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peleas

La convivencia

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Thomas De Quincey describe nuestra época latinoamericana en muy pocas palabras: “Si uno comienza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente”.

Pues bien: el asesinato ya ha ocurrido. Se lo han permitido con creces en Chile, en Bolivia, en Ecuador, en Haití. También las torturas, los balazos en los ojos, la represión a los médicos tratando de salvar vidas por las calles. Ahora que todos lo vemos cotidianamente, lo próximo es ese paisaje desolador en el cual todo lo demás (lo simple, lo cotidiano) se presenta subvertido.

Una actriz amiga publica el video del Congreso aprobando una ley con la frase “¡Ya es ley!”. Lo que sigue es inexplicable: decenas de comentarios violentísimos (sobre todo de mujeres) que suponen que se aprobó la ley del aborto. No les importa verificar que no fue así y que la ley es la del cupo de mujeres en la música, avanzan ciegamente sobre lo que suponen la causa inexpugnable, de la que –es evidente– están evangélicamente muy poco al tanto.

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El otro día, manejando por Saavedra, que es un barrio angosto como un microcentro, un padre de familia salió de la nada entre unos autos estacionados y cruzó a sus críos a mitad de cuadra. Detuve el auto a –digamos– unos veinte metros para que el señor terminara de cometer su pequeña contravención. Total, yo ya tengo mis propios problemas y tal vez en Saavedra rijan otras leyes. El hombre advirtió que me detuve y por las dudas me puteó generosamente. Le debía parecer una insolencia que yo circulara por la calle justo cuando él ponía en riesgo a todos sus niños, que eran como tres. Le mostré con una sonrisa la distancia enorme a la que me había detenido y eso lo enfureció mucho más. La gente busca pelea en los terrenos que puede, porque los otros ya están perdidos y porque es siempre muy feo no tener razón.