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La cara buena de la fama

Conocí a Jorge Guinzburg en raras circunstancias. Fue en 2003. Hacíamos una obra en un teatro del Abasto. De pronto nos avisan que está Guinzburg. Qué bien –pensamos– ¡y acá en el Abasto! Como si la gente que tiene semejante impronta no pudiera meterse en un teatro a ver lo que se le cante o comerse un pancho. Hicimos la obra como siempre, pero era una presencia fuerte. ¿Qué pensaría?

Rafaelspregelburd150
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Conocí a Jorge Guinzburg en raras circunstancias. Fue en 2003. Hacíamos una obra en un teatro del Abasto. De pronto nos avisan que está Guinzburg. Qué bien –pensamos– ¡y acá en el Abasto! Como si la gente que tiene semejante impronta no pudiera meterse en un teatro a ver lo que se le cante o comerse un pancho. Hicimos la obra como siempre, pero era una presencia fuerte. ¿Qué pensaría? A veces algún famoso va al teatro y da por supuesto que todos lo conocen, entonces se queda a saludar y uno dice: “Qué bien, hoy vino Guinzburg. Y me saludó.” O si se fue corriendo, uno dice: “Qué lástima, a Guinzburg no le gustó nada”. Es el precio de la fama: cualquier pelafustán se gana su anécdota por haberse rozado con ella. Supongo que Guinzburg mira teatro sabiendo que a su vez los demás espectadores lo miran a él mirar teatro, a ver qué ve.
La obra duraba tres horas veinte. Al salir del primer acto, escuchamos que la chica de boletería se dirige a la platea y explica que alguien se afanó de la caja toda la taquilla de la función. Y que, por favor, la devuelva. Guinzburg se paró en la puerta del teatro y dijo: “De acá no sale nadie hasta que no les revisen los bolsillos a todos”. La gente le hizo caso inmediato –¡era Guinzburg!–, mientras nosotros, en el camarín, doblando ropita estúpidamente, sin salir a saludarlo, decíamos: “Esto no está pasando”. La tarasca no apareció nunca. A los dos días, Jorge y su mujer, Andrea, me llamaban para charlar de otras cuestiones. Pero así fue como nos conocimos.
¿Es propia esta congoja que siento? ¡Si apenas lo conocía! Es que somos millones los que “apenas lo conocíamos” y hoy lamentamos su ausencia como la de un querido amigo: si de algo sirve, es la cara buena de la fama. Hasta siempre, Jorge.