Hay que dejarse de joder con “la crisis”. Cuando gobernaba CFK, la advertencia permanente era que se venía “la crisis” por aumento excesivo del gasto, por emisión monetaria descontrolada, por el cepo. Y finalmente no la hubo, hubo elecciones, cambio de gobierno, con más o menos los mismos problemas de siempre que nunca se terminan de resolver. Desde que asumió, el propio gobierno se encargó de machacar que salió de una “crisis asintomática” mientras el Central se jacta de que “evitó la crisis”.
Ahora que gobierna Mauricio Macri es la oposición (en parte ex oficialismo) la que empezó a pregonar que “así vamos a otra crisis”, que esto termina “en colapso”. La advertencia es que se emite deuda a lo pavo, que los intereses crecen al 80% interanual, que hay más Lebacs que aire y que la fuga de capitales está desbocada.
Las observaciones o críticas o reparos a las políticas económicas de cada momento tenían y tienen asidero, se basan en problemas reales, pero ¿la única forma de advertirlo es señalando que va a estallar todo por el aire?
Una porción de los argentinos, los más grandes, vivieron una crisis cada siete o diez años durante la segunda mitad del siglo XX. Los economistas lo llaman el stop and go o los recurrentes “estrangulamientos externos”, es decir, que nos quedamos sin dólares porque para producir más importamos muchos insumos y eso nos mata. Esa generación lo define siempre con una pregunta, que sirve para cualquier momento de relativo crecimiento y es lo que está atrás de la propensión a azuzar con la crisis: “¿Cuando se va todo a la mierda?”.
Pero de golpe hay ya un 40% de argentinos que nació después de 1983, como suele explicar Juan Germano, de Isonomía. O sea que la única “crisis” que conocieron como adultos económicos es la de 2001. No vivieron ni el Rodrigazo ni la hiperinflación. Los que la pasan mejor tienen registrado el quilombo del fin de la convertibilidad, pero para ellos la normalidad es que los salarios acompañen la inflación, que el dólar esté accesible y todo se consiga más barato en el exterior, y que la cosa vaya andando, con los bardos de siempre, pero andando al fin. Una parte de los que la pasan peor sabe que el Estado es su red de contención que ya ni un gobierno de centroderecha, como Cambiemos, planea modificar.
¿Tiene sentido entonces que el mensaje político y económico se exprese sobre temores que tal vez casi la mitad de la población no comparte? ¿Y si ese background tan distinto para la generación post 2001 respecto del que tienen dirigentes y empresarios más grandes juega distinto en la toma de decisiones y eso no se está registrando en los pronósticos de lo que viene?
Más que sellos. El paso de los años obviamente también afecta el comportamiento de los hombres de negocios. Hay grandes sellos que nuclean compañías, ejecutivos y accionistas que se han convertido, ya sin reparos, en una verdadera task force militante del modelo. Son la Asociación Empresaria Argentina (AEA), la Cámara de Comercio Argentino Estadounidense (Amcham), la Sociedad Rural, el Instituto para el Desarrollo
Empresarial Argentino (IDEA) y la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), un cuerpo que catalizó su ideario político en el Foro de Convergencia Empresarial, la representación que sueña Macri para el sector privado, alejada de la Unión Industrial Argentina (UIA) y sus pedidos de tipo de cambio y protección.
Durante los últimos años del kirchnerismo, era habitual que ante cada “atropello a la Justicia” por parte de la Casa Rosada emitieran encendidos comunicados para defender las instituciones. Pero los tiempos cambian. Ya cuando el Presidente había designado jueces de la Corte Suprema por decreto se les había tildado el Word. “No hace falta salir a decir nada, porque a este gobierno se lo decimos en persona”, aseguró entonces uno de sus referentes ante PERFIL. Esta semana, sin ningún tipo de vergüenza, dejaron en claro que las formas tampoco son siempre tan importantes.
Junto a la Asociación de Bancos de la Argentina (ABA), escribieron un comunicado titulado “Sin Justicia no hay República” para bancar la “avivada”, “picardía” o “ventana de oportunidad” de tres horas que “aprovechó el Gobierno” en el Consejo de la Magistratura para remover, con una mayoría transitoria, al impresentable juez Eduardo Freiler. Con un párrafo que también hablara del mamarracho del mecanismo oficial habrían quedado afuera de la grieta, y sobre todo con más autoridad para volver a cuestionar en el futuro a otra administración que no sea del palo, haya o no en el medio “una crisis”.