Hace menos de una semana cumplió 46 años la agrupación estudiantil más permanente y significativa de la historia universitaria argentina, la Franja Morada. ¿Es la misma Franja que hoy cambió su nombre y su color para seguir presentándose en la mayoría de las facultades de la UBA? Esa decisión, que tomó en muchas facultades intentando escapar del desprestigio que la destronó con la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, es una decisión de supervivencia y, a la vista de los resultados electorales, se podría decir que lo logró, ya que mantiene el tercio del caudal de votos universitarios y conduce la Federación Universitaria Argentina.
Pero esa decisión también tiene altos costos. Implica una pérdida de identidad y de sentido histórico para los jóvenes y para la UCR.
El ideario, el semillero de cuadros políticos que se formaron al calor de las asambleas universitarias de los 70, los 80 y los 90 en Argentina, son casi el principal valor de esta agrupación, que fue la única que se mantuvo con coherencia ideológica y con valores propios de la universidad.
Es cierto que no toda la Franja Morada cambió su nombre y su color. En la Facultad de Derecho de la UBA decidió dar la pelea con su historia y también lo hizo en muchos puntos del interior del país, conduciendo centros de estudiantes (en el Litoral, en La Plata) y federaciones como las de Tucumán y Córdoba. También es cierto que su modelo, el reformista (autonomía universitaria, libertad de cátedra y cogobierno), se instaló como molde indiscutible de la universidad, a tal punto que hasta la propia presidenta Cristina Kirchner citó, en el acto por los 400 años de la Universidad de Córdoba, dichos del reformistas Deodoro Roca, cuando el peronismo nunca en la historia argentina había reivindicado ese ideario.
Tal vez sea ahora, cuando se cumplen treinta años de la democracia que tuvo al radicalismo como el primer protagonista político, cuando Franja deba fijar nuevas líneas, profundizar su discusión interna, definir posiciones más comprometidas y recuperar su protagonismo nacional.
En un tiempo en que más de tres millones de jóvenes viajan de un país al otro, buscando títulos de universidades cada vez más especializadas y selectas porque las empresas exigen un posgrado o dos como mínimo para obtener un puesto medianamente remunerado, con políticas estatales de inclusión social en la escuela secundaria que inevitablemente irrumpen y eclosionan en el nivel superior, es claro que hoy podrían abordarse, desde el estudiantado, reclamos más jugados que denuncien cuáles son verdaderamente los “los dolores que nos quedan” y “las libertades que nos faltan”, parafraseando aquel Manifiesto Liminar de los reformistas del 18.
*Periodista y escritora, autora de La Franja, de la experiencia universitaria al desafío del poder.