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Panorama // Middle America vs. elite intelectual

La desconexión de Obama

En Estados Unidos, los precios al consumidor aumentaron 5,6% en julio, el mayor auge mensual de los últimos 17 años. Los precios de los productos subieron 9,8%, el mayor incremento desde 1981; y los de las naftas aumentaron 20% este año y 50% en los últimos 12 meses. Al mismo tiempo, caen los ingresos reales. Los salarios del sector privado subieron sólo 3,4% en el último año; si se los cruza con la inflación, cayeron más de 2% en ese período.

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En Estados Unidos, los precios al consumidor aumentaron 5,6% en julio, el mayor auge mensual de los últimos 17 años. Los precios de los productos subieron 9,8%, el mayor incremento desde 1981; y los de las naftas aumentaron 20% este año y 50% en los últimos 12 meses. Al mismo tiempo, caen los ingresos reales. Los salarios del sector privado subieron sólo 3,4% en el último año; si se los cruza con la inflación, cayeron más de 2% en ese período. Hoy EE.UU. tiene alta inflación y bajos salarios; y la desocupación trepó a 5,7% en julio; es el séptimo mes consecutivo de destrucción neta de empleos (463 mil puestos de trabajo menos desde enero de este año). La economía ha pasado a ser la preocupación número uno de los estadounidenses; mientras sus expectativas son las más negativas de los últimos 20 años: 86% cree que el rumbo del país es errado.
La encuesta Reuters/Zogby (20 de agosto) mostró que John McCain está 5 puntos por arriba de Barack Obama (46% a 41%). En julio, la muestra le otorgaba 7 puntos de ventaja al candidato demócrata. Lo más notable es que le concede 9 puntos de diferencia a McCain en lo que hace a su capacidad para enfrentar la crisis económica. El dato central de los 18 meses de campaña electoral es el “fenómeno Obama”. Al comenzar las primarias demócratas (Iowa, enero 2008), Obama estaba 20 puntos por abajo de Hillary Clinton; y logró imponerse a la mayor máquina partidaria surgida desde los años de Lyndon Jonhson. Lo hizo con un ejército de voluntarios (1,6 millones) y una extraordinaria campaña de recaudación por Internet (más de 65 millones de dólares).
El triunfo de Obama es un punto de inflexión en la historia del partido de Jefferson, Jackson y Franklin Delano Roosevelt. Es la culminación del giro en la balanza interna de poder que comenzó con la candidatura de MacGovern (Chicago, 1968). En términos nacionales, la victoria de Obama es consecuencia del auge de la “élite del conocimiento” (universitarios, académicos, profesionales, técnicos), resultado a su vez de la transformación post industrial de EE.UU. La base política de Obama reside en las redes de “ideopolis” (John Judis), como San Francisco, Austin y Boston, entre muchas otras. Está “élite intelectual” constituyó el núcleo de la revolución cultural de la década del ’60, que en la triple combinación de Guerra de Vietnam, Watergate y movimiento de los derechos civiles desafió al establishment norteamericano, ante todo en el terreno de los valores.
En la década del ’80 se desató una contrarrevolución cultural en EE.UU. (Revolución conservadora / Ronald Reagan), que rápidamente adquirió las características de una nueva división social, al incorporar a la baja clase media blanca sin educación universitaria, a los católicos, a la mayor parte de los latinos y a los mayores de 60 años; esto es, a gran parte de la gigantesca clase media norteamericana (“Middle America”). En EE.UU. la división en clases no tiene contenido económico, sino cultural. Es una cuestión de valores: “Middle America” es conservadora.
En las primarias demócratas, Obama logró sólo 1/3 de los votos latinos, católicos y blancos sin educación universitaria; y un porcentaje similar entre los sexagenarios blancos. Entre 25 y 30% de los votantes de Hillary Clinton afirmaron que en noviembre votarán a John McCain; y una cifra semejante podría no presentarse a votar. El partido de McCain es el republicano; y su nivel de aceptación es hoy el de 1974 (Watergate). McCain ha dicho que no sabe mucho de economía y lo poco que sabe, lo sabe “de prestado”. Aún así, está 9 puntos por encima de Obama en capacidad de conducción económica.
