Entre los anuncios que aluden a las propulsiones nucleares, las construcciones de submarinos y los enriquecimientos del uranio, resulta llamativo el maltrato, con formato de crítica, de la señora Nilda Garré, ministra de Defensa, hacia su antecesor, José Pampuro. Es el presidente provisional del Senado.
Pampuro, el Maltratado, es la tercera figura institucional de la república. Después de la Elegida, y del vicepresidente Cobos, aquel que fuera, hasta una semana atrás, el jefe patológico de la oposición (hoy devaluado por los triunfos crepitantes del Alfonsinito).
Ante los “alumnos cursantes de la Escuela Superior de Guerra Conjunta”, la Maltratadora, la señora Garré, sostuvo que, al asumir, en diciembre de 2006, debió encontrarse con “un sistema de Defensa anacrónico” (“anacrónico” es el adjetivo de origen griego, que suele utilizarse para descalificar aquello que está fuera del tiempo que le corresponde, que forma parte del pasado).
Con “presupuestos decrecientes” (o sea, que crecen al revés, para abajo, se achican).
Se encontró también, pobrecita, la ministra, con “falta de organización y acción conjunta de parte de las Fuerzas”.
Por si no bastara, debió toparse también con la “infraestructura deteriorada”.
Con fuerte “deterioro de la industria de Defensa”. Con los “equipamientos en malas condiciones”.
Y lo peor de la herencia desastrosa legada por Pampuro, según Garré, fue “un sistema de Inteligencia integrado por personal que provenía del terrorismo de Estado”.
La descripción, por parte de Garré, “del panorama recibido” es demasiado dura. Esmerila, definitoriamente, la integridad gestionaria de Pampuro, que se encuentra, a pesar de estos conceptos, en la probable antesala de la sucesión presidencial.
Es en el contexto de los militares donde crece el saludable prestigio, de hombre perverso y malo, del general Milani. César Santos Gerardo del Corazón de Jesús Milani.
Trátase del director de Inteligencia. Se encuentra a cargo, en la jerga, de la mitológica Jefatura II. O sea, Milani se encarga del espionaje militar.
A pesar del conjunto de piedades asombrosas de su nombre, Milani es, en su ascenso irresistible, un digno merecedor del temor. Y del simultáneo desprecio de un segmento apreciable de sus camaradas. Los silenciosos que se encuentran en la dócil actividad. O entre los quejosos. Los que riegan los geranios en los balcones del retiro.
Emerge Milani. Es el gran volteador de muñecos de pesos relativos. Quienes lo denigran, que forman una larga fila tácita, señalan que el objetivo del general es alcanzar la jefatura del Estado Mayor. La cual, ampliamente, por los servicios prestados, se merece mucho más que el general Pozzi, sindicado como el De Vido del general Bendini.
Milani tuvo, por lo tanto, para llegar hasta aquí, en su condición de ingeniero, que dedicarse a la faena siempre ingrata de eliminar competidores.
Como el “caballero” general, Hernán Prieto Alemandi, alias el Chiquito. Aquel cuadro tan cercano al general Balza, máximo profesional del arrepentimiento. Prieto Alemandi fue acusado de “cobista”.
O debió lograr el reciente desplazamiento del infante, general Hugo Bruera, por “duhaldista”. El “compañero peronista” que pasa, desde la Secretaría General del Ejército, hacia la beca diplomática, ante la Conferencia de los Ejércitos Americanos, cuya sede con rueditas se encuentra en Lima. Por ser notable cantor de tangos, con un estilo que evoca a Ignacio Corsini, al “compañero general” Bruera lo apodan “Tanguito”. Con mayor legitimidad, en las próximas “noches de verbena” del Perú, y en la antesala del retiro, “Tanguito” podrá entonar Cuesta abajo.
La última cabeza que rueda, en la epopeya ascendente de Milani, es la de Bruera. Por ser, en su caso, demasiado peronista. Tendencia que los Kirchner, en el fondo, abominan.
De nada le sirvió, al final, al general Bruera, tantas amables tertulias organizadas para hacer buena letra con el poder real.
En el edificio Libertador, y con las estrellas ideológicamente consagradas del kirchnerismo. Con Horacio Verbitsky, José Pablo Feinmann y con la emblemática señora de Carlotto (que hoy resulta indispensable hasta para ennoblecer el vestuario mundialista).
*Extraído de www.jorgeasisdigital.com.