La generación del 70 fue una llamada a gobernar, muy orientada a la acción y motivada por una institucionalidad más gravemente lesionada que la actual, una institucionalidad atravesada por una fuerte cultura corporativa, en esencia refractaria a las formas democráticas. Integrada por una juventud que buscó el poder despreciando las burocracias entendidas como sistemas que sólo garantizaban los privilegios de los que las integraban, alzando fronteras, aislándose, de las verdaderas necesidades del pueblo.
En ese contexto, quedaban impulsados por una motivación genuina, pero con las mismas dudas que cobijaban aquellos que combatían acerca de la capacidad de la democracia para resolver los problemas de la gente. Peleaban dentro de una misma lógica. Así, aislados ambos, suscribieron a la misma destrucción.
En 1983 amanecieron los valores democráticos demostrando que no era fácil sofocarlos y que, no obstante todos sus defectos, ninguna de las propuestas que lo menospreciaban clasificaba como superadora. Transcurrieron los 80y los 90 con una explosión de bibliografía producida por protagonistas, investigadores, periodistas que ayudaron a comprender que era lo bueno y lo malo de esa juventud que no pudo construir, alcanzar el poder.
La llegada al gobierno de Néstor Kirchner brindó la oportunidad de desplegar valores aún necesarios en una sociedad que, a pesar de haber progresado en términos de institucionalidad respecto de los 70, continuaba padeciendo altos niveles de precariedad aprovechada, con obscenidad, por todos los gobiernos. Los políticos se consolidaban como la nueva aristocracia y eso merecía ser revisado.
“Un país en serio”, el saco cruzado, la birome bic, expresaron la intención de reemprender una clara ruptura con estilos que representaban el aislamiento de la clase política. El kirchnerismo encarnó el regreso de una generación que terminaría con elementos retrógrados que gozaban de excelente salud en nuestro sistema.
Hoy después de 12 años de gobierno, la vanguardia incubada en los 70 nos deja además de ideales enfáticamente trasmitidos por cadena nacional, un gobierno amparado en el personalismo más profundo, regiones enteras atravesadas por planes sociales y empleo público, y una institucionalidad acaso bastante peor de lo que la encontró y no por un intento superador fallido sino por anclar en las prácticas políticas más añejas.
Sorprendería a muchos observar extensas zonas del país, en las cuales con mayor o menor intensidad, la democracia se circunscribe a lo peor de sí misma: a una acción y un día. La acción: ciudadanos que piden, un plan; trabajo; colchón; y gobernantes que los dan. Un día: la jornada electoral durante la cual la lógica de pedir y dar se exacerba de manera extraordinaria y es ese el día donde se puede pedir más que nunca ya que eso será dado. Es el día de privilegio del gobernado que puede lograr además de un plan, una beca, tal vez una heladera sólo para quedar al día siguiente a merced del que obtuvo su voluntad. En ese día y ese acto, en muchos lugares de nuestro país, queda destruida la magia de los 70, la bic y el saco cruzado.
*Politóloga.