En las mediciones y estudios sobre inseguridad a nivel internacional, se suele tomar la muerte de policías por parte de la delincuencia como uno de los indicadores más reveladores para medir el fenómeno y su evolución en el tiempo.
Se parte de una premisa: si los policías, que son quienes están destinados a dar seguridad, están inseguros, entonces el resto de la gente lo estará aún más.
Además, el análisis de la legislación penal, en términos comparados, muestra que suele tener penas más graves atentar contra un policía que contra un ciudadano común, dado el carácter de autoridad que ésta tiene.
Va de suyo que se supone que el que atenta contra la vida de un agente asume que la fuerza pública dará prioridad a su encarcelamiento.
En América latina hay un país en el cual esta situación parece estar colapsando y es México, donde no sólo los policías son muertos por los carteles de narcotráficos, sino que muchas veces lo son después de haber sido torturados salvajemente, con la intención de dar un mensaje claro a la parte de la fuerza pública que no ha sido corrompida por el narcotráfico, que tiene un alto costo interferir con él y con las personas que lo dirigen.
A mayor pobreza, mayor inseguridad. Pero también es cierto que son más inseguras las grandes ciudades que las zonas rurales, aunque en las últimas es más alta la pobreza. También se incrementa a medida que aumenta el narcotráfico y disminuye el poder y la capacidad del Estado para combatir la delincuencia.
En la Argentina, aunque este año ha aumentado la pobreza y el desempleo –la primera supera el 30% y el segundo el 10% en las cifras reales–, la inseguridad es la principal demanda de la sociedad, por las razones mencionadas anteriormente.
La pobreza y el desempleo bajaron entre 2002 y 2008, pero la inseguridad no lo hizo en la misma proporción.
Es que paralelamente se incrementó sensiblemente el narcotráfico y la incapacidad del Estado para hacerle frente, que se mencionó antes.
Buenos Aires y el Gran Buenos Aires –donde vive un tercio de la población del país– es la cuarta concentración urbana de América latina, después de San Pablo, Río de Janeiro y México DF, teniendo todavía mejores niveles de seguridad que estas tres ciudades.
Pero en el caso de Buenos Aires el deterioro ha sido más pronunciado en los últimos años y una sociedad no analiza la situación de inseguridad respecto a las sociedades de otros países, sino que compara con su experiencia reciente.
En este marco, un relevamiento que viene realizando el Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría durante esta década muestra que en los últimos diez años, han muerto 393 policías federales y bonaerenses en actividad por obra de la delincuencia. En el interior del país, el fenómeno es mucho menos relevante.
Es una cifra relevante, que muestra un nivel de inseguridad importante comparada con los años ochenta y noventa, aunque evidentemente muy por debajo de lo que sucede en México.
El análisis anualizado de la cifra muestra una evolución significativa. En el primer año de la década, el 2000, los policías caídos fueron 54, al año siguiente fueron 80 y en 2002 llegaron a 90.
Esta tendencia pareciera tener cierta relación con la situación económico social, ya que a medida que se deterioraba, lo mismo sucedía con la inseguridad, y es así como en el peor año de la década se registró el número más alto de policías abatidos por la delincuencia.
Desde entonces, la cifra fue bajando drásticamente. Fueron 62 en 2003 y sólo 18 en 2004, para llegar al mínimo anualizado de la década en 2005, con sólo 14.
Es claro que la situación social no cambió tan drásticamente entre 2002 y 2004, como para que este indicador de inseguridad cayera tanto. Pobreza y desempleo habían comenzado a bajar, pero todavía no tanto como se registraba en 2008.
Además, otros indicadores de inseguridad como los homicidios –lamentablemente la pérdida de vidas constituye el indicador más fiable porque es difícil que se eluda la cuantificación o que queden muchos casos sin denunciar– no bajaron a casi la sexta parte, como sucedió con los policías abatidos.
La cifra analizada siguió siendo baja: 15 en 2006, 20 en 2007, 17 en 2008. La situación socio-económica siguió mejorando, pero el número de policías caídos se estabilizó y algo similar sucedió con los homicidios de particulares.
Este estudio se ha limitado a registrar los policías caídos en actividad, porque los retirados –que en algunos relevamientos se suman– no están en funciones. Algunos de los policías abatidos por la delincuencia lo fueron mientras desempeñaban una función de seguridad, pero otros al intervenir frente a un delito fuera de su horario de servicio.
Cabe plantearse la hipótesis de que entre 2004 y 2008 las condiciones políticas no incentivaron a la Policía a actuar frente al delito, es decir, a tomar riesgos.
Se trata de un fenómeno que no irrumpe en la década que está terminando, sino en la anterior.
La cifra de policías muertos en Capital Federal muestra un incremento exponencial. Tras no registrarse bajas mortales en los primeros años de la década del noventa, en 1995 muere un policía, en 1996 fueron diez, en 1997, seis; en 1998 nueve; en 1999 diez para triplicarse la cifra en el 2000 llegando a 31.
Es decir que en el primer año de la década, murieron en Capital, tantos policías como en los cinco años precedentes juntos, que fueron 36. Hay quienes sostienen que habría que prohibir a los policías en actividad llevar sus armas fuera del horario de servicio e incluso prohibirles que intervengan frente a un delito cuando no están cumpliendo aquél.
Es cierto que se reduciría la cantidad de policías caídos, pero también es cierto que aumentarán las condiciones generales de inseguridad.
También hay quienes sostienen que la cantidad de policías caídos es muy inferior a la de delincuentes, ya que por cada uno abatido han muerto entre cinco y seis delincuentes. Es así, pero también lo es porque se trata de una relación lógica y normal.
Por cada policía muerto por la delincuencia son abatidos seis o siete delincuentes y por cada uno de ellos suelen registrarse entre tres y cuatro homicidios.
Pero la cuestión es que, en lo que va del año, los policías abatidos por la delincuencia han sido 23, cifra que es la más alta desde 2003 y que todavía, lamentablemente, puede incrementarse.
Es así como este indicador estaría por ahora confirmando la percepción de la opinión pública: de que la inseguridad está aumentando.
*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.