El martes, en St. Paul, Minnessota, Barack Obama atravesó la barrera de los 2.118 delegados a la Convención demócrata y obtuvo la nominación de su partido. Es el primer candidato afroamericano a la presidencia de Estados Unidos por una de las dos principales organizaciones partidarias; y si el primer martes de noviembre bate a John McCain, será el primer presidente negro de la historia estadounidense.
EE.UU es el “país de la primera vez”, donde lo que parece imposible es una simple postergación. Barack Obama nació en Hawai el 4 de agosto de 1961; ese año, en seis de los nueve estados del sur norteamericano, los matrimonios mixtos (blancos/negros) constituían un delito sancionado por los tribunales estaduales con penas de cárcel.
Hoy es altamente probable que el 15 de enero de 2009 ocupe la Casa Blanca un afroamericano; claro que graduado en Harvard con honores (magna cum laude) y editor de la Harvard Law Review. El problema de Obama no es la nominación demócrata, sino la contienda presidencial con McCain el 4 de noviembre. Sus dificultades estriban en las características del proceso de primarias y caucuses de su partido, sobre todo por el papel de Hillary Clinton.
Hillary triunfó en el voto popular; obtuvo 17.692.976 de sufragios en 51 primarias y caucuses contra 17.389.253 de Obama. Es el mayor número de votos obtenido por un candidato en la historia de las primarias estadounidense desde 1911. Se impuso, además, en los cuatro principales estados: California, Texas, Nueva York y Florida; y en la casi totalidad de los swing states (Ohio, Pennsylvania, Florida, Indiana, Massachussets) que definen la contienda electoral. Lo decisivo es que Clinton batió a Obama 2 a 1 entre los trabajadores blancos, de menor nivel educativo y cultural, que constituyen el núcleo fundamental de la “coalición demócrata” fundada por Franklin D. Roosevelt en 1932.
El problema de Obama en la disputa de noviembre es que, entre 25% y 30% de los votantes de Clinton, prevén respaldar a McCain. Entre ellos, están la mayoría de los trabajadores blancos (60/66%) y la mayor parte de las votantes femeninas. Washington Post/ABC News/Pew Research Center establecieron con precisión esta tendencia de vuelco a McCain de una parte significativa del electorado clintoniano en los últimos tres meses. En ese período, también cayó la imagen positiva de Obama entre los votantes de Clinton: de 58% en diciembre de 2007 a 45% en mayo 2008.
Lo que sucedió hace noventa días fue que se conocieron los comentarios realizados por Obama en una reunión en San Francisco, frente a un público de alto nivel intelectual y económico, acerca de que los trabajadores blancos –sin educación universitaria y de bajos ingresos– “están amargados y buscan refugio en la religión y en las armas como una forma de enfrentar la incertidumbre económica que experimentan”.
Por una “ironía” extrema de la vida política norteamericana, es probable que la guerra de Irak sea un factor decisivo en los comicios de noviembre. Más del 60% (62/66%) de los votantes norteamericanos están en contra de la guerra de Irak, pero un porcentaje significativo (46 a 43%) confía más en John McCain que en Barack Obama en este punto fundamental.
Una sólida mayoría de los norteamericanos considera que la guerra de Irak fue un error; pero un porcentaje similar –probablemente, los mismos– estima que el general David H. Petraeus ha logrado revertir la caótica situación de seguridad en ese país. McCain se transformó en los dos últimos años en el principal abanderado de la intervención en Irak; y se convirtió en el máximo impulsor de una nueva estrategia de seguridad allí. Los estadounidenses rechazan la guerra de Irak, pero le otorgan 21 puntos de diferencia a McCain sobre Obama en cuestiones de “seguridad nacional”.
La cuestión de si Hillary debe integrar –o integrará– la fórmula con Obama tiene un enorme colorido, pero escasa relevancia política. La dinámica del proceso político norteamericano hace que, sin un respaldo en primera línea, inequívoco, de Hillary a Obama, las posibilidades de Obama frente a McCain se reduzcan considerablemente. EE.UU. no funciona en las elecciones presidenciales como una opción de partidos, sino como una contienda entre grandes coaliciones. Hillary constituye el núcleo de la “coalición demócrata”. Su derrota en las primarias no es un buen presagio para su partido.