El modelo de ciencia pública propuesto desde el Gobierno privilegia a las empresas, dejando de lado al resto de la sociedad y la resolución de sus problemas. Los/as investigadores/as figuran entre los/as principales perjudicados/as por este sistema basado en el trabajo inestable y precario de algunos/as y en la expulsión de otros/as.
Ciencia pública para (pocas) empresas. En los resultados pendientes de publicación de la convocatoria a la Carrera de Investigador Científico del Conicet, la mitad de los ingresos corresponderá a proyectos en “áreas estratégicas” (definidas por el gobierno anterior en el Plan Argentina Innovadora 2020, sin un debate público acerca de su actualidad y pertinencia). Además, como en 2016, se expulsará a investigadores/as que no trabajan en estos temas, recomendados/as para ser promovidos/as. Estos hechos, sumados al borrador de su Plan Estratégico, muestran que en el Conicet ha ganado más terreno la investigación en estas supuestas áreas estratégicas.
En paralelo, en el sistema científico y tecnológico público se consolida una triple fragmentación. En la cima prevalece una elite cuya investigación responde al puñado de empresas (farmacéuticas, de biotecnología, agroindustriales, etc.) beneficiadas por dicha selección de áreas estratégicas. Privilegiadas por el sector público, estas investigaciones se limitan a pocas áreas, reducen el rol general de la ciencia como productora de cultura y no tienen ocasión ni necesidad de siquiera plantear grandes problemas de nuestra época. Incluso pueden empeorarlos, como ocurre con las investigaciones que ocultan los efectos del glifosato sobre la salud y el ambiente.
Luego, encontramos investigaciones también orientadas a necesidades empresariales pero ceñidas a la producción técnica. Los/as investigadores/as de este segmento realizan un sinfín de asistencias técnicas, ocupando su tiempo en tareas rutinarias que las empresas tercerizan a bajo costo, en lugar de dedicarlo a nuevas investigaciones de frontera.
Finalmente, sobreviven investigadores/as que rechazan “la ciencia para empresas” y que participan en desfinanciados circuitos científico-tecnológicos populares. Lejos de concebir a la ciencia como neutral, investigan problemáticas sociales urgentes. Sin embargo, sus puestos corren especial peligro pues no responden a los lineamientos de Cambiemos. La salida, ante el rechazo a producir para empresas, es encorsetar sus investigaciones para obtener rápidos resultados, publicables en revistas arbitradas internacionales que den garantías a su continuidad laboral.
Al reflexionar sobre las consecuencias de este sistema, que deja sin lugar a las investigaciones sin perspectiva de aplicación, las palabras que el premio Nobel César Milstein pronunció en 1995 no pierden vigencia: “En general, en ciencia es muy difícil saber cuáles son los temas que se deben investigar. Esa es una lección que no aprenden los políticos, que quieren dirigir la ciencia. No se la puede dirigir porque no sabemos adónde va. Usted no puede decir ‘Yo quiero curar el cáncer, no me vengan con problemas de ADN, genes o conocimientos básicos’. La respuesta es ‘Entonces, nunca va a curar el cáncer’.”
Inestabilidad y precarización en el sistema científico-tecnológico público. Las condiciones de precariedad de la mayoría de los/as investigadores/as del Conicet, entre quienes hay un 52% de becarios/as sin derechos laborales (sin aportes jubilatorios, aguinaldo, etc.), operan como mecanismo disciplinador: producir ciencia para empresas se torna condición necesaria, mas no suficiente, para obtener un puesto formal. Los/as becarios/as realizan las mismas tareas que los/as investigadores/as de carrera, pero se los mantiene precarizados bajo pretexto de que se están formando. Esta situación, antagónica por ejemplo a los contratos doctorales formales de Francia, omite que todo/a investigador/a siempre se está formando, pues su trabajo implica la reelaboración permanente y creativa de resultados pretéritos y presentes.
La precarización afecta particularmente a las mujeres, mayoría entre los/as becarios/as (60%) pero minoría entre los/as investigadores/as superiores (25%). Se suma el hecho de que las becarias no tienen garantizada la licencia por maternidad. Esto es particularmente alarmante para quienes tienen fecha probable de parto cerca del vencimiento de su beca ya que, de no mediar la organización gremial, quedarían sin ingresos y sin cobertura médica. Así, las becarias se enfrentan a una encrucijada: ser madres o seguir pariendo papers y ciencia para empresas para acceder, si el ajuste presupuestario lo permite, a un puesto estable como investigadoras.
No hay futuro para la producción científica y tecnológica sin trabajadores/as capaces de pensar libre y creativamente, sin el temor de perder su trabajo por ello. Compatibilizar esta premisa con la sola búsqueda de rédito privado resulta una quimera, y exige un debate público sobre el rol de la ciencia y la tecnología.