Infinitos pueblos y caminos, como increíblemente múltiples las síntesis y soluciones, única la estrella y su luz infinita”. Así concluye Antonio Panaino en su libro I Magi e la loro stella. La estrella de Belén no ha sido objeto de mis investigaciones académicas, sin embargo muchas veces me han preguntado acerca de ella. Aquí propongo uno de los infinitos caminos que conducen a Belén. Voy directo al meollo de la cuestión, que es la historicidad. La fuente del relato es un texto, el Evangelio según San Mateo. La Biblia de Jerusalén en una nota sostiene que el autor sagrado piensa manifiestamente en un astro milagroso, del que es inútil buscar una explicación natural. Muchos autores sostienen que si histórica, la estrella podría haber sido una supernova, un cometa o una conjunción planetaria. La conjunción de Júpiter y Saturno que se observa en estos días hace reflotar esta última hipótesis.
Subrayo que los Evangelios no son una biografía de Jesús. No debemos imaginarnos al evangelista como un cronista tomando notas junto al pesebre. Para la Iglesia Católica los evangelios son el testimonio principal de la vida y doctrina de Jesús. En su formación se puede distinguir tres etapas: la vida y la enseñanza de Jesús, la tradición oral y los evangelios escritos. En este marco de comprensión, la adoración de los Magos es un relato haggádico, es decir, una narración con fin didáctico. En este episodio de la vida del Niño Jesús, Mateo ve el cumplimiento de los oráculos mesiánicos sobre el homenaje de las naciones al Dios de Israel.
Benedicto XVI afirma en una homilía de 2011 que los Magos eran probablemente sabios con el deseo de Dios que escrutaban el cielo en busca del sentido último de la realidad. Eran personas que tenían la certeza de que en la creación existe lo que se podría definir la “firma” de Dios. Y el Papa alemán continúa. El universo no es el resultado de la casualidad. Al contemplarlo, se nos invita a leer en él algo profundo: la sabiduría del Creador, la inagotable fantasía de Dios. No deberíamos permitir que limitaran nuestra mente teorías que siempre llegan solo hasta cierto punto y que –si las miramos bien– de ningún modo están en conflicto con la fe, pero no logran explicar el sentido último de la realidad.
Con mis colegas astrónomos participo del esfuerzo de la investigación y del entusiasmo y la alegría del descubrimiento científico. Esta forma rigurosa de proceder no excluye, sino que me anima a ir más allá de los horizontes de la ciencia. Entonces, el astrónomo que estudia los exoplanetas, estrellas y galaxias, puede legítimamente preguntarse por qué existe el universo con sus miles de millones de galaxias y no la nada. Es este tipo de preguntas el que impulsó a los Magos a emprender el camino hacia Belén. El problema del origen último del universo y del ser humano es una cuestión ineludible. ¿Existe un significado último, un propósito, en el universo? ¿Vivimos en un universo que es hostil o “amistoso” a la vida y al Homo sapiens? La ciencia ve surgir preguntas en sí misma que no puede resolver porque van más allá de su capacidad interpretativa del mundo. La experiencia común es hoy la precariedad y la fragilidad en las generaciones jóvenes y no tan jóvenes. Ante un futuro incierto, la falta de motivación, el sentimiento de pérdida que la pandemia ha ocasionado, Dios da sentido y esperanza: el mundo, la historia, la humanidad son fundamentalmente buenos. La creación es un regalo, es vida. Y Dios es la fuente de esa vida arraigada en nuestros corazones. Allí está la “firma” del Creador. Los Magos dejaron su tierra, sus seguridades, para seguir la luz de la estrella que brillaba en el firmamento, pero sobre todo en sus corazones.
*Jesuita, doctor en Astronomía, investigador del Conicet-Universidad Católica de Córdoba. Ex director del Observatorio Vaticano.