Escribo esta columna hoy, miércoles 21, un día después de esa descomunal expresión de idolatría, mezclada con amor y agradecimiento, que reunió a miles, un millón, cinco millones de gentes de la más diversa condición, de las ideas más diversas, de los más diversos recursos, gentes del cotidiano trabajo de oficina o de obra, profesionales, docentes, changuistas. Estaban todos los que querían saludar y ser saludados por la selección campeona del mundo.
Debo confesar que hasta hace diez minutos no sabía qué decir sobre lo sucedido. Me emocioné al ver tanta gente reunida tras un mismo objetivo, en una interminable caminata que la fue llevando por oleadas de una punta a otra de la Ciudad, del Obelisco a la Autopista, de la periferia al centro. Caminaron kilómetros y kilómetros como en una peregrinación sin santos a la cabeza, como una procesión laica con el único objetivo de verlos, de ver de cerca a sus ídolos, de tocarlos con la mirada, de recibir sus manos alzadas como saludos divinos. Y esa emoción que todavía siento es lo que me motiva para transmitir algunos comentarios que me ayuden en lo específico de mi tarea habitual: analizar lo que los medios, periodistas y comunicadores entregaron a sus lectores, audiencias.
La experiencia me indica que no fue fácil para ningún medio, no fue fácil para ningún periodista, porque lo que estaba sucediendo excedía cualquier previsión. Móviles, una enorme cantidad y calidad de gentes de este oficio intentando algún detalle de originalidad, en general sin conseguirlo. Parte de mis emociones de ayer llegaron de la mano de esos cronistas abrumados por la muchedumbre. Los lectores comprenderán qué quiero decir cuando señalo lo difícil que fue para ellos trabajar en la calle corriendo de un lado a otro como los manifestantes lo hacían como consecuencia de informaciones contradictorias que nunca estuvieron del todo claras desde el momento mismo de la partida del micro abierto en el campo de la AFA en Ezeiza. Que van a venir por aquí, que ahora cambiaron hacia allá, que la General Paz, que la Dellepiane, que la Autopista, que entran por el norte, que llegarán por el sur. Una maraña de datos cambiantes una y otra vez.
Así, no hay capacidad periodística que aguante.
De tal modo, sólo queda comentar a los lectores de PERFIL qué inquieta a este ombudsman a un día de la mayor manifestación popular que recuerde (y es preciso aclarar que estuve en el 78, en el 86 y también en las multitudinarias movilizaciones previas a las elecciones de 1983, con Raúl Alfonsín e Ítalo Luder como candidatos de la recuperada democracia).
Me gusta y disgusta:
Que desde el Gobierno no se haya dado información precisa, dejando que lo hicieran las autoridades de la AFA, como si el señor Tapia fuese el jefe del operativo.
Que la presencia o no de los jugadores y sus entrenadores en la Casa Rosada haya aparecido como una cuestión de Estado y no como una mera posibilidad. Así, la grieta volvió a hacer su agosto, impidiendo un manejo más limpio, más sano, de la manifestación popular.
Que comentaristas y opinadores de ambos extremos hayan intentado capitalizar la movilización como un trofeo, como un estandarte guerrero ganado en batalla.
Que en la mayoría de los programas de TV y de radio (y en los medios digitales y sus correlatos en papel impreso del día siguiente, hoy) se haya impuesto un tono mesurado y reflexivo, tanto para las decisiones tomadas como para las ausentes.
Que se haya intentado generalizar lo que solo fue una acción de vándalos inorgánicos, un minúsculo grupo, cuando la manifestación ya había acabado sin incidentes, o con unos pocos, mínimos.
Podría seguir, pero me corre el espacio. Los lectores sabrán comprenderlo, y además aceptar que este ombudsman también es humano, futbolero y amante del pueblo movilizado.