“Una vez al año, los esclavos hacen lo que quieren. Es su día de libertad. Como ve, ellos aprovechan la fiesta cristiana para celebrar sus ritos, apropiándose de nuestros símbolos. Un desesperado intento para que sobrevivan sus tradiciones. Lo toleramos, porque de esta manera, casi sin darse cuenta, acabarán asimilando nuestra civilización”
“Queimada” (1969); dirigida por Gillo Pontecorvo (1919-2006); el funcionario Teddy Sánchez se confiesa con el agente británico William Walker (Marlon Brando).
Día de elecciones. Calles tranquilas por la mañana, cierta tensión a la hora del cierre, los búnkeres –simpática herencia del lenguaje militar que hemos heredado– pendientes de las encuestas a boca de urna, los que van mal se esconden y discuten, los que van bien copan el prime time de la televisión a pura sonrisa.
¿Qué espacio queda para el fútbol? Poquísimo. Los sobrevaluados cracks recién llegados intentan en vano darle brillo a esta Superliga poco súper. Cardona en Boca, un fenómeno ignorado –¡oh sorpresa!– por las ligas europeas; Triverio, un ex Carusito man, intentará ser otro Bou en Racing; Jonás en Independiente y con Maglietti; en River, Borré, un apellido difícil para las difíciles; y Tevez, desganado, jugando pésimo en China, pero muy deseado aquí. Not Hollywood, boys.
¿Qué más? Habrá que ahorrar para verla. Promesa electoral no cumplida, aceptada con curiosa mansedumbre por los futboleros y celebrada por los demás, ilusionados con la lluvia de hospitales que se construirán gracias a la eliminación de ese gasto superfluo. Qué bonito.
Epa. El sonido de unos pasos que parecían perforar el piso de la redacción me distrajo. Un hombre rubio, de edad mediana, saco claro, pañuelo al tono, camisa sin botones, sombrero y botas altas iba directo a mi escritorio. La sonrisa de Marlon Brando era pura luz.
—¿Qué hace aquí en un día de elecciones, Brando?
—Oiga Asch: acá no soy Brando, ni Corleone, ni Terry Malloy el de Nido de ratas. Soy el agente inglés William Walker, el de la misión secreta en Queimada. ¿Me tiene? Vine a hacer de todo un poco, lo que necesita un país como el suyo.
—Vi mil veces la película de Pontecorvo. La isla Queimada peleaba por liberarse de Portugal pero terminó bajo el monopolio económico inglés y a usted...
—¡Lo bien que hicieron! Y olvide ese final. Mejor recuerde mi escena con el gobierno blanco, en plena revuelta. Se la repetiré, si no le molesta. Después hablaremos de fútbol.
—Será un placer.
(El genial Brando comenzó a seducir a los imaginarios funcionarios.)
—¿Qué es mejor para ustedes?, ¿mantener una esposa legal o pagar una prostituta? Hablo desde un punto de vista financiero. ¿Cuál es el costo del producto, cuál es su rendimiento? En este caso, el producto es el amor físico, por supuesto; los sentimientos, lo sabemos, no tienen un valor económico, caballeros.
(Risas; ya los tenía en el bolsillo).
—Una esposa requiere de una casa, alimento, ropa, atención médica. Hay que mantenerla aunque envejezca y sea menos productiva. Con la prostituta es diferente. Ella ofrece un servicio, se la contrata por hora, se le paga, y adiós. ¿Qué es más rentable entonces: tener un esclavo o un obrero? ¿Prefieren la dominación portuguesa y su monopolio o una independencia con administración propia y libre comercio, atentos sólo a las reglas y los precios del mercado internacional? Decídanse. Si no se apuran, los negros ya no serán sus esclavos ni sus amos: serán sus carniceros. Encaucen esta revuelta. ¡Aprovéchenla!
—¡Bravo! ¿Vino a recitarme ese texto que conozco de memoria?
—Ya lo repasará si las cosas empeoran aquí, Asch...
(Agité el llavero, una mano se posó en mis genitales y con la otra hice cuernitos).
—¡Ehh…! No nos mufe, que no hace falta! ¿Sabe de fútbol, o no?
—Lo inventamos nosotros, le guste o no a Borges.
—¿Y cuáles son sus candidatos?
—La nueva política terminará con los partidos políticos tradicionales y...
—Parece que leyó a Duran Barba. ¡Hábleme de Boca, de River!
—Me dejé llevar, perdón. Por más derechos que cobren, cuando los clubes puedan privatizarse todo podrá suceder. Libre mercado, oferta, demanda. ¡El paraíso!
—No me venda humo, Brando. ¿Quién sale campeón?
—¡Qué sé yo! Lo importante es que el fútbol volvió a ser un producto cotizable, Asch. Quien consuma pagará.
—El sueño de La Usina Niembro. Pagar o irse a Cuba.
—Un visionario. Boca tiene casi a los mismos, más ese gordito colombiano de buena pegada y Goltz. Seguirán sin ser un gran equipo, pero pelearán.
—¿Y River?
—Son vintage. Apostaron a veteranos con rodaje. Tienen chance, afuera y acá. Aunque ojo, que por cada Pinola hubo varios Coloccini, eh. Racing puede pelear: Cocca tiene más fortuna que ciencia. ¿De verdad Triverio será su 9? Qué audaz.
—No le tiene fe, parece. ¿Independiente y San Lorenzo?
—Ahí nomás. Con poco. A Independiente no le sobra nada pero tiene a Holan, más mágico que lógico. San Lorenzo apuesta a sus jóvenes, pero dependerá de su pulsión de vida, como siempre.
—¿Quién gana estas elecciones, Brando?
—¡Higuaín! Me marea, Asch. Mire, la señora ex tiene oficio, mañas, no es fácil pelear con ella. La torre de apellido patricio ha sido un bluff, Heidi Power lo tuvo que llevar de la mano para que no le hagan bullying. El tigrense de voz finita… bueno, ¡eso ya es fatal para un peronista! Con la dama naranja, nunca se sabe, es random. Y el flaco de los trenes parece serio, algo inapropiado para un país loco, demediado.
—¿Entonces?
—Entonces me voy. Lo que yo pretendo es defender los intereses de la patria. La mía, obvio. Bye, Asch. No se moleste, conozco la salida.
Brando es un duro. Me asombró su seguridad al hablar sobre ciertos temas. Por algo Pontecorvo lo eligió para ese tremendo papel.
Elegir, justo. Vox populi, vox Dei, me repito. Todo bien, pero al próximo que me diga que los pueblos no se suicidan, juro que lo boxeo. Con todo respeto, limpio, como un lord.