Hace un año, cuando se recordaban las luchas de la mujer en su día internacional que hoy vuelve a celebrarse, esta columna se ocupó de puntualizar de qué manera la condición femenina implica un obstáculo objetivo para el acceso de periodistas mujeres a cargos ejecutivos en los medios de comunicación, sean gráficos o electrónicos. Un año después, es en poco o nada que se ha modificado este panorama, lo que hace dudar de la disposición a cambiar en quienes conducen diarios, revistas, radios, canales de TV, programas y portales de noticias en internet.
Citaba, en aquel texto, algunos de los testimonios recogidos por Sonia Santoro y Matilde Michaine en su documental La mujer mediatizada.
Presencia femenina en los medios argentinos. Vuelvo a ese muy buen trabajo para recordar otro de los testimonios obtenidos para su desarrollo, el de la periodista de Radio Nacional Zulma Richart: para ella existe una suerte de tabú, un estereotipo que consiste en suponer que la mujer no tiene capacidad suficiente para ocupar cargos jeráquicos en los medios, pero con un adicional: tampoco pelea lo suficiente para obtenerlos. Si a eso se agrega una mirada casi despectiva bastante habitual en los que ocupan puestos jerárquicos (casi siempre hombres –como decía en ese trabajo Silvia Martínez Cassina– con mando superior a cualquier mujer), se potencian las dificultades de periodistas femeninas para crecer en esta profesión.
Un año atrás, este ombudsman miraba hacia adentro de PERFIL y observaba que el desbalance en perjuicio de las periodistas es notorio: los cuatro cargos superiores son ocupados por hombres y en el staff se aprecia que son dos las editoras jefas (no está mal, la mitad de ese rubro), sólo una mujer sobre seis editores y tres de los ocho subeditores (en esto algo mejoró: en 2014 eran dos). En una revisión de las notas publicadas en este medio durante todo febrero y lo que va de marzo, se observa que las notas con firmas femeninas son seis de cada diez, pero cuando se trata de columnas de opinión –que se pueden equiparar, en valor de prestigio e influencia, a los cargos jerárquicos de la redacción– la relación es abrumadora en favor de los autores varones: tres de 35 el 1° de febrero; dos de 18 el sábado 7; seis de 21 el domingo 8; siete sobre veinte el día 14; cinco de 34 el 15; tres de 17 el 21; dos de 22 el domingo 22; cuatro sobre veinte el sábado 28; dos de 25 el domingo 1° y cuatro columnas sobre 17 publicadas ayer.
Cuando el desbalance es tan pronunciado, no es dable pensar que se trata de una mera cuestión de capacidad o competencia, sino de decisiones y elecciones concretadas –no creo que deliberadamente, pero sí de manera subconsciente– por hombres.
Este ombudsman no buscará nuevas palabras para definir una misma situación. Le basta con reproducir lo que publicara un año atrás: “¿Es que las capacidades de las numerosas mujeres que integran la redacción no están a la altura de las apetencias de sus superiores para ascender y ocupar cargos ejecutivos? No. Me consta que algunas de ellas son de una eficiencia superior a las de muchos de sus colegas varones, y que merecerían sentarse en las reuniones de sumario para discutir contenidos como lo hacen sus pares masculinos. Se trata, en realidad, de una cultura cargada de alta cuota de machismo, que afecta las decisiones de quienes conducen este diario, mal que les pese a algunos de ellos y aunque crean que sólo es casualidad”.
Esos algunos, seguramente, se sentirán tocados por estas definiciones, pero quedan expuestas en homenaje a lectores y lectoras que se verían beneficiados con la revisión de una política a la que no calificaré de sexista, pero sí de doble standard.
Comillas. ¿Es lícito simplificar conceptos vertidos por un entrevistado para sintetizarlos en un título? Sí, en la medida en que no se modifique conceptualmente el sentido de sus dichos. Ayer, en la página 17, se tensó la cuerda en exceso, se superó la valla y se adjudicaron a un reporteado, entre comillas, conceptos que el texto no refleja. Decir que la muerte de Alberto Nisman “es un asesinato típico del Mossad, efectuado por espías argentinos” no equivale a indicar: “Es un tipo de asesinato en el que el Mossad se especializa. Creo que han sido los servicios de Argentina, en este caso, que han recibido algún entrenamiento previo”. Comparar título y texto hacen pensar que no hay congruencia entre ambos conceptos.
Error. El editor Santiago Farrell pidió que se haga una aclaración: “En la apertura de la sección Internacionales de la edición 669, del sábado 28 de febrero, se consignó por error que el jesuita argentino Diego Fares había organizado los ejercicios espirituales en los que participó el papa Francisco la semana anterior. Los ejercicios fueron dirigidos en realidad por el carmelita italiano Bruno Secondin”.