los 12 años de ejercicio ininterrumpido del poder de esta última versión del peronismo. Lapso histórico nada desdeñable, puesto que supera los capítulos anteriores del movimiento que continúa: el general Perón no alcanzó a diez como presidente y araña los doce si se suma la dictadura de 1943/46 de la cual fue funcionario de diversos niveles (secretario de Trabajo y Previsión, vice-presidente); Menem superó por unos meses la década como presidente, gracias a la reforma constitucional de 1994, que también permitió la continuidad del matrimonio Kirchner en el ejercicio de la presidencia.

La utilización de una gran obra de remodelación arquitectónica que lleva el nombre del presidente que inauguró este último período, es una nueva manifestación de la cultura política y del concepto de cultura del peronismo o, al menos, de su fracción mayoritaria, en sus diferentes etapas históricas.

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De su cultura política, porque tiene la astucia como primer arma de ejercicio del poder. No hay mejor acto para eludir críticas que esta construcción, puesto que resulta a primera vista antipático oponerse a una obra con fines culturales, de acceso gratuito y que rescata un edificio perteneciente al patrimonio histórico del país.

De su concepto de cultura, porque vuelve con la ferocidad de los 40 al culto de la personalidad, a la aceptación unívoca de la valoración de una figura histórica y de los mitos de una fracción política.

Acepto los desafíos que señalo y ejerzo el derecho al pensamiento crítico, pues creo que la inauguración de un centro cultural de esas características y costo en la Ciudad de Buenos Aires era innecesaria, irrelevante y reaccionaria.

La ciudad de Buenos Aires tiene el más alto presupuesto público en cultura de la Nación Argentina, en su territorio se concentran la mayor cantidad de edificios e instituciones dedicadas a su promoción y en ella también se encuentran las mayores inversiones privadas en esta materia.

El nuevo centro nada nuevo agregará, más allá de la imponencia de la construcción originaria y de las que posiblemente tengan las remodelaciones una vez que se terminen definitivamente, al panorama cultural de la Ciudad. Muy por el contrario, ¿cómo se articulará con las ya existentes, cuál será su valor diferencial? La gratuidad no es nueva ya que múltiples museos, centros de exhibición y espectáculos artísticos se ofrecen de este modo, siguiendo una tradición de accesibilidad educativa y cultural que nació desde los orígenes de nuestra historia.

Nadie se preguntó por qué no se termina la obra de remodelación del Teatro Nacional Cervantes, único teatro nacional con sede también en Buenos Aires, cuyo rescate de fachada y obras de modernización lleva décadas.

Hubiera sido mucho más beneficioso que en vez de seguir la tradición centralista y unitaria de concentrar en Buenos Aires las grandes obras culturales, se hubiera expandido al interior del país la construcción de una gran obra de atracción cultural, allí donde no hay cines, ni teatros ni museos. Las provincias pobres y fieles electoralmente al partido gobernante hubieran sido mejores receptoras de una obra de esta magnitud, que las hubiera ayudado a enriquecer no sólo su vida cultural sino la de su región, mediante toda la riqueza material que una institución cultural promueve.

Uno de los grandes temas de la ciudad de Buenos Aires es la excesiva oferta cultural y la ausencia de trabajo en red entre ellas para que resulte más positiva y promueva el derecho de acceso a la cultura. Un nuevo centro no suma, sino que resta a ese problema que se enfrenta.

Volver a la personalización del poder es atrasar en el reloj de la historia. Discrimina, banaliza la interpretación histórica, vuelve a la antinomia amigo-enemigo que con tanto esmero cultivó en estos años el oficialismo. La democracia del siglo XXI se destaca por su promoción de la diversidad cultural, por permitir la posibilidad a todos los que habitan el mismo territorio de expresar sus propias convicciones, de un Estado que promueva esta diversidad y no imponga un modelo único de interpretación histórica y postura ideológica.

Indudablemente, el Centro Cultural Néstor Kirchner expresa arquitectónicamente la desmesura con que se ejerce el poder en este período histórico de Argentina.

 

*Profesor de Derecho Constitucional y Derechos Culturales. Reside en Montevideo.