Nuevamente una gran noticia, de esas que activan al máximo la adrenalina periodística, produjo una eclosión discursiva marcada por los mecanismos fundamentales de las sociedades mediatizadas en las que vivimos. Y todos los componentes narrativos de la noticia sobre la muerte de Osama bin Laden, sin excepción, han formado parte, en algún momento, de la ficción televisiva o cinematográfica. Obama es más joven y tal vez más sexy (esto último siempre puede ser objeto de discusión) que Morgan Freeman, pero la sensación general es de un déjà vu: aunque uno no pueda recordar en qué película o en qué teleserie esto ya se vió. Capacidad anticipatoria del audiovisual hollywoodense de ficción, que es bien conocida, pero que siempre me seguirá asombrando. Y tan fuerte como su poder anticipatorio es su vocación celebratoria, porque apenas tres días después de anunciada la muerte, ya sabemos que Kathryn Bigelow está preparando su nueva película Matar a Bin Laden.
La información oficial sobre lo ocurrido en la operación de los Seals está llena de contradicciones y el relato cambió varias veces desde el primer anuncio del presidente Obama, pero algunos puntos decisivos se destacan con bastante claridad. El comando no encontró mayor resistencia, y los pocos contactos que se produjeron, incluido el contacto decisivo con la persona de Osama bin Laden, fueron contactos eliminatorios. El portavoz de la Casa Blanca terminó reconociendo que Bin Laden no estaba armado: el terrorista más buscado del mundo fue fríamente asesinado. Era el objetivo que se les dio a las fuerzas especiales, comprensible desde el punto de vista estratégico: el gobierno norteamericano no estaba dispuesto a capturar a Bin Laden con vida, lo cual hubiese significado hacer frente a un proceso muy complicado, mucho más peligroso que el anuncio de su eliminación, y que habría durado meses –sino años– generando una maraña juridicopolítica a nivel internacional.
Podemos estar seguros de que comandos especiales han realizado en el pasado numerosas operaciones de este tipo, y que muchas de ellas quedarán para siempre en el silencio de la historia. Pero esta ejecución en particular, monitoreada en vivo y en directo por el presidente de los Estados Unidos desde la Casa Blanca, plantea interrogantes que tocan los derechos humanos y el orden jurídico internacional, independientemente de la cuestión de si, en términos de la legislación adoptada después del 9/11, es legal o ilegal. A juzgar por la cobertura mediática, los gobiernos “amigos” no han tenido nada particular que decir al respecto.La reacción crítica más clara ha sido por el momento la de Brad Adams, del Human Rights Watch, que insistió en que no se puede afirmar que “se hizo justicia” porque se hace justicia “cuando uno arresta a un sospechoso y lo enjuicia”. En el contexto jurídico de los EE.UU., ¿no se nos ha dicho y repetido hasta el cansancio que el criminal más monstruoso tiene derecho a ser sometido a los procedimientos previstos por la ley? Cabe agregar que el asesinato se produjo sin que los ejecutores tuvieran la certeza de que se trataba de Bin Laden, porque las pruebas confirmatorias del ADN llegaron, según parece, unas seis horas después.
La situación es particularmente perturbadora, si tomamos en cuenta las palabras de Obama cuando hizo el anuncio el domingo, poco antes de la medianoche de Washington. “Los EE.UU. han lanzado un mensaje inequívoco: no importa cuánto tiempo haga falta, se hará justicia.” “Nuevamente se nos recuerda que los EE.UU. pueden hacer lo que se propongan. Esa es nuestra historia”. “Lo ocurrido es una muestra de la grandeza de nuestro país y de la perseverancia de su gente”. Estas fórmulas presidenciales demagógicas, que reivindican explícitamente la impunidad política y jurídica de su país, ¿eran realmente necesarias?
Se podrá pensar con razón que mi profundo malestar no es más que el resultado de mi ingenuidad –haber creído que Barack Obama era un presidente diferente de muchos otros que han gobernado el “gran país del norte”–. No podremos saber si hubo un cálculo electoral consciente de su parte, pero esta intervención ya le ha hecho ganar algunos de los puntos positivos que su imagen necesita con urgencia.
El grito reiterado de la gente que se congregó frente a la Casa Blanca esa misma noche del domingo: “¡Gracias Obama, gracias Bush!”, me hizo sentir que alguna cosa profunda que tiene que ver con la política había quedado definitivamente atrás.
Pero no todo está perdido: confío esperanzado en la imaginación de Hollywood.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés.