En su ensayo El político y el científico, Max Weber plantea la diferencia que existe entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, aplicadas ambas a la práctica política. En el primer caso, la acción se rige por principios morales inamovibles en cualquier circunstancia. En el segundo, en cambio, quien decide prioriza los efectos previsibles de la medida a ejecutar por sobre sus ideales, sopesando el impacto que la medida tendrá en el conjunto. Dicho esto, algunas cuestiones actuales bien pueden analizarse en función de estos términos.
En el plano económico, el anunciado cobro de retenciones a las exportaciones va a contramano del ideario presidencial, encajando redondamente en la ética de la responsabilidad. Tal como lo ha dicho, Mauricio Macri cree que cualquier gravamen o arancel que caiga sobre el campo o la industria conspira contra el crecimiento económico y el desarrollo productivo. Sin embargo, mientras no faltan empresarios que se sienten traicionados por uno de los suyos que llegó a la Casa Rosada, el mandatario buscará en una franja de su base electoral 280 mil millones de pesos para intentar bajar el déficit fiscal. En este punto, entonces, los fines pesan más que la cruda ideología. Entretanto, habrá que observar el comportamiento de los grupos que, a fuerza de devaluación, multiplicaron su margen de rentabilidad en dólares.
En la esfera política la ecuación se invierte. Por encima de las reducciones ministeriales y el pretendido ahorro estatal, se imponen los nombres. Al respaldar la continuidad de casi todos los miembros del gabinete, frente a una realidad financiera que pone a prueba la gobernabilidad y patentiza la inexistencia de Cambiemos como coalición de gobierno, el jefe de Estado se apoya en la ética de la convicción.
Desde este enfoque, Mauricio Macri considera que correr del escenario al jefe de Gabinete en un contexto de crisis económica, derivada en parte de una mala praxis política, constituye una claudicación personal. Quizá lejos del cálculo político posible, el Presidente parece no advertir que, en ocasiones, la conservación del poder implica acordar con los adversarios y, al mismo tiempo, sacrificar tropa propia. Raúl Alfonsín lo hizo con Bernardo Grinspun y Carlos Menem con Domingo Cavallo, por citar ejemplos.
Así las cosas, Mauricio Macri y los popes del gobierno nacional corren un riesgo: cerrarse todavía más en un círculo decisorio palaciego que, justamente por ser tal, le quita perspectiva y margen de acción con los demás referentes del sistema político. Hay que decirlo: no pocas veces la convicción se asemeja a la soberbia. Y si los conceptos se confunden, cualquier interpretación de la realidad puede caer en el absurdo.
Con todo, mientras busca la confianza de los mercados, la credibilidad de un sector de la ciudadanía y la colaboración de una parte de la oposición, el oficialismo está obligado a emprender una combinación weberiana. En otras palabras: desde los valores y las convicciones, impulsar lo que en su libro El refugio de la memoria Tony Judt llama ética pública, en tanto objetivo alcanzable de la austeridad económica. A su vez, la sensatez institucional, entendida como la conducción racional del andamiaje gubernamental, debe propender a lo que el intelectual británico denomina “Seriedad moral en la vida pública”. Según el historiador, ésta “Describe una coherencia entre la intención y la acción, una ética de la responsabilidad política”.
En cualquier caso, para acometer dicha tarea Cambiemos necesita nuevos actores, argumentación política sólida, autocrítica y apertura de gestión. En suma: debe corregir las variables que, conjugadas con un escenario de recesión económica, explican el complejo presente.
*Lic. Comunicación Social (UNLP). Miembro del Club Político Argentino.