La tiene adentro. Ahora, el Gobierno tiene adentro la grieta que produjo en la sociedad. La fractura social expuesta fue abriendo la tierra que pisa el oficialismo de tal manera que quedó con un pie en cada lado. Donde más se nota y más peligros implica para los ciudadanos, es en el combate contra la inseguridad. Justo es la mayor preocupación de los argentinos. Cristina ni siquiera menciona el tema, pero dos de sus soldados emiten señales antagónicas. Uno es Horacio Verbitsky y el otro es Sergio Berni. En algo coinciden: la Presidenta escucha a ambos y uno tiene ahora rango militar, y el otro lo tuvo en los 70. El periodista como hombre de inteligencia de Montoneros y el médico como teniente coronel del Ejército. Están duramente enfrentados Uno le dispara misiles desde su columna de Página/12 y el otro hace silencio, pero le da letra a gente muy cercana para que ofrezca su versión de las cosas. Son cristinistas que expresan dos caminos divergentes que confunden a la opinión pública y que tal vez se neutralicen entre sí.
Verbitsky cree que Berni es un hombre de la derecha violenta, amigo de los carapintadas que debería ser eyectado del Gobierno para no disminuir el nivel de progresismo en sangre de Cristina y sus camporitas.
Berni se considera un funcionario de acción que resuelve problemas con firmeza y mano justa (y no dura) y se ve a sí mismo como un kirchnerista de la primera hora. Se enorgullece de haber llegado el 26 de mayo con los diez cuadros iniciales que Néstor mandó a llamar a Santa Cruz.
El fin de semana pasado tuvo muchas ganas de renunciar y hasta lloró de impotencia, según cuenta alguien de su riñón, pero después resolvió quedarse hasta el 10 de diciembre de 2015, salvo que Cristina disponga lo contrario. Se imagina al día siguiente retomando su cargo de cirujano cardiovascular del hospital de su pueblito llamado “28 de Noviembre”, de 15 mil habitantes ubicado a 300 kilómetros de Río Gallegos. Piensa cambiar de vida. Ya tuvo suficiente adrenalina y no quiere poner su familia en riesgo debido a que “encarceló a cuatro mil narcos”, según contó en el cumpleaños de uno de sus mejores amigos. Y cuando habla de familia piensa en Juan, su primer hijo que nacerá dentro de una semana, cuando comience la primavera.
Lo insólito y apasionante para analizar es que todo el neofrepasismo progre que ahora entorna a Cristina produce altos niveles de rechazo en la sociedad. Se puede ubicar allí a quienes se ve como corresponsables del estallido de la etapa más sanguinaria de la inseguridad: el juez Raúl Zaffaroni, Nilda Garré, el propio Verbitsky y hasta quien pese a las críticas tardías del CELS, sigue siendo parte de ese equipo: el general César Milani.
Por el contrario, Sergio Berni fue despertando simpatías y apoyos entre los vecinos menos politizados que lo ven como alguien pragmático que se hace cargo y le pone el pecho a las balas. Sus maneras exhiben la rusticidad de un Rambo que va a los bifes, pero tiene dos títulos universitarios. Además de médico formado con René Favaloro como cirujano, se recibió hace tres años de abogado, con el único objetivo de comprender mejor la realidad.
Suena extraño, pero los muchachos que Cristina prefiere no le caen bien a los votantes y los que considera lejanos de su cultura falso-progresista fashion generan mayor aceptación electoral. Berni es un ejemplo. Scioli, otro.
El principal duelo entre Verbitsky y Berni se libró sobre el pescuezo del coronel Roberto Galeano. El columnista escribió que Cristina le sacó tarjeta roja al militar que ya había sido pasado a retiro por Nilda Garré. En ese momento, Galeano perdió la posibilidad de ascender a general, pero Berni lo rescató porque lo considera su amigo y un héroe de Malvinas que desembarcó con Seineldín y peleó en Monte London y Puerto Argentino.
En el ministerio, a sus colaboradores Berni les juró que Cristina no se metió en el tema. Que el coronel Galeano “es un soldado y por eso no permitió que lo ejecutara el enemigo”. Ese es el lenguaje que utiliza. Galeano redactó su renuncia y se entregó ante su jefe. Era consciente de que había cometido un error y pagaba las consecuencias.
Mientras tanto, la inseguridad sigue potenciada por los narcos. Crece un nuevo e inquietante actor social en las villas: el “transa”. Rápidamente se tranforma en patrón del mal y en nefasto referente de los jóvenes que ven como ese vendedor de droga gana en una semana lo que ellos no conseguirían en toda una vida. Conquista a las chicas más atractivas, tiene las mejores zapatillas y motos carísimas. ¿Cómo convencer al resto de los jóvenes para que apuesten al estudio y a la cultura del trabajo? Ahí no hay movilidad social ascendente. Sólo exclusión y tentaciones delictivas. Produce escalofríos la frivolidad de fingir ser bienpensante de Víctor Hugo Morales cuando se disfraza de marginal para justificar lo injustificable. Si hasta el periodista de la radio del lugar, Juan Romero lo acusó de ir a la villa por dinero y para hacer campaña por Cristina.
La Presidenta no se decide entre Verbitsky y Berni. Es la diferencia entre sus deseos y la realidad. Entre el chamuyo y la resolución efectiva de los conflictos. Cristina está tan acostumbrada a mandar y que la obedezcan en forma vertical y con obediencia debida que nunca pudo entender la lógica de los medios. Podrá obligar a Diego Gvirtz a que ataque ferozmente al periodismo independiente. Pero no puede obligar a la gente a que escuche las radios paraestatales. El clima de agresión y mala onda es la mayor producción del gobierno K. La gran verdad es la realidad. Y el Estado, donde más se necesita, es donde menos aparece.