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La figura del cosmopolita

En su edición del domingo 10 de mayo, el diario Clarín informa sobre la Feria del Libro: “Las grandes editoriales facturaron más y vendieron más ejemplares, pero varias de las editoriales no tan masivas sostienen que sus ventas se retrajeron con relación al año pasado.

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En su edición del domingo 10 de mayo, el diario Clarín informa sobre la Feria del Libro: “Las grandes editoriales facturaron más y vendieron más ejemplares, pero varias de las editoriales no tan masivas sostienen que sus ventas se retrajeron con relación al año pasado. El público, sobre todo durante la primera semana, también mermó. Horacio García, presidente de la Fundación El Libro, comentó que según las estadísticas parciales, la visita bajó un 7 por ciento”. En su edición del día anterior, sábado 9 de mayo, el diario Clarín informa sobre otro tema, ligado al ámbito financiero. Con el título de “Telecom y Telefónica ganan más a pesar de la crisis”, la nota advierte que “Telecom ganó un 21% más que el año pasado, en tanto que Telefónica aumentó casi 8% sus utilidades”. Algunas semanas antes, el sábado 18 de abril, el diario La Nación, en su suplemento de Economía y Negocios, señala: “Tras la sequía. El mayor valor de 2009. La soja sube más y frena el impacto de la menor cosecha”. Y la nota agrega: “De hecho, los productores ya están esperando los ‘mágicos’ $1000 por tonelada”.


Sin demasiada dificultad podrían encontrarse varias noticias más como éstas. Son informes que se presentan bajo el registro de las “buenas noticias”, datos que señalan un rumbo favorable, indicadores de un estado de expectativa, pero que en realidad encierran una absoluta carga de pesar, de dolor, de desdicha social. ¿Qué tienen en común? Todas informan sobre el formidable proceso de concentración económica que caracteriza nuestro tiempo. Más allá de los discursos, las cosméticas electorales, las operaciones de prensa, la redistribución del ingreso, y la banalidad ambiente, hay un club de ganadores, un club formado por siempre los mismos.
Siempre me interesó el momento en que algunas viejas palabras dejan de usarse, las huellas de esas viejas expresiones en otras, más actuales, más usuales, más engañosas. ¿Qué queda del imperialismo? ¿Y de la teoría de la dependencia? Pocos términos tuvieron un éxito tan definitivo como globalización. Y, como es sabido, cada vez que un discurso triunfa, su primer acto es borrar las huellas de que antes hubo una batalla discursiva. Todo ocurre como si la globalización no tuviera nada que ver con estas cuestiones, sino con promesas agradables como “apertura”, “modernidad”, “oportunidad”, “riqueza”. Pero desde el punto de vista de la cultura (al fin y al cabo, estamos en la contratapa de un suplemento de ese nombre) si algo se opone a la globalización es la figura del cosmopolita.

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La globalización ha sido un poderoso sistema de homogeneización de las diferencias, de los imaginarios sociales, de las tradiciones locales (por supuesto que este proceso de homogenización se da en una única dirección: del centro a la periferia). Esta tendencia generó en muchas partes un tipo de reacción en el sentido literal del término: una vuelta a la búsqueda de una identidad pura, al nacionalismo, al racismo, al integrismo.


Entre esas dos posiciones, entre el imperialismo camuflado con nueva ropa, nuevas estéticas, nuevos publicistas, pero con viejos actores (el club de los ganadores de siempre), y el nacionalismo reaccionario, hay espacio para una práctica que ponga en cuestión ambas lógicas culturales: la figura del cosmopolita. Hay que tener una cosa en claro: el nuevo cosmopolita piensa el mundo desde lo local, no al revés. Pero el mundo es ante todo un espacio de diferencias, de la misma forma que lo local es ante todo una referencia sin esencias (defiende un mundo no homogeneizado, una nación no nacionalizada).
El cosmopolita, en la era de la globalización, expresa el malestar porque el mundo tiende a volverse idéntico en todas partes, así como el malestar por la reacción de volver único a lo local. El cosmopolita, hoy, expresa el malestar frente a todo pensamiento único.