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represiones

La conciencia en paz

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Me inquietó pasados días la foto de Videla dormido, porque una cosa que desde hace años me intriga es cómo logra (y yo creo que lo logra) conciliar perfectamente el sueño. Cada noche lo consigue, en la cama de su departamento o en su cama de cuartel, según dónde la vaya tocando la prisión. Lo suponía y me lo confirmó la otra semana en Córdoba, durmiéndose sentado y en pleno día, y mientras en su entorno lo que se mencionaba no era otra cosa que los crímenes que impulsó y de los que es responsable. No sólo no quedó desvelado esa noche o para siempre: se durmió en ese mismo momento. Y si por fin despertó es porque los papeles, es decir sus justificaciones, se le cayeron sintomáticamente al piso; por eso y no por otra cosa, por eso y no por lo que soñaba, por eso y no por algún remordimiento.

Sabemos que en el fondo del orden social subyace por regla el crimen, pero una cosa es saberlo en general y otra es verlo así plasmado, así condensado, así concretado en la imagen finalmente trivial de un hombre que cierra los ojos y cabecea. Porque en pocas figuras debe darse una conexión tan poderosa entre el orden más riguroso y estricto, y la criminalidad total. A Luciano Benjamín Menéndez, por ejemplo, para no ir más lejos, que al lado del ex general Videla igualmente se dormía, lo vimos alguna vez desaforarse cuchillo en mano atacando a un periodista que osó acercarse a él. En Videla en cambio se percibe otra cosa, más terrible y más perturbadora en un sentido, y es la lisa tranquilidad de conciencia. Una conciencia que, incluso bajo el peso feroz de las más salvajes aberraciones, se siente en paz y descansa en paz.

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Se puede, por qué no, señalar la profunda y espantosa maldad que desmiente esa buena conciencia. Se puede, por qué no; pero me parece sin embargo más interesante preguntarse cómo es que esa buena conciencia se produce, qué intrincados mecanismos de la culpa y la disculpa la activan y la hacen funcionar, qué clase de laberintos de la ideología o de la fe la persuaden de ser buena y le conceden esa paz que hacia fuera en apariencia se irradia. Un brillante Georg Lukács señaló alguna vez, a propósito de la falsa conciencia, que no era suficiente constatar que era falsa, que era preciso estudiar además cómo era que se la falsificaba. Salvando ampliamente las distancias, uno podría en este caso plantearse: ¿de qué forma esa conciencia ha llegado a hacerse pasar por buena, a sentirse buena y a serlo? Por lo pronto para Videla, pero también más allá de Videla. Porque las buenas conciencias y la pasión furiosa por el más rígido mantenimiento del orden no dejan entre nosotros de tramar complicidades. Y aquel famoso enano fascista que alguna vez se atribuyó al trasfondo de los argentinos cobra en no pocos casos estaturas sorprendentes.

Es difícil ocuparse del retorno de lo reprimido, cuando se produce tan a menudo el retorno de lo represor.