Pobre Rusculleda, él no tiene nada que ver con el asunto. Macri, en cambio, sí. Macri y los dirigentes de Boca que lo vendieron por 130 mil dólares a uno de esos grupos de “inversores” que encontraron el paraíso en el fútbol argentino. Compran un bote en el puerto de Buenos Aires y venden un transatlántico en Europa. La transformación es prodigiosa. Un hecho científico que documenta el cine en esas películas en las cuales de una gota puesta en un tubo de ensayo se obtiene un dinosaurio. Aquellos 130 mil dólares casi se convierten en 2 millones y medio, si no fuera porque el jugador no pudo sortear el examen médico del club inglés que lo iba a adquirir.
“Fijese –Macri respondía por radio con relación al pase– que he felicitado a los dirigentes que hicieron la operación. De un jugador que iba a quedar libre, sacamos toda esa plata.”
“Toda esa plata”, dijo.
El periodista que lo entrevistaba, a fines de noviembre de 2006, le había señalado que lo sucedido era un escándalo. Faltaban unos pocos días para que River superara todas las marcas con el pase de Higuaín al Real. Así que esa semana lo de Boca entraba en el primer lugar del top five de los negocios incomprensibles del fútbol.
“Me extraña –dijo Macri, como avivando al periodista. ¡Despiértese, hombre!–, cómo va a ser un escándalo un buen negocio.”
Rusculleda, un zurdo muy hábil, era jugador de Boca a préstamo en Quilmes. Una tarde de esos mismos días, en la Bombonera, le pintó la cara a los xeneizes. La Volpe dio las primeras paladas del pozo de sus futuras penas cuando en una conferencia de prensa mencionó lo sucedido. Con la espontaneidad que lo caracteriza, y que lo condenó, les preguntó a los cronistas presentes cuántos jugadores podría comprar Boca con esos 130 mil dólares.
“Mire, estoy más contento con lo que sacamos por Rusculleda que por el negocio de Gago”, exageraba Macri en el afán de ofrecer crédito a la particular transferencia. Los periodistas se miraban en la mesa del programa, incrédulos, desbordados. “Es fantástico lo que hicimos... Cómo va a ser un escándalo. Me sorprende usted, la verdad.”
El entrevistador le hizo señas al operador para que la charla quedase grabada. Pensaba que algún día, no demasiado lejano, pero tampoco próximo, inadvertidamente, Rusculleda sería protagonista de un buen pase. Hubo que esperar hasta enero de 2008. En un año y un mes, la diferencia fue de 2.300.000 dólares. Macri ya no está, pero los dirigentes felicitados por Macri, y la cinta con aquella conversación, permanecen en sus sitios.
Los periodistas siguieron los pasos de Rusculleda con aquellas certezas. Supieron que hubo una oferta española por un préstamo que devolvía con creces los dólares “invertidos” y una opción millonaria. Cuando el pase no prosperó, maliciosos bromeaban con que alguien había dicho: “Ahora no, se va a notar”. No, no podía ser de inmediato que la lanchita fuera un crucero. No contaban con el arrojo de River, que esperó sólo un poco más de un mes para lo de Higuaín.
Aquellos 130 mil dólares al tres por ciento que ofrecen los bancos les hubieran rendido a los ignotos inversionistas unos tres mil y monedas. El “timo” de Boca, la forma en que los dirigentes engatusaron a los modestos ahorristas cobrándoles aquella cifra por el pase de Rusculleda, terminó rindiendo (si en otra revisación el futbolista salva el examen) casi veinte veces más. De lo contrario deberán hacer la diferencia a fuerza de préstamos, empezando por Tigre, donde el jugador brillara el año pasado.
Es posible que a esta altura el lector se formule algunas preguntas. Una podría ser si estos grupos tienen punteros dentro de algunos clubes que les facilitan su negocio o si directamente es desde adentro que le dicen a un grupo de amigos: “Armate una sociedad, ponele un nombre inglés, abrí una cuenta en Suiza o en esas islas vírgenes no se sabe de qué, y hacé una propuesta, que después yo me encargo”. Si así fuese en el caso Rusculleda, Macri no la ve, se la jopean o aplica el dejar hacer-dejar pasar para que algunos compañeros menores pero útiles en otras tareas en la directiva hagan una diferencia.
Otra pregunta podría ser si los periodistas, en su celo fiscalizador, viven imaginando cosas raras, negocios turbios, y aplican sus prejuicios a hombres que, aunque pueden equivocarse, cumplen una honesta y desinteresada labor.
Como sea, es deseable que Macri, en la Ciudad, no los reciba. Si a su alrededor hay funcionarios con la capacidad de persuasión de los felicitados directivos de Boca, y consiguen hacerles “la gran Rusculleda” a estos desprevenidos grupos, el problema será más grave. El fútbol está fuera de control. La Ciudad, no tanto.