El problema es de Obama, que aparece extraordinariamente desconectado de las preocupaciones del norteamericano medio, especialmente del que carece de educación universitaria y no integra la “élite del conocimiento”. Fuera de ella, la conexión de fondo de Obama es sólo con los norteamericanos muy pobres (“underclass”), sobre todo afroamericanos. Obama es un ejemplo formidable de la meritocracia norteamericana: del South Side de Chicago, la mayor comunidad negra de EE.UU.; y a través de una beca llega a Columbia; de allí a Harvard, donde es elegido, a la cabeza de su promoción, editor de la Harvard Law Review; luego se impone como senador en Illinois; y tres años después es precandidato demócrata.
El próximo jueves, la Convención partidaria lo ungirá como candidato a la presidencia de EE.UU.; y es probable que el 15 de enero ocupe la Casa Blanca. Si “el medio es el mensaje” (Marshall MacLuhan), Obama es el “sueño americano”. Es probable que los demócratas hayan cometido un “error histórico” –al mismo tiempo inevitable– al elegir a Obama. Las elecciones del primer martes de noviembre se han transformado en un referéndum sobre Barack Obama, en vez de serlo sobre George W. Bush, los altos niveles de inflación y los magros salarios. El flanco débil del “fenómeno Obama” es su desconexión con “Middle America”, que a sus bajos ingresos y a su falta de educación universitaria, suma valores conservadores y un intenso patriotismo, vinculado en forma directa a las instituciones militares.
EE.UU. es un país escasamente nacionalista –es virtualmente una sociedad mundial–, pero profundamente patriota. John McCain es, con 72 años de edad, lo contrario de Obama: militar, héroe de guerra y un “outsider” en su partido. Su vínculo es con “Middle America”.
“Middle America” vs. “élite intelectual” del EE.UU post-industrial.  Las elecciones del primer martes de noviembre no ofrecen posibilidades de distracción.
La elección del senador Joseph Biden, del estado de Delaware, como candidato a la vicepresidencia de Obama, representa uno de los dos términos de la opción que tenía el candidato presidencial demócrata. Una posibilidad era elegir a uno de los gobernadores de los llamados “swing states”, uno de los cuatro estados fundamentales que deciden la elección de noviembre, Ohio, Pennsylvania, Virginia y Missouri.
La otra posibilidad era colocar como número dos de la formula a una figura que tuviera credencial en el campo de la política exterior y en materia de seguridad nacional; esto último es lo que ha hecho Obama. Desde hace 37 años y con seis mandatos consecutivos, Biden representa a Delaware en el Senado. Es el menor estado y su importancia en términos políticos, económicos y demográficos es muy reducida.
La relevancia de Biden no surge del estado que representa, sino de ser una figura central del establishment de la política internacional estadounidense. Tanto es así que esta semana estuvo en Georgia, convocado por el gobierno enfrentado a Rusia. Biden fue uno de los que en el Senado autorizó la guerra en Irak, en 2003, guerra a la que se opuso el entonces senador estadual de Illinois, Barack Obama.
Los elementos que juegan a favor de Biden, a parte de sus credenciales en política exterior y de ser representativo del establishment de Washington, es su condición de católico. Nacido en una familia de trabajadores industriales, Biden ha sido precandidato a la presidencia por los demócratas tres veces consecutivas. La última vez, en las primarias de la actual campaña, de la que se retiró en enero de 2008, tras quedar quinto en los caucus de Iowa.
Permanece abierto para Obama el desafío de lograr el respaldo de los votantes demócratas que apoyaron a Hillary Clinton en las primarias.
En estas condiciones es que la designación de Biden como candidato a vicepresidente de Obama inicia una semana fundamental: la de la Convención Nacional de su partido, reunida a partir de mañana en Denver, Colorado, que nominará a Obama candidato presidencial y en la que el jueves  presentará su formula para el “cambio”, pero acompañada por una de las figuras centrales del establishment de Washington de los últimos 37 años: Joseph Biden.