COLUMNISTAS
Obama en el poder

La celebración

La Fernández aterrizó en La Habana, a tiempo para presenciar el estallido de la revolución en Washington, por televisión junto a la camarilla de conservadores retrógrados, obsecuentes de la fraternidad Castro.

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La Fernández aterrizó en La Habana, a tiempo para presenciar el estallido de la revolución en Washington, por televisión junto a la camarilla de conservadores retrógrados, obsecuentes de la fraternidad Castro. Los anteojos oscuros le impiden ver con claridad. Llama la atención esa capacidad del régimen insular para regodearse con las sobras del montonerismo fascista como Franco la tuvo con Perón en su momento. Entretanto, a 1.819,7 km de distancia, se escribía la primera página de un nuevo capítulo en la historia. Desde un sillón del living de mi casa en la Florida, asistí al encuentro.

Aretha Franklin fue inesperada, grata sorpresa. Días antes había sido Pete Seeger y una vez más This Land is My Land. Woody Guthrie agradecido, yo también. No sólo Martin Luther King soñó el momento. La llegada de Obama al poder es la concreción del deseo de mayorías, negros inclusive.

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A partir de hoy nos levantamos, dijo, nos sacudimos el polvo y comenzamos la tarea de rehacer América. La tarea no parece fácil. Todas las referencias apuntan a Andrew Johnson y a la idea de reconstrucción que impulsó el sucesor de Lincoln. La tarea requiere de un pragmático, acaso Obama: la pregunta que hoy debemos hacernos no debería cuestionar la dimensión del Estado sino su efectividad. Cuando la respuesta sea positiva seguiremos adelante, cuando no, cortaremos programas sociales. Para muchos la línea se desdibujó en ese preciso momento y el experimento americano fue una vez más y ante todo un proyecto, como en sus inicios, como en sus mejores momentos.

Obama reconoció que la fuerza que alienta el experimento descansa en la honestidad, en el juego justo, en el coraje, en la tolerancia y en la curiosidad, en la lealtad y el patriotismo. Era justo que lo recordara. También habló de las nuevas obligaciones, de los apremios inmediatos, del precio y la promesa implícitos en la condición de ciudadanos.

Al encuentro asistieron más de dos millones de peregrinos en un espacio abierto entre el obelisco que recuerda a Washington y el promontorio donde descansa en mármol el Garibaldi de América. La presencia de Franklin D. Roosevelt estuvo garantizada en el discurso configurando así el tríptico-plataforma de una de las transformaciones más severas en la historia americana.

Me gusta Obama y se nota, aunque la idea me preocupe. Resulta peligroso que los intelectuales se vuelvan oficialistas. Tal vez más tarde reconsidere y calle, pero más tarde, no ahora. Ahora tengo ganas de celebrar la revolución sin guillotina, sin mártires ni paredón. Desde el podio que le garantizan los votos, sin palomas blancas ni conjuras, Obama se dirigió a cristianos y protestantes, judíos e hinduistas; pero también a los nonbelievers entre los que me encontraba. Hay que creer o reventar. Quizás entonces fuera posible que todos estuviéramos en la misma bolsa. Ningún otro presidente se había acordado de nosotros a la hora de inaugurar nada, los incrédulos también somos una religión.

Vuelvo a ver el discurso que grabé para que mis hijos lo recuerden en colores como yo recuerdo en blanco y negro la llegada del hombre a la Luna. George W. Bush impertérrito, estoico. En Washington los depuestos se van caminando sobre la alfombra por la que llegaron. El tiempo se ocupa luego de mitigar el desprecio. Hasta el menos pensado consigue una tregua al final del camino. Pienso en Nixon. Perdonar es una manera de razonar con el pasado. Tal vez Bush tenga la misma suerte aunque por el momento no sea más que el presidente que llegó prometiendo unificar y no dividir y hoy termine su mandato sin haber cumplido, arrastrando por el mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.

Dijo Obama que alguna vez su padre, por negro que era, no pudo sentarse a la mesa de una cafetería. En Cuba sucede hoy tres cuartos de lo mismo y entre los progresistas de cartas abiertas no pareciera haber nadie dispuesto a decir nada para cambiarlo. Quizá, a partir de hoy, eso también cambie y es posible que así sea.

¡Ultimo momento! La Fernández le dio el visto bueno al discurso de Obama. Me preocupa. ¿Quién le tradujo a la Presidenta cuando Obama se dirigió a los Kirchner del mundo en clara advertencia?: a los que se aferran al poder, dijo, mediante el uso de la corrupción, el engaño y la censura, sepan que están parados en el lado equivocado de la historia. Honestamente, creo que Fernández no entendió tampoco el momento en que advirtió que el pueblo va a juzgar a sus líderes por lo que construyen y no por lo que destruyen. Supongo que no sería la primera vez que alguien se pierde una buena oportunidad de callarse la boca por culpa de una mala traducción.


*Cineasta y periodista.