No es común que en el momento mismo en el que uno está en el cine viendo una película, le resulte clarísimo que, para disfrutarla plenamente, va a tener que volver a verla una segunda vez. Cuando eso ocurre, las razones son seguramente diferentes en cada oportunidad. Puede tratarse del sentimiento de pérdida de algunos aspectos o detalles del film, debido a la complejidad de la trama. No es el caso del que quiero hablar. Puede tratarse del carácter sorpresivo del final, que lleva a considerar lo visto antes de otra manera, lo cual despierta el deseo de volver a ver el film conociendo el desenlace. Tampoco es el caso. Bueno, fui a ver Gravity (Gravedad) la película del director mexicano Alfonso Cuarón. El deseo de verla por segunda vez (cosa que todavía no hice), resulta –al menos en mi caso– de expectativas que se activan a medida que el film avanza, pero que, una y otra vez, resultan erradas. Llega un momento en el que uno está obligado a concluir: “De acuerdo, el contrato de comunicación de esta película no es el que yo había pensado”. Lo cual en mi caso, lejos de ser traumático, me produjo un enorme placer que me acompañó hasta el final. El hecho, claro, de haber caído en esa trampa no hizo más que aumentarlo.
Progresivamente y sin estridencias, Gravedad va deshaciendo lo que uno espera de un film hollywoodense de acción y suspenso con un gran presupuesto y muchos efectos especiales espectaculares en 3D. Posicionamiento que la información que acompaña al film confirma: primero en el Top Ten de los Estados Unidos, recaudó en quince días 128 millones de dólares. Bueno, hay acción, hay suspenso, hay efectos espectaculares, pero los lugares comunes que uno está esperando no llegan. Es una pareja sola en el espacio, nada menos que George Clooney y Sandra Bullock, ¿cuándo empieza el romance en medio del desastre? No empieza nunca. Bueno, este astronauta buen mozo y con gran experiencia (éste es su último vuelo espacial), va a terminar salvando a la chica, ¿no? No: desaparece, condenándose a morir flotando en el vacío, antes de la mitad del film. De acuerdo, pero ¿para cuándo la escena con reflexiones de fondo sobre la vida humana, la libertad y alguna cosa más? Esa escena no llega nunca. Sandra Bullock encarna a Ryan Stone, una ingeniera médica que está en su primera misión en el espacio. Su hija murió en un accidente estúpido y, según le cuenta a su colega astronauta, nadie la espera en la Tierra. La angustia termina siendo una sensación sorda que se instala en el espectador: estamos flotando en el vacío, que es un espacio lleno de basura de satélites desintegrados, y nadie nos va a ayudar. ¿Qué significa “volver a casa”, vale realmente la pena intentarlo? Cuando la protagonista, con ayuda de lo que ha conservado en su afectividad del colega astronauta seguramente ya muerto, termina respondiendo positivamente, queda claro que hay un solo valor en juego: la vida es lo único que importa. Gigantesca metáfora visual de la supervivencia en un mundo de política global, como diría mi colega y amigo el antropólogo Marc Abélès: el globo terráqueo está en pantalla durante todo el film, y la protagonista se salva porque consigue encontrar un medio de transporte en una estación espacial… china.
Sin la más mínima connotación sexual, el cuerpo de Sandra Bullock es el elemento visual clave del film, que asegura en cierto modo la continuidad narrativa. Sus movimientos para desplazarse en el espacio ingrávido, para entrar y salir de estaciones espaciales semidestruidas, para aferrarse desesperadamente a algo y no partir, ella también, flotando sin retorno. Sus manos, sus brazos, sus dedos, realizando permanentemente operaciones en un entorno donde no hay otra cosa que dispositivos técnicos en mejor o peor estado. Si ese entorno técnico tiene algo que ver con nuestra salvación o con nuestra condena, es una pregunta constantemente presente, que el film no tiene la menor intención de responder.
De vuelta a casa, nadie ha venido a recibirla (la voz de Huston dice que están enviando un equipo de rescate). Apenas puede levantarse (¡no más vacío!) y comienza a caminar con gran dificultad. Nueva variante del mito: los hombres, nacidos de la Tierra, “son representados, en el momento de la emergencia, como todavía incapaces de caminar…” nos explicaba Lévi-Strauss en su célebre texto sobre el mito de Edipo. Salvo que aquí el personaje es una mujer: poco a poco, las cosas cambian. Sin perder su gravedad.
*Profesor emérito Universidad de San Andrés.