“La pobreza no llega por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos.”
Platón (427 AC-347 AC)
“Quédense tranquilos chicos, que acá en enero nunca pasa nada”, les dije el primer día, con mi mejor sonrisa. Los pasantes que habían llegado a la redacción para reemplazar a los que se habían ido de vacaciones me miraron con desconfianza. Lo bien que hacían. Esto es Argentina, muchachos. En estas playas ni el músculo duerme, ni la ambición descansa. Y de pronto, pasa de todo.
Pampita se agarra de las mechas con Isabel Macedo; los canales trotan en directo detrás del cortejo del pobre Sandro; la voz de plástico de Ricardo Fort, ay, nos regala un innecesario tributo al ídolo muerto y, superando a todos, irrumpe con estrépito la Gran Estrella del Verano: Martín Redrado, fiel custodio de nuestros oros nativos, héroe de la modernidad monetarista bien lookeada, parapetado en su imaginaria trinchera deluxe. La envidia de otros galanes del sector, como el ministro “Aimé”, el ex bombón keynesiano Martín Lousteau de Ortega y el quiet man, Alfonso Prat Gay. ¡Valientes!
—¿Alguna novedad con los últimos cables? Lo de Bieler ya está... Ah, ojo que Lucho Figueroa puede ir a Central. –abrí, como para romper el hielo en la reunión de sumario.
—Lo de Blejer estaba cocinado pero, ¿quién es este Figueroa que puede ir al Central? ¿Otro golden boy? –preguntó el que venía de Economía. Oh, no. Alguien dijo no sé que sobre Oscar de la Hoya y la chica de Espectáculos pensó que hablaban del show de Polino. Mmm... La cosa venía cruzada.
—Bieler, no Blejer. ¡El caso Redrado va en otra parte! –mordí cada palabra.
—Para mí sigue como titular. Ni loco lo van a dejar ir. ¡Si por derecha no tienen a nadie mejor! –gritó uno de Policiales, todavía con los auriculares de su iPod colocados.
—¡¿Martín Redrado?!
—No. Barrado, Diego Armando. Para mí que se queda en River, seguro.
—Pero yo hablo del que echaron del Central por decreto, igual que a Pedro Pou...
—¿Lo echaron? Qué raro: ¡si Aldo Pedro Pou es una gloria de Central!
—Ese es Poy, animal. A Redrado le iniciaron una causa penal, lo echaron y para sorpresa de todos, volvió al banco...
—¡Lo echaron y encima perdió la titularidad! Qué bárbaro. El penal seguro que no fue. ¡Estos jueces están todos comprados!
—Uf. Mejor cambiemos de tema. ¿Hay más ofertas por el negro Mercado?
—Mirá, el dólar y la Bolsa siguen tranquilos: no hubo pánico. Pero sobre el mercado negro no tengo datos confiables –contestó automáticamente el de Economía. Me estaban volviendo loco.
—No mezclemos más las cosas. Por favor, cortémosla con el dichoso Fondo del Bicentenario y sus 6.569 palitos...
—¿Cuánto? ¡Nooo, el doble! Las contaron en su biografía, una por una, y son exactamente 12.775. ¿Pueden creer? –dijo la chica de Espectáculos, algo distraída, ojeando la última Vanity Fair.
—¡Esas son las amantes de Warren Beatty, nena! ¡Los 6.569 son los millones que quieren sacar de las reservas para el fondo! –me indigné.
—Para mí está bárbaro buscar defensores en la reserva para reforzar el patrimonio del club. ¡Mirá a Vélez con Otamendi... –dijo el del iPod.
—Ojo, que hace unos años Florentino Pérez gastó una fortuna con los galácticos en el centenario del Madrid y se tuvo que ir. Hay que gastar con inteligencia, como Vélez –completó otro de Deportes. Hacía mucho calor, pese al aire acondicionado. Empecé a perder el humor.
—Concentrémonos, por favor –rogué mirando las lámparas lechosas del techo–. ¿Qué tal tocar el caso Argentinos? Le hicieron lugar a un tipo que volvió del retiro para tomarse una revancha personal con...
—¡Duhalde! –gritó la niña de Espectáculos, cerrando Vanity Fair.
Silencio espeso. Alguno recordó el viejo chiste: ¿cómo viaja el cabezón a Mar del Plata? ¿Con el duhaldemóvil? No: da una vuelta carnero. ¡Cuac!
—Duhalde no: Calderón. José Luis, el ex Estudiantes, no Felipe el presidente de México –aclaré antes que se metiera el de Internacionales–. ¿Y River? ¿Trajo a alguien, además del “Rojitas” paraguayo?
—¡Volvió Ludueña! –se anticipó el de Información General. Bien, bien...
—Ah, ¿“el Hachita”? –pregunté con inocencia. Para qué...
—No exactamente. Este es Gonzalo, el hermano menor del “Hachita” Daniel, también hijo del viejo “Hacha”. ¿Cómo lo llamamos, jefe? ¿“Hachitita”?
—La palabra “hachitita” no existe, pelotudo –murmuró entre dientes el que cubre River. Fue la oportunidad del muchacho que vino del suple de Cultura, dispuesto a zanjar el inconveniente, digamos, semántico.
—¿Qué les parece “Hacha Pequeña”? Es por El hacha pequeña de los indios, el cuento de Castillo. ¿Lo leyeron? –Silencio piadoso, alguna, cof, cof, tosecita nerviosa. De Abelardo Castillo poco y nada, parece.
—¿Jairo Castillo? Volvió a Godoy Cruz. ¡Qué jugador! Un dotado –agregó el del iPod con una ironía que no todos comprendieron.
—OK, decile “Ludueñita” y listo –laudé y, vencido, levanté la reunión.
Estaba claro que el escuálido fútbol, en esta maldita primera semana de enero, no me iba a dar ningún título decente. ¡Gracias, Martincito querido!
Lo bueno de este bendito país, compatriotas, es que nunca te deja a pie.