COLUMNISTAS
La sociedad RiquelmeMessi

La dupla que entusiasma

Hace bastante tiempo que una Selección argentina no entrega datos positivos útiles. Hace mucho que no deja algo más que literatura barata en los diarios y mentiras blancas en los canales que tienen el negocio de la televisación.

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Hace bastante tiempo que una Selección argentina no entrega datos positivos útiles. Hace mucho que no deja algo más que literatura barata en los diarios y mentiras blancas en los canales que tienen el negocio de la televisación. El equipo que le ganó 2 a 1 sobre la hora a Costa de Marfil en el inicio del fútbol olímpico mostró fallas, careció aún de un movimiento colectivo confiable ciento por ciento, pero hizo real –al menos de a ratos y en momentos clave– lo que más sanata generó en el periodismo desde los tiempos de Pekerman: la sociedad Riquelme-Messi.
Para que una sociedad de este tipo funcione, no hace falta que cada vez que la toma Román se la dé a Lio y viceversa. Basta que cada vez que lo hagan se genere algo importante, como sucedió el jueves. Riquelme le dio a Messi un pase extraordinario para el primer gol y el mismo Román aprovechó que los marfileños dieron por terminado el partido antes de tiempo para cederle a Messi la chance de convertir el gol de la victoria, ese que, finalmente, hizo Lautaro Acosta. Sólo con estas dos reuniones Riquelme-Messi la sociedad ya puede considerarse exitosa en el debut.
Ellos dos y el otro tándem, el de Mascherano-Gago, son los dúos que le funcionaron a Sergio Batista. Y aquí hay un acierto del entrenador, que tuvo algunos otros a lo largo de la noche de Shanghai. Cambió el anacrónico 4-3-1-2 por un más dinámico 4-2-2-2. A veces, los futbolistas se quitaron espacios cuando Messi fue demasiado arriba y se apretó con Agüero y Lavezzi. Pero, en general, este dibujo que Batista propuso hizo que Riquelme, y sobre todo Messi, estuvieran más cómodos.
En el caso de los dos volantes centrales, se lo vio mejor a Mascherano que a Gago, pero esto tuvo más que ver con un rival que le complicó la vida y le impidió al volante del Real Madrid que arrancara limpia la jugada todas las veces que pudo hacerse de la pelota.
Argentina no fue una enciclopedia de fútbol, está claro. Pero, al menos esta vez, Batista tomó distancia de Basile en lo esencial: repartió la torta de la organización entre Messi y Riquelme, no la dejó supeditada únicamente al 10 de Boca. Esto hizo que, por ejemplo, Messi apareciera de punta en el primer gol. O que Messi llevara la pelota y Román estuviera a tiro para hacer lo que tan bien hace, que es apoyar al compañero en la devolución de una pared o en un pase fino. Insisto con que lo ideal sería una mayor continuidad, pero como comienzo de una idea está muy bien. Y también está muy bien que el equipo haya tenido más ritmo, que haya acelerado –a veces bien, a veces mal– en el último cuarto de cancha. Esta fue otra diferencia con el soporífero toqueteo de la Selección mayor. Y se hizo con Riquelme en la cancha. O sea, hay una tendencia de Ischia y Basile a descansar en Riquelme y conformarlo en todo. Batista entendió que el jugador argentino más reconocido mundialmente es Lionel Messi y que no se lo puede poner sólo de “extremo derecho para que desequilibre en las cercanías del arco rival”. Como jugador fundamental, Messi debe tener mayores responsabilidades. Una de ellas es participar de la génesis del juego del equipo. Para eso, debe salir del corralito del costado y recorrer más terreno. No tiene que bajar mucho, Riquelme lo hace mejor porque tiene más panorama de juego. La movilidad de Messi fue fundamental en la victoria ante Costa de Marfil.  Esperemos que Basile imite a Batista. Pero esa libertad se la dio el Checho. Al César lo que es del César.
Australia –el rival de mañana– no aparece como una gran amenaza, a juzgar por lo que hizo ante Serbia. Pero debemos cuidar algunas cuestiones que casi nos arruinan la felicidad del debut. ¿Por qué seguimos defendiendo con cuatro, aún cuando Costa de Marfil atacaba sólo con Gervinho? Es extraño que Batista (campeón del ’86, un equipo de una riqueza táctica notable) no haya tomado nota. Y así como atacar con mucha gente no es atacar mejor, poner un montón de jugadores atrás no significa defender bien. El gol de los africanos es uno más de los tantos goles de cabeza que les convierten fácilmente a los equipos argentinos desde 2004 a la fecha. Esta vez, fue con pelota en movimiento. Pero fue otro centro que llegó sobre el área, a un lugar ciego, en el que todos miraron (por eso sorprende la elección general de Nicolás Pareja y no de Messi como figura) y que un rival abrochó en la red sin más dificultad que la mala marca de un lateral. Lo ideal sería defender con menos gente –Australia va a jugar con un punta, seguramente– pero mejor. Tal vez por los nervios del debut o porque lo estaban viendo los alemanes del Hamburgo, Monzón estuvo muy por debajo de la línea de su nivel, y Zabaleta no fue ni chicha ni limonada, ni lateral ni “ocho”. Defendió mal y no se proyectó con convicción.
Otro acierto de Batista fue el ingreso de Di María. El jugador del Benfica era lo que el equipo necesitaba cuando el empate era un hecho y los caminos se cerraban. Es un futbolista hábil, encarador, violador de cerrojos. Y lo hizo bien, cubrió una mala noche del Pocho Lavezzi.
Y el Kun Agüero no puede jugar como si fuera Cruz. Tiene que estar frente al arco, como estaba Lautaro Acosta para empujar esa última pelota, la que nos dio una victoria como para sonreír con ganas.