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EL ECONOMISTA DE LA SEMANA

La crisis está en tu mente

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Mientras escribo estas líneas, el consumo cae por séptimo mes consecutivo, los precios acumulan un crecimiento del 40% anual, la economía muestra una destrucción de empleo que según las distintas estimaciones en base a datos oficiales oscila entre los 311 mil y los 500 mil puestos de trabajo y el mercado paralelo prepara la fiesta de 15 del príncipe azul.

Sin embargo, por más tétrico que suene el combo, ninguno de esos problemas determina el futuro de la economía; la clave está en la mente de los consumidores y la de los productores: en las expectativas.

No es la primera vez que cae el salario real por culpa de la inflación. La capacidad adquisitiva de los sueldos se recuperó fuertemente después de la devaluación de 2002, y desde 2007 en adelante ha mostrado un comportamiento cíclico, cayendo luego de las paritarias, para volver al nivel anterior con cada negociación.

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Desde que comenzó ese sube y baja, en 2007, el consumo privado creció un 41%, bien por encima del aumento del PBI, que sólo pudo expandirse un 27% en el ínterin.

Evidentemente las caídas cíclicas en la capacidad adquisitiva no impactaron en el consumo, porque la clave es que los consumidores siempre tuvieron la expectativa de que las próximas paritarias recompondrían el salario, y usaron de manera creciente al sector financiero para suavizar los patrones de consumo e incluso para sostener un ritmo de gasto por encima de lo que permitían sus ingresos.

Prueba de ello es que al mes de agosto del 2013 los créditos de los bancos al sector privado, crecían en términos absolutos 38,7% interanual, que en un contexto de inflación de 25% implicaban un aumento en términos reales de 13,7%.

Pero ahora, las expectativas son otras. Por caso, el índice de confianza del consumidor (ICC) que publica la Universidad Di Tella se encuentra 12% por debajo del nivel que ostentaba un año atrás.

Con expectativas económicas en baja y la percepción de que la inflación será de 37% en los próximos 12 meses, la demanda de crédito pasó a contraerse en términos reales, cayendo el 17,6% respecto de la que existía en las vísperas de la primavera de 2013.

Cuando se descompone por tipo de crédito, los de tarjeta se expandían el año pasado el 20,6% en términos reales, mientras que ahora se achican el 6,8 %, al tiempo que los personales, que crecían un 5,8% real, ahora caen19,4% en términos reales. La caída más fuerte se da en los préstamos prendarios, lo cual es coincidente con la crisis de venta de autos. En ese segmento, el año pasado se expandían los préstamos el 21,8%, siempre en términos reales, y este año se desplomaron 24,4%.

Dólar y expectativas. La suba de tasas y el deterioro en las expectativas son los dos principales responsables del ajuste que está haciendo el propio sector privado.

Las expectativas venían deteriorándose en el último trimestre del año pasado y desbarrancaron con la devaluación de enero, porque el dólar funciona en la mente de los argentinos como un termómetro que refleja la “sensación térmica” del estado de la economía, y cuando la divisa pasó de $ 6 a $ 8, la gente pensó que venía lo peor; una hecatombe como el rodrigazo, la hiperinflación o el colapso de 2001.

El argentino promedio desarrolló una especie de condicionamiento, como aquel perro de Pavlov al que le hacían sonar una campana cada vez que lo alimentaban, de suerte tal que al fin de tantas veces de asociar las dos cosas, cuando sonaba la campana comenzaba a salivar independientemente de si la comida aparecía o no.

Como las crisis en nuestro país vinieron sistemáticamente acompañadas de problemas con el dólar, de fuertes devaluaciones del peso, cuando Fábrega decidió que el dólar no se sostenía más y Capitanich dijo que dejarían que la oferta y la demanda fije el precio, las expectativas sobrerreaccionaron y la gente se preparó para el choque.

Por eso, la alarma se encendió esta semana cuando el dólar pasó raudo los $ 13, perforó la barrera de los $ 14 y amenazó con seguir subiendo.
Con la inflación en 40% interanual, los $ 14 de hoy en realidad son los $ 10 del año pasado. Pero como la gente sufre ilusión monetaria, se sorprende igual y las expectativas son candidatas a reflejar esa incertidumbre.

El Gobierno enfrenta un dilema porque por culpa de la combinación del déficit fiscal, el cepo y el default habrá menos dólares en la economía y más pesos circulando.

Esta es la consecuencia directa del modelo implementado desde 2007, en el cual el consumo público acumula un crecimiento del 51%, ocasionando necesidades de financiamiento crecientes.

Si se miran los últimos cincuenta años de historia económica argentina, absolutamente todos los procesos de déficit crecientes terminaron en crisis económicas que devinieron en otras de carácter político/institucional.

Déficit y Default. Más pesos y menos dólares implica que la cotización de la moneda norteamericana debería subir, y que si el BCRA no permitiera el ajuste, generaría presión sobre el dólar paralelo aumentando la brecha. Se frenarían las liquidaciones de exportadores y aumentarían los pedidos de divisas de los importadores, que buscarán anticiparse a la futura devaluación, en un escenario muy parecido al de diciembre y enero pasados.

El Banco Central tiene la posibilidad, sin embargo, de sacar esos pesos excedentes de la economía colocando bonos. Pero dada la enorme cantidad de billetes que tendrá que aspirar (se estima que 2014 cerrará con un déficit fiscal de $ 200 mil millones financiado con emisión), necesariamente deberá ofrecer una tasa de interés más alta para tentar a los ahorristas a que no salgan corriendo a buscar al dólar blue.

El problema es que si suben las tasas, se encarecerán las inversiones y el consumo financiado en cuotas, por lo que se deteriorará aún más la actividad económica.

El Gobierno deberá elegir entonces entre aliviar la recesión pagando el precio de una mayor inflación (Kicillof) o contener los precios, a costa de profundizar la contracción de la actividad económica (Fábrega).

Una investigación de Rafael Di Tella y Robert MacCulloch descubrió que la gente prefiere más inflación que más desempleo, de modo que es bastante probable que un gobierno populista elija ese camino.

La preocupación es que más inflación y dólar más caro, deterioren las expectativas de los consumidores y terminen produciendo el mismo efecto sobre la actividad, que el ministro quiere evitar.