“La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano”
Friedrich Nietzsche (1844-1900)
“¡Tucker, ella es una ballena!”, le dice Gilbert a su amigo mientras Arnie, su hermanito retrasado, ríe y repite la misma frase una y otra vez. Brillante trabajo de Johnny Depp junto a un deslumbrante Leonardo DiCaprio de 19 años. La película es de 1993, la dirigió el sueco Lasse Hallström y aquí se la conoció como ¿A quién ama Gilbert Grape?, curiosa traducción del título original en inglés: What’s Eating Gilbert Grape. Su personaje habla de Bonnie, su madre, una mujer de 230 kilos que desde el suicidio de su marido vive recluida en el piso superior de la casa comiendo sin parar frente al televisor, profundamente deprimida. Todos en el pueblo hablan de ese cuerpo inerte y descomunal. Los chicos trepan a los árboles y la espían. Se burlan de ella.
Algunas casualidades son increíbles, ¿no? Elegí volver a ver esta peli sólo para desquitarme del deprimente espectáculo que River, el club que insiste en ser Racing, brindó contra Lanús. Es que todo tiene que ver con todo, muchachos. El nivel de frustración que hoy transmite la rotunda figura de Cristian Fabbiani es sorprendente. Como a Bonnie, la realidad que vive lo angustia, lo inmoviliza. Y uno tiende a analizar su caso con cierta piedad perdonavidas. Provoca más lástima que indignación.
En Lanús lo mandaban al exilio cada vez que se hartaban de sus peleas y expulsiones. Una vez en Chile, otra en Israel; la última en Rumania. En esa liga de tercera categoría salió campeón, cobró en divisa fuerte y convivió con Amalia Granata, su novia embarazada, una rubia que se hizo famosa por contar en la tele su única noche con Robbie Williams. De regreso al país, la parejita pasó por el living de Susana Giménez para mostrar a la pequeña Uma –involuntario homenaje a la protagonista de Kill Bill– e inmediatamente después se dedicaron a destrozarse en los programas de chimentos de la tarde.
Después de un aceptable paso por Newell’s, mil notas con la mamá cocinera y un millón de madrugadas en Esperanto, Fabbiani cumplió su sueño: llegó a River convertido en ídolo gracias a la metralla mediática. Se convirtió en un De Narváez futbolero: todo el mundo sabía quién era pero nadie tenía idea de lo que podía hacer.
Ya casado con Valeria Vanucci –una ex tenista que canta en un grupo inspirado algo tardíamente en las Spice Girls y alguna vez confesó cierta extraña afición por las hortalizas que compartió con su entonces novio, Pablo Rago–, al Ogro se lo ve gordo, caído. Impulsado por un voluntarismo tan conmovedor como inútil, prometió ser goleador pero no embocó ni una, pobre. Ahora hacen cola para insultarlo.
Fabbiani es muy alto y hábil para su tamaño, pero no sabe cabecear. Lo suyo es pivotear, cubrir la pelota, jugar por abajo. Clásico jugador de papi, es fuerte pero lento: le falta potencia (fuerza + velocidad). Hoy se diluye tristemente entre los rivales, se fastidia, culpa a los cronistas faranduleros, tira un taco y sale cualquier cosa. Un desastre.
A esta altura es lícita la pregunta: ¿qué es realmente Fabbiani, además de un personaje consumible y descartable? Para jugar de enganche no le da, para ir por afuera le falta sprint, no tiene gol. ¿Entonces? ¿Dónde lo ponemos? ¿Cómo lograr que la cruda realidad coincida con el guión mediático? ¿Qué hacemos con él?
Si el caso Fabbiani nos deja más dudas que certezas, lo de Maradona, otro gordo en franco descenso, es directamente desconsolador. Encerrado en un lujoso spa italiano de Merano, habla por teléfono con los integrantes de su cascoteada Armada Brancaleone armando listas de convocados y excluidos mientras todo el mundo sabe que Grondona, más allá de lo que diga para suavizar las cosas, decidió bordaberrizarlo. ¿Qué es eso? Un neologismo muy usado en la política latinoamericana que nació en 1973 con Juan María Bordaberry, presidente uruguayo convertido en títere del poder militar. El plan es claro: Maradona pone la cara “para la gilada” y las decisiones claves las toman otros. Ya se verá quién, o quiénes. La cosa es quitarlo del medio con elegancia, sin perjudicar el negocio de tenerlo junto a Messi en Sudáfrica. Mmm...
Considerando su espantosa gestión al frente de la Selección y el quiebre de su imagen frente a los jugadores que lo idealizaban, hasta parece una salida razonable. Sin embargo, conociendo el indomable espíritu maradoniano y su nula capacidad de negociación, la idea suena impracticable. No way. A menos que lo lobotomicen como al McMurphy de Jack Nicholson en Atrapado sin salida, la deidad de Fiorito ejercerá su viejo papel de Gran Trágico Nacional y será sólo dos cosas, como siempre: héroe... o mártir. Matará o morirá. Y con él, todos.
A prepararse, entonces. Mientras Charly García gana kilos y pierde vuelo, Maradona y Fabbiani se inflaman y se desinflan fatalmente, cada vez más lejos del papel que habían reservado para ellos. Ficciones puras como el INDEC, discursos de ocasión, historias circulares del país abismal. La vieja y querida casita de la crisis, compatriotas.