La mayor batalla que el gobierno de Macri está llevando adelante en éstos días es inmaterial e intangible. No se trata del problema de las tarifas, ni sobre cómo domar la irredenta inflación, ni sobre combatir la reverdecida industria del secuestro. Tiene que ver con un obra ciclópea, una verdadera revolución cultural, al decir del Gran Timonel. Es una tarea que tiene como principal objetivo reorganizar el sentido común de los argentinos.
Una construcción fluida. El sentido común no es materia fija. Por el contrario es un conjunto de ideas fluidas y multiformes. Es un verdadero GPS del cerebro de carácter social. El sentido común orienta la acción de cada día de los sujetos, pero también organiza los sistemas de clasificaciones intuitivas que diferencian lo bueno y lo malo, lo que está bien y lo que está mal. El sentido común responde a una multitud de incentivos, muchos de ellos vinculados a experiencias y memorias y otros que responden a las situaciones del presente.
El kirchnerismo organizó en estos años buena parte del sentido común de la vida cotidiana. Desde decir “todos y todas”, hasta aceptar la intervención del Estado en esferas de la sociedad civil y en particular la economía. Aun hoy cuando se pregunta en una encuesta sobre qué se debe hacer frente al alza de precios, la respuesta es “que el gobierno los controle”.
Para garantizar su éxito, el proyecto del Frente Cambiemos debe reorganizar los sistemas con que los sujetos evalúan el contexto, porque en base a esas estructuras cognitivas se evaluarán la políticas actuales del gobierno, y fundamentalmente las que vendrán, pero también debe evitar que Macri descienda en la consideración social con la mirada puesta en las cruciales elecciones de 2017.
Nueva lógica ¿Qué unen a Francisco Maccari, a Enzo, a Nicolás –el de rulos-, a Daniela – que es buena con los números-, a la pareja que espera trillizos, a Walter –que abrió la pizzería-, al Dani, al ferretero, al que pone los avisos clasificados, y en definitiva a Marcos –que leyó el aviso clasificado-? Los une una mano sutil, invisible y transterritorial que es el mercado.
La lógica del mercado es el nuevo organizador del sentido común que propone el gobierno a través de los múltiples mensajes, discursos, y publicidades que genera. Aquí es el mercado –y no el Estado- el generador y distribuidor de bienes, servicios, y facilitador del crecimiento individual, que sumados generará en definitiva la riqueza de la Nación.
La nueva “propuesta” de reintroducir la lógica del mercado en la vida cotidiana se puede encontrar en la mayor parte de los discursos del elenco gubernamental. En algunos por profundo convencimiento, como el ministro de Energía Aranguren, -y de allí el tenor de sus declaraciones-, y en otros por las líneas sugeridas desde las usinas de generación de comunicación política gubernamental.
Esta idea se contrapone claramente al discurso generado durante el kirchnerismo. Allí la inclusión social, la matriz diversificada, y las oportunidades para los argentinos iban a ser generadas principalmente desde el Estado. El Estado era el gran reparador de las injusticias sociales. Se respaldaba en la idea de que el mercado era, a grandes rasgos, un conjunto de rapaces corporaciones depredadoras sin conciencia social.
En este sentido, las declaraciones de González Fraga –más allá de la crudeza de los términos utilizados- dan en el blanco de la nueva concepción enfrentada con la anterior. Desde esta perspectiva el gobierno kirchnerista habría creado una ilusión, permitiendo el consumo de personas que jamás lo hubieran podido realizar bajo el imperio de las reglas del mercado.
Lo que en los países con democracias avanzadas se resuelve con la existencia de un partido de centro izquierda y otro de centro derecha, que debaten los matices de la regulación de los mercados, en la Argentina se transforma en una batalla medieval de contenidos épicos donde ambos ejércitos procuran la destrucción del otro.
El peso de la historia. Pero el kirchnerismo no nació de un huevo, por el contrario surgió de uno de los mayores fracasos del mercado en la historia económica mundial, que arrancó en 1989 en la confiscación de los depósitos a plazo fijo (Plan Bonex) y devino en el Plan de Convertibilidad. Este plan necesitó más de cien mil millones de dólares para su sostén (además de las privatizaciones de todas las empresas públicas), y que finalizó con la caída del gobierno de de la Rúa en aquellos caóticos días de fines de 2001. Huelga decir que el proceso dejó a gran parte de la población por debajo de la línea de pobreza.
Por eso la narrativa “nacional y popular” o “populista” –según quién la denomine- es poderosa y va a tender a perdurar en el cuerpo social argentino. La estrategia central hoy para enfrentarlo es demostrar que todo el proceso kirchnerista fue una excusa para el enriquecimiento de unos pocos. Parece poco, porque se debe demostrar al menos que a través del nuevo proyecto millones de personas podrán abandonar la pobreza.
Pero el proceso no es lineal ni mucho menos. Extrañamente, el proyecto por el cual el gobierno decidió que se pagará a los jubilados que hicieron juicio al Estado por la actualización de sus haberes se denomina “Programa de Reparación Histórica para Jubilados y Pensionados”. Es verdad que Macri presentó el proyecto con su estética propia y que fue marca registrada en su campaña, en el centro de la escena rodeado de personas, jubilados en este caso. Sin embargo la retórica discursiva reparadora hubiera sido suscripta sin problemas por Cristina Fernández de Kirchner. Es más, la vinculación de la trascendencia de la reparación permitió retomar la política del blanqueo de capitales, que fuera seriamente fustigada por los integrantes del Frente Cambiemos en la etapa anterior.
Por lo dicho, el gobierno debe lucha contra la historia. Debe demostrar que ésta vez funcionaran muchas recetas que fracasaron en otros momentos, y que los mercados no son depredadores y buscadores de ganancia fácil en sociedad con el Estado, sino que pueden generar bienestar que se extienda a una población cuyo sentido común está poblado de las peores pesadillas.
*Sociólogo, analista político (@cfdeangelis)