En buena parte de Europa existen grupos y organizaciones no gubernamentales dedicadas a brindar información gratuita a los consumidores recreacionales, habituales o crónicos de drogas. No promueven el uso de sustancias ilícitas, pero saben bien que, a pesar de estar penadas por la ley, circulan libremente en la calle, y conocen las consecuencias del abuso y el desconocimiento. Así es que deciden que lo mejor no es condenar a los consumidores sino informar sobre los efectos de las diversas sustancias, y alertar acerca de los riesgos que ocasiona su abuso. En las calles de Barcelona, por ejemplo, circula un pequeño folleto de papel de la organización Energy Control, que se define como “un colectivo de personas preocupado por el uso de drogas en los espacios de fiesta de los jóvenes y ofrece información con el fin de disminuir los riesgos de su consumo”, y que lleva la siguiente leyenda: “Hazte tu rulo. Menos riesgos, más seguro”. La idea es dar a conocer a los usuarios de drogas que, así como el compartir jeringas conlleva un alto riesgo de contagio de enfermedades mortales, también es peligroso intercambiar los elementos de inhalación, ya que pueden contagiar enfermedades respiratorias y hepatitis. Algunas de estas organizaciones brindan incluso un servicio gratuito de análisis de sustancias con resultados inmediatos, para que los consumidores sepan qué es exactamente lo que van a ingerir, y así evitar sobredosis o efectos indeseados. Puede sonar extraño, pero esto es lo que está sucediendo en sociedades desarrolladas donde el consumo de drogas está penado aunque socialmente muy difundido.
En la Argentina, la política oficial (aunque hace poco se filtró que el Gobierno tiene la idea de impulsar la despenalización del consumo de marihuana), basada en la ley 23.737 de estupefacientes, es la de condenar tanto el tráfico como la tenencia para uso personal de cualquier tipo de sustancia ilícita –no así de drogas legales como el tabaco y el alcohol. Y las campañas preventivas suelen mover más a la risa que a la reflexión. Es en este contexto que Alejandra Folgarait escribió En trance. Todo lo que querías saber sobre drogas de diseño, un volumen que aunque no cumple del todo la promesa del título contiene pasajes dignos de atención. Si en la primera parte del libro abusa del registro periodístico e incurre en generalizaciones (“a los jóvenes actuales ya no les interesa abrir las puertas de la percepción ni sumergirse en el autoconocimiento, como tal vez les ocurrió a los padres de la era hippie o a sus hermanos mayores”), más adelante se dedica a rastrear el origen histórico de drogas de diseño como el LSD, el éxtasis, el polvo de ángel y la ketamina (fabricadas, en la mayoría de los casos, por la industria farmacéutica, patentadas e incluso utilizadas por largos años en tratamientos médicos), y vuelve sobre datos verdaderos y no muy difundidos. Por ejemplo, que la gente se droga por cuatro razones: en busca de placer, porque necesita sentirse mejor, para rendir más en el trabajo y por curiosidad; que existen individuos más proclives que otros a volverse adictos por motivos biológicos; y que muchas de las drogas de diseño (o de club, también llamadas party pills) no suelen generar adicción.
Tal vez el capítulo más destacable sea El cerebro drogado, donde se narra cómo actúan estas sustancias en el sistema límbico, a través de los neurotransmisores que regulan las emociones, las sensaciones de placer y su percepción cognitiva. Conocer en detalle el proceso químico que genera los llamados paraísos artificiales no deja de ser algo fascinante, una información que debiera estar al alcance de todos, ya que atañe a la soberanía de los cuerpos.