Boca perdió víctima de la “exitoína”. En un mercado estúpidamente triunfalista como el nuestro y cada vez más sobreactuado respecto del primer mundo futbolero, ganar convierte nuestros fines de semana en una versión siglo XXI de La conjura de los necios. A partir de esta misma distorsión, cualquier derrota impensada empieza a dejar a la intemperie deficiencias estructurales preexistentes debidamente ignoradas –consciente o inconscientemente– por jugadores, técnicos, dirigentes, hinchas y periodistas
afines… aun aquellos que son fanáticos de otros clubes.
Boca empezó a perder la serie con Defensor hace mucho tiempo. Algunos dirán que desde el momento en que se resolvió dar por concluido un ciclo campeón de América como el de Russo. Otros irán más atrás y dirán que la culpa la tuvo la salida de Basile. Poquitos, y muy en silencio, insinuarán que el descontrol comenzó con aquel arrebato de Pompilio comprando el contrato que Riquelme tenía con Villarreal (recordemos que Boca no es dueño de su pase y que el crack quedaría libre en un año para
jugar donde se le ocurra; negociación sin precedentes en nuestro mercado).
Aporto un par de elementos más: Desde que se fue Basile, Boca disputó catorce certámenes (seis locales, tres Libertadores, tres Sudamericanas, un Mundial de clubes y una Recopa) y ganó tres. Para el más poderoso del país –al menos en la última década– no son justamente números de una era exitosa.
Por el otro, la mística boquense que para muchos hombres de medios garantiza aquello que los demás equipos parecen no encontrar, se sustenta en nombres como Abbondanzieri, Ibarra, Riquelme, Battaglia o Palermo, indiscutidos en el corazón y en la historia xeneizes. Todos ellos han tenido un regreso previo paso por Europa. Todos –tal vez Battaglia en menor medida– tuvieron su esplendor años anteriores: como si de la mano de ciertos espasmos de la memoria quisiéramos ignorar que también envejecemos, no queremos recordar que aquella memorable noche de Román y de Martín bailando al Real Madrid fue hace… nueve años.
De cualquier modo, así como no creo que correr a Ischia como quien se opera de apendicitis solucione la crisis en ciernes, tampoco estoy de acuerdo con que la culpa sea sólo de los referentes. Tengo la sensación de que hay un poco de todo en este guiso que se empezó a cocinar hace rato, y al que el equipo de Jaime Roos le sacó la tapa. Hoy, hasta es procedente preguntarse para qué se
inventó un cargo poco calificable para Bianchi, a quien en realidad la mayoría en Boca hubiera querido como técnico.
Antes de la eliminación, esa misma pregunta era insultar a la azul y oro.
El escenario que se viene parece tener dos escenarios inmediatos. Que la derrota del jueves sea el disparador de algo que termine de dejar en la superficie, que hasta la situación económica del club no es buena; no lo ha sido desde mucho antes de la llegada de
Amor Ameal y me animaría a decir que también es previa a Pompilio pero –ustedes saben, mientras se gane…– al final de
cuentas, ese disparate que a tan pocos les preocupó que fue (“porque Boca tiene la Copa”), hoy cotiza distinto: los cálculos internos señalan que, si no se gana la gran mayoría de los 15 puntos que quedan en disputa de este torneo, sólo se jugaría la Libertadores de 2010 siendo campeón del Apertura.
La variable madura sería reordenar las cosas, calmar las aguas y sumar voluntades. Dejar ir a alguno de los referentes, cortar cabezas de jugadores importantes sería una torpeza. El asunto es si hay voluntad de empezar con la tarea fina de bajarles un cambio a los pibes a los que nadie les enseñó cómo se vive una derrota después de un éxito prematuro y desmesurado. Más aún, la de explicarles a los referentes que sería muy bueno contar con ellos con alguna prerrogativa menos.
Los alcahuetes que celebran cualquier mohín que los históricos les hagan en la tele, no podrán explicar que nadie tiene derecho a jugar cuando quiere, a ser titulares aun lesionados o a darse el lujo de que el DT no tenga más remedio que pedirles permiso para sacarlos del equipo. Lo que pasa con Giggs y Scholes en Manchester no pasa con Riquelme o Palermo en Boca. Recién hoy empiezan algunos a tomar nota del tema.
Lo peor que podría hacer el Mundo Boca es prestarnos atención a los medios. Léanos, escúchenos, mírenos. No es nuestra intención quedarnos sin público, pero no se lo tome muy en serio no sospeche que las decisiones se tomarán a partir de lo que digamos. Piense que entra en zona de carnicería mediática frecuente en Núñez, Avellaneda o Boedo.
Al fin, quiénes si no los periodistas hablamos de las veces que Palacio estaba vendido, del club que debía buscar el fracasado Dátolo, de la guerra entre Caranta, Cáceres y Riquelme, de que a Russo lo condenó haber echado al Mellizo, y hasta pusimos bajo sospecha las circunstancias de la muerte de Pedro Pompilio. Qué decir de las dos últimas “Boca pedirá condiciones por un jugador exclusivamente para jugar la Copa” Menos mal que dijeron que no; si no, lo habría contratado para un solo partido “Boca y Estudiantes van a negociar para que sólo vaya el público local a los partidos de cuartos de la Copa.” Lo que nadie explicó es en qué lugar de las tribunas van a estar los hinchas de Defensor.
Por todo esto y mucho más, vayan Boca y su tristeza por su lado. Y déjennos en paz a los periodistas, que apenas podemos con nuestra triste y baratamente corrupta osamenta.