¿Dependemos de las fuerzas del cielo o invocarlas es una forma de la omnipotencia? ¿Cuánto de aquello que se hace se atribuye a lo que no se sabe…? Me recuerda un párrafo de la novela de Marguerite Yourcenar: Opus nigrum. La estoy releyendo, y somos varios. Algunos por primera vez, otros porque como decía Ítalo Calvino:
1) Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
2) Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.
3) Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
La novela transcurre en el período de transición de la Edad Media al Renacimiento. Tiempos de Leonardo, Miguel Ángel, Copérnico y Paracelso. Allí Yourcenar ubica un personaje de ficción, Zenón, cirujano y alquimista, perseguido por sus libros, descubrimientos y ateísmo. Es una época de crisis para la Iglesia católica, denuncias de gran corrupción, el surgimiento de la Reforma Protestante, los anabaptistas, etc. El ser humano comprende cada vez más que los hombres dependen unos de otros, y que las injusticias no son castigos divinos ni tampoco los privilegios provienen del cielo.
El arte y la ciencia renuevan la creencia en la propia humanidad.
Yourcenar comenzó a escribirla a los veinte, cuando su espíritu revolucionario y erudito le permite cuestionar la Historia, y la terminó muchos años después, luego de vivir dos guerras mundiales, repudiando persecuciones y autoritarismos, más arraigada en preguntas sin respuestas.
La novela sucede en el siglo XVI. Zenón, evadiendo a sus perseguidores, se refugia en el castillo de Vadstena. El joven príncipe Erik, atraído por los peligros de la ciencia, se convierte en su discípulo y participa con avidez de su observación de las estrellas. El alquimista desmiente rápidamente toda determinación que no sea la del propio ser humano y su buen corazón, al que llama “astro rojo”, y así se lo transmite al aprendiz: “Los astros influyen en nuestros destinos, pero no los deciden, y qué tan fuerte, tan misterioso como ellos, regulando nuestra vida, obedeciendo a unas leyes más complicadas que las nuestras, es ese astro ojo que palpita en la noche del cuerpo suspendido en su jaula de huesos y de carne”. Sin embargo, el maestro comprende la comodidad del príncipe, su lugar de poder, la justificación de todo su accionar: “Erik era de los que prefieren recibir su destino de fuera, bien por orgullo, porque le parecía hermoso que el mismo cielo se preocupara por su suerte, bien por indolencia, para no tener que responder ni del bien ni del mal que en sí mismo llevaba y ejecutaría”.
Esta lectura me llevó a invertir la mirada: ¿Las fuerzas del cielo no se preguntarán qué puede hacer nuestro planeta por el universo? El escritor sirio, perteneciente a la segunda sofística, Luciano de Samósata, en el siglo II escribió con bastante humor una novela titulada a propósito Historia verdadera (en griego antiguo), por algunos considerado el primer libro de ciencia ficción. El título es una respuesta paródica a todos los que postulaban verdades, como si fueran dueños de ella. “Me orienté a la ficción, pero mucho más honradamente que mis predecesores, pues al menos diré una verdad al confesar que miento”, y luego agrega: ”Escribo sobre cosas que jamás vi, traté o aprendí, que no existen o desconozco que existan, por ello mismo lectores no deberán prestarles fe alguna”. Sin embargo, volviendo a Calvino, todo clásico alcanza una verdad (¡que no es literal como parecen ahora leerse las ficciones!). En la novela de Luciano, la Luna, descripta como una “isla brillante y circular”, expresa su opinión sobre los humanos, casi como si fuera una denuncia: “Recientemente han declarado que mi luz es robada e ilícita ya que proviene del Sol. Esos mismos hombres son los que se aprovechan de la noche, vergonzosos y deprimentes, cometiendo adulterio, o robos, amparados en la oscuridad. Y aunque veo todo esto, no digo nada, me cubro con mi vestimenta de nubes y oculto mi rostro para que no se los vea, avergonzándose a sí mismos y a la virtud”.
¡Novela del siglo II!
Nada nuevo bajo el sol.