Si bien el nivel de la prensa cultural española está, en general, por debajo del de la Argentina, hay, afortunadamente, honrosas excepciones. Y tal vez la más destacada de ellas sea la columna que el crítico Ignacio Echevarría (foto) escribe todas las semanas en el suplemento cultural del diario El Mundo (¿por qué será que son los periódicos de derecha y no, como podría pensarse, los de izquierda los que acogen habitualmente este tipo de manifestaciones disidentes o contraculturales?), en una sección denominada “Mínima Molestia”. En su última intervención, titulada “La educación de los críticos”, Echevarría vuelve sobre un tema que lo obsesiona. Allí, cita las declaraciones del editor Jonathan Galassi (del sello Farrar, Strauss and Giroux) durante una entrevista en la que se jacta de ser el promotor del éxito de Roberto Bolaño en los Estados Unidos, y explica el suceso de esta manera: que ellos fueron los que prepararon el momento para el desembarco de la obra del chileno en el mercado angloparlante y, al mismo tiempo, supieron “educar a la crítica”.
Esta última afirmación fue la que hizo enervar a Echevarría, que escribió: “Las palabras de Galassi (…) admiten –reclaman, de hecho– ser traducidas al lenguaje empresarial y entendidas en términos de marketing. Esa tarea educativa a la que alude Galassi pasa a convertirse, entonces, en el conjunto de acciones destinadas a predisponer al crítico en favor de las propuestas editoriales, a engatusarlo, a intimidarlo, si hace falta, por medio de un alud de recomendaciones que crean un estado de opinión contra el cual el crítico difícilmente osará oponer su propia voz”. Y a continuación detalló cuáles son esos métodos de persuasión que poco o nada tienen que ver con la literatura: la publicidad, los dossiers de prensa, los textos de tapa y contratapa, las fajas repletas de adjetivos favorables, las ruedas de prensa y los blurbs (sentencias exigidas o compradas a personalidades mediáticas para que hablen bien del libro antes de que se distribuya). A ello habría que sumarle otros dos métodos empleados en la Argentina y en los Estados Unidos, y que seguro existen o se exportarán pronto hacia el otro lado del Atlántico: los envíos adelantados de ediciones especiales del libro a la prensa, y la circulación de videos o trailers donde se intenta emular para las novelas los argumentos de venta y promoción de las películas. Lo que sabemos bien a esta altura: el libro expendido como cualquier otra mercancía.
Echevarría concluye que en España la crítica está “sumida en la desorientación y la indigencia”, y que fue eficazmente reemplazada por un periodismo cultural que sirve de canal de promoción de los intereses de las empresas. En la Argentina, donde la industria editorial se encuentra pauperizada y su independencia restringida (y donde por cuestiones de presupuesto las prebendas casi no existen), el riesgo de llegar a esta situación es menor, pero aguarda latente: no hay más que ver cómo una herramienta de potencial juicio libre como los blogs literarios fueron cooptados con facilidad por la industria, ya no a través de publicidad paga o entrevistas exclusivas, sino mediante el envío gratuito de libros a sus autores, cuyo discurso crítico se redujo a agradecer (literalmente) a las editoriales el suministro de esos mismos ejemplares. Un panorama, por lo menos, inquietante.