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por que no funciona

La gente quiere diálogo político

Respecto del diálogo político, iniciativa tomada por el Gobierno y que incluyó un temario amplio sobre los sistemas de representación, el estado de los partidos políticos, financiamiento público y privado y nuevas formas de tecnologías publicitarias, existe la presunción de que es una nueva frustración.

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Respecto del diálogo político, iniciativa tomada por el Gobierno y que incluyó un temario amplio sobre los sistemas de representación, el estado de los partidos políticos, financiamiento público y privado y nuevas formas de tecnologías publicitarias, existe la presunción de que es una nueva frustración.
La mayoría de los actores políticos, ante el debate, se aprestaron rápidamente a ubicarse en un perfil crítico, mostrando la tensión de las fuerzas que se orientan inequívocamente hacia mantener el poder o sustituirlo a partir del 28 de junio. El diálogo no pudo disipar las dudas sobre su propio sentido, dentro de una extendida historia que muestra más vocación por la confrontación.
El diálogo político fecundo y profundo se ha producido con escasez en una historia en que ha primado el carácter agonal. Es cierto que hay una corriente de interpretación idealista, que al privilegiar la paz como la ausencia de conflictos, ha construido una ilusión sobre una concordia abstracta. En nombre de esa ilusión se han violado derechos humanos reales.
Llegamos muchas veces al diálogo como resultado de una lucha civil, del empate entre fuerzas contrapuestas, de una coyuntura que requiere de un descanso para ordenar el campo de Marte y luego seguir. Cada fracción se cree la Nación; y en realidad es su incompletud.
Cerca del Bicentenario, sería tiempo de poder estructurar una sociedad progresista y moderna sobre el juego democrático de las mayorías y las minorías. Pero justamente, ése es el déficit más importante de la coyuntura: la ausencia de mayorías para asegurar un dominio.
Los que estudiamos la opinión pública corroboramos que, hoy, la mayoría de la sociedad valoriza la democracia, no quiere conflictos abiertos y desea que los políticos se pongan de acuerdo. Es posible que este último anhelo sea otra ilusión, en este caso ciudadana, pero también es verdad que los conflictos se vuelven inescrutables y elitistas cuando el sujeto pueblo se va retirando de la historia. Corresponde lograr, como plantea Robert Dahl, un consenso procedimental para dirimir cómo se resuelven los conflictos, evitando los espasmos institucionales.
Se idealizó sobre la muerte del peronismo desde el autoritarismo o desde la seducción republicana, y no se logró. Se idealizó sobre una democracia que cura y que educa, y no se logró. Sectores anclados en el primer Centenario imaginan un país agroexportador al mundo. Se esperó que con años de ejercicio del poder de los luchadores de la justicia social, todos tuvieran cloacas y no hubiera indigentes.
Todas estas construcciones constituyeron por mucho tiempo, o constituyen, el magma imaginario de los argentinos. Pero la cruda realidad es que la sociedad civil se repliega indiferente; sobre todo los jóvenes, que cargan el futuro y que son un mero agregado estadístico en cualquier discurso público.
Sería esperable que el diálogo tuviera la eficacia que tuvo en la transición posfranquista, en la que se decidieron dos cosas fundamentales para España: que había que forjar un acuerdo de derecha a izquierda sobre una democracia plural, y que España es, sobre todo, Europa.
Sobre parecidas preguntas respecto a lo que somos y en dónde estamos, deberíamos construir una nación bajo el compromiso de más democracia y equidad social. Si para algo sirve el diálogo, es para eso; y si para algo sirve la política, es para que la economía y la cultura estimulen la libertad.
La historia argentina es una larga interrupción de una conversación. El encuentro Perón-Balbín se convirtió en un emblema de nuestra conciliación contemporánea, pero no evitó la tragedia. No obstante, rescatamos a aquellos que sinceramente llamaron al diálogo, como a aquellos que sinceramente acudieron a él, porque en eso está la esperanza. Aunque, como Sísifo, haya que volver a subir la montaña. Alguna vez se podrá contrarrestar al héroe absurdo, como lo categorizó Albert Camus.

*Sociólogo.

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