La economía argentina ha entrado, definitivamente, en “modo electoral”.
Ello implica “en el flujo diario” un gobierno tratando de tener a la mayor cantidad de votantes contentos. Y “en el stock” un conjunto de votantes tratando de anticiparse al posible resultado electoral, tomando decisiones de ahorro, consumo e inversión.
Obviamente, ambas acciones interactúan y se retroalimentan. Un mayor número de votantes contentos ayuda al oficialismo. Un oficialismo con más chances de ganar las elecciones implica un posicionamiento determinado de los ciudadanos para el “después”. Ese posicionamiento, a la vez, influye en la actividad económica diaria, afectando el bienestar de corto plazo de los votantes y alterando, eventualmente, el resultado electoral.
Veamos la práctica de este intríngulis. El Gobierno quiere tener un muy buen cuatrimestre en términos de nivel de actividad. Para ello, aspira a que el cierre de las paritarias, el aumento de los subsidios, la eventual reducción del Impuesto a las Ganancias y el efecto, en algunos municipios/provincias, de la combinación de nuevos anuncios y algo de obra pública concreta acelere el nivel de actividad y se desvíe lo menos posible a precios y ahorro en dólares. Para esto último se decidió, por un lado, “intervenir” el único mercado de cambios libre que quedaba y, por otro, introducir, en esta economía bimonetaria, una tercera moneda, el Cedin.
Extraño experimento. En un escenario de por sí volátil, como es el que normalmente corresponde a un período preelectoral, el Gobierno no ha tenido mejor idea que sumarle a una moneda de baja calidad, como el peso, otra moneda, emitida por el mismo Banco Central, que implica alguna mejor calidad, sólo para el tenedor final, que pueda rápidamente ser convertida en dólares, aunque a un tipo de cambio diferente del oficial. Puesto de otra manera, en medio del ruido preelectoral van a convivir en la Argentina una moneda inflacionaria llamada “peso”, con un tipo de cambio “previsible” respecto del dólar; una moneda seudoconvertible a dólares, sólo para su tenedor final, si realiza una operación vinculada con el mercado inmobiliario, a un tipo de cambio “flotante” en el mercado y cuyo monto a emitir dependerá del éxito del blanqueo, es decir, de una decisión privada; y el dólar “verdadero”, en sus distintas variantes: blue, o libre y blanco vía operatoria con títulos públicos, puestos en la Argentina o en el exterior. Del otro lado, los ciudadanos/empresas tomarán sus decisiones en función del resultado esperado de las elecciones. En sentido estrictamente económico, lo único que importa es si, después de octubre, el oficialismo estará en condiciones de “ir por todo”, de “pelearla”, o si entrará en una etapa irreversible de debilitamiento. Si la gente espera el primer o el tercer escenario, las decisiones de consumo no imprescindibles se postergarán, y el ahorro se hará en una moneda no emitida ni respaldada por un gobierno en condiciones de “expropiar” o “en retirada”. Si, en cambio, el resultado esperado es más incierto, más “mixtas” serán las respuestas de los ciudadanos.
Pero, como se mencionara, cada acción tendrá una reacción. Si la demanda de dólares aumenta y el Cedin no logra disuadirla, el Gobierno se verá obligado a sacar algún otro conejo de la galera. Si, sorpresivamente, la nueva moneda funcionara en el corto plazo se afectarían la demanda de pesos y la evolución de la tasa de inflación, obligando también al Gobierno a ensayar nuevas alquimias.
A la vez, tales propuestas mágicas generarán una respuesta de las empresas y los consumidores.
Nos adentramos, por lo tanto, en un período muy “interesante” de la economía argentina.
Vamos rumbo a las elecciones de medio término, en un contexto en el cual la economía ya no crece a tasas chinas ni genera empleo privado, ni ganancias extraordinarias, ni salarios reales “volando”, en medio de un experimento de “tres monedas”.
El Gobierno apuesta a que su alquimia preelectoral (dado que hace rato abandonó el intento de hacer política económica) funcione. Y los ciudadanos apuestan a elegir la mejor protección para sus patrimonios, de acuerdo con sus expectativas poselectorales.
Sin dramatismos, es esa dinámica la que caracterizará los próximos meses.