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La cañonera y el helicóptero

Llegó la hora de debatir cuáles son los medios de transporte más adecuados para huir. Tanto se esforzó Néstor Kirchner por mantener el asunto en perpetua vigencia, que ahora es periodísticamente imposible rehuir el desafío.

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Llegó la hora de debatir cuáles son los medios de transporte más adecuados para huir. Tanto se esforzó Néstor Kirchner por mantener el asunto en perpetua vigencia, que ahora es periodísticamente imposible rehuir el desafío.
El martes 17, en uno de sus proverbiales aterrizajes en algún lugar del Gran Buenos Aires, Kirchner atacó de nuevo a los partidos opositores que van configurando una convergencia política para las elecciones legislativas de octubre, reiterando su obsesión por lo que, para él, es la esencia del problema. Dijo que la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica “son los mismos que ahora hablan en nombre de la ética, pero que ante el primer derrumbe no se quedaron para estar al frente del pueblo y salieron en helicóptero”.
Lo del helicóptero lo pone fatal y se le nota. La palabra sale de su boca desde hace muchos años y aparentemente resume todo su razonamiento político-ideológico: Fernando de la Rúa usó el helicóptero para trasladarse de la Casa Rosada a Olivos el día de su renuncia, el 20 de diciembre de 2001. Han pasado ya más de 3.000 días desde ese día, cuatro veces más tiempo de lo que él gobernó al país.
Sin embargo, el cónyuge de la presidenta más heli-transportada de la historia argentina sigue embistiendo cerrilmente contra el helicóptero de De La Rúa. ¿Los intelectuales de Carta Abierta no podrían haberle escrito una cartilla mejor? ¿O estarán deprimidos porque en el día de su cumpleaños Nº 56 Cristina Kirchner le dio una exclusiva más a Radio 10, baluarte de los derechos humanos y los movimientos populares?
El tema de Kirchner, a pesar de su rústica pulseada con las palabras, es que ese helicóptero de De La Rúa simbolizaría, según él, a un gobernante “en fuga”, diferenciado de Chacho Alvarez, que, en cambio, sí se quedó al frente del pueblo, incluso cuando Kirchner lo becó con un bien remunerado y perfectamente inútil puesto en la burocracia mercosureña de la apacible Montevideo.
Lo ridículo de la obsesión kirchnerista por el helicóptero de De La Rúa, asunto al que vuelve con escandalosa necedad el ex presidente, es que el matrimonio reinante ha convertido la flotilla aérea de la Presidencia en bien patrimonial de la pareja. Para viajar, Cristina sólo apoya sus altos tacones en aparatos voladores. Reflexionaba sobre esto la otra tarde, cuando circunvalaba la intrusada (por los Kirchner) Plaza Colón y avizoré que aterrizaba el helicóptero que dos y hasta tres veces por día la lleva y trae desde y a Olivos. En ese momento, desde la explanada de la Rosada aceleró raudamente hacia la plataforma un plateado y esbelto auto oficial, que se acercaría a la puerta del helicóptero, recogería a la Presidenta y rodaría 70 metros rumbo a la Casa de Gobierno, rutina cotidiana y común.
Si este país ha tenido gobernantes alérgicos al contacto con la tierra rasa son los Kirchner, que usan aviones y helicópteros de manera serial, todo el tiempo, para todo y sin mayores escrúpulos, en el país y en el mundo. Aún se recuerda cuando, acompañando como primera dama a Kirchner en un viaje a las Naciones Unidas, Cristina usó el Tango 01 para volar a Washington desde Nueva York, donde la entonces senadora Hillary Clinton aceptó recibirla un rato. Cristina, que sólo era legisladora, fue y volvió con el avión oficial del Presidente en un tramo ridículamente corto para usar ese aparato, y con absoluta naturalidad.
¿Es que los recursos del Estado puestos al servicio de los mandatarios no pueden ser usados discrecionalmente por la familia de quien gobierna? A esta pregunta, el binomio presidencial responde que sí y con fresca espontaneidad. Para ellos, el Estado, obviamente, son ellos.
Kirchner viene usando aviones y helicópteros oficiales para sus desplazamientos (lo hizo la semana pasada para hacer campaña electoral en Jujuy) y sin embargo, en lo que no hay más remedio que denominar como una indecencia agraviante, se la pasa hablando de aquel helicóptero que el 20 de diciembre de 2001 usó De la Rúa para salir de una Plaza de Mayo tomada por una voci-ferante pueblada.
Lo que pocos quieren admitir es que al día siguiente, el 22 de diciembre, De la Rúa, que en verdad no había huido, regresó a la Casa Rosada para recoger sus efectos personales y sacarse fotos con los colaboradores que lo despedían.
Ese presidente fracasó y renunció, es evidente, pero los peronistas que lo siguieron ¿fueron diferentes? El sanluiseño Adolfo Rodríguez Saá duró cinco días y el mandato de Eduardo Duhalde, que se debería haber extendido hasta el 10 de diciembre de 2003, se tuvo que acortar hasta el 25 de mayo.
A su manera, Néstor K también le quitó el cuerpo al cargo y eludió la reelección formal (a lo que lo habilitaba la Constitución reformada en 1994 a pedido de su partido, el justicialismo), para hacerse suceder a sí mismo por la vía de su propia mujer.
Pero el uso compulsivo de aviones y helicópteros por el gobierno de los Kirchner no es argumento suficientemente contundente para quitarle sentido a su sistemática apelación al recuerdo de ese diciembre de 2001 que enlutó al país. Kirchner lo engloba ritualmente en cada discurso en su tosco “los que se fueron en helicóptero”, pero la propia historia de su movimiento está marcada a fuego por el pecado original.
Si Fernando de la Rúa, tras 730 días de gobierno, fue a Olivos en helicóptero, aunque jamás abandonó el país, Juan Perón, que gobernó de febrero de 1946 a septiembre de 1955, se fue del gobierno (y del país) en una embarcación extranjera, la célebre cañonera paraguaya, a la que abordó subrepticiamente el 20 de diciembre de 1955. A partir de ese barco se refugió en los brazos de dos gobiernos progresistas y democráticos, el Paraguay de Stroessner y la Venezuela de Pérez Jiménez.
Es, claro, inaudito y erróneo pretender explicar la naturaleza popular del peronismo sólo por el recuerdo de que su fundador y líder, militar de carrera, se fue del país clandestinamente, en lugar de ponerse al frente de la lucha. Pero, ¿qué diría Kirchner de ese gesto, sobre todo si se lo compara con su frase “ante el primer derrumbe no se quedaron (la Alianza) para estar al frente de su pueblo”?
¿Acaso Perón sí lo hizo? Hasta la insondable y patética María Estela Martínez se quedó en el país en marzo de 1976, ante un golpe anunciado y previsible, y estuvo presa en manos de los militares.
El discurso de macho bravío que hace el ex y a la vez actual presidente, es peligroso y volátil. Desnuda la propia naturaleza del movimiento al cual él dice seguir perteneciendo y cuya fuerza política formal encabeza.
Desnortado y furioso tiene que estar para pelearle a la oposición con retórica tan primitiva y argumentos tan escuálidos. No es recomendable mentar la guillotina en la casa del decapitado.