“Los años... Si piensa en eso se entristece, pierde el ánimo, le dicen que se entrega de antemano. Si lo olvida le recuerdan que para cada cosa hay un tiempo y lo llaman viejo ridículo. Contra la vejez no hay estrategia.”
Adolfo Bioy Casares(1914-1999), de “Diario de la guerra del cerdo” (1968).
Antes el equipo era una máquina de ganar y ahora, un flan. Sus segundas partes nunca son buenas, parece, ni en la Selección ni en Boca. Sin embargo, pese al desastre, no duda. Muere con la suya. El es así, nada lo hará cambiar. No por necedad sino por convicción. El “es” eso que se ve, para bien y para mal. Si algo no le gusta se manda a mudar, chau, pero no por cobardía: lo que a él lo mata es el pudor, la vergüenza, lo que van a decir los muchachos del café si lo ven hocicar. Todo el resto, a esta altura del partido, le importa un carajo.
Alfio Basile es como una joya vintage; el último mohicano de una antigua cultura sitiada por un nuevo país impiadoso y fugaz. Si el Bambino Veira es la versión dionisíaca de la generación beat, el Coco nunca abandonó el melancólico código tanguero. Noches de bohemia, mujeres con pasado, la amistad entre hombres como un culto inviolable, ritos caseros de kabalah para repetir éxitos. Barrio puro, esa filosofía amablemente misógina, edípica, caballeresca hasta la sobreactuación. Hablamos de un duro a lo Bogart que seduce con flores, bombones o endecasílabos; respeta la palabra y llora cuando nadie lo ve. Un sentimental, un hombre de otro tiempo. Un viejo choto para los que se burlan de su pelo, las cábalas y el equipo de memoria.
En 1968, mientras Onganía apaleaba universitarios, Adolfo Bioy Casares terminaba una novela provocadora y circular: Diaro de la guerra del cerdo. En ella contaba cómo, de un día para el otro y sin razón aparente, los jóvenes empezaron a perseguir y eliminar a los viejos. Cuarenta años más tarde, Basile fue víctima de una guerrita similar en la intimidad de la Selección. Los jugadores, cuentan, le hicieron la cama y lo obligaron a irse. “Un golpe de Estado”, acusan los basilistas. “El viejo ése era pura sarasa”, justifican los que conocen el, digamos, pensamiento vivo de los tipitos de PlayStation. Su reemplazo por Maradona rompió con todos los moldes. Lógico: un veterano siempre es mejor enemigo que un impune con mil vidas, chicos. Lo siento. Ahora, a bancárselo.
No es tan extraño que un hombre que levanta la bandera del clasicismo se sienta desconsolado en un fútbol invadido por la falta de compromiso y el amor a la rentabilidad. No se trata de jugar o no a la Play: el tema es vivir o no en una burbuja y con un joystick incrustado en la cabeza. ¿Conflicto generacional? Mmm... Recuerden, amiguitos: los viejos boludos no existen, existen los jóvenes boludos que van envejeciendo.
En la era de la comunicación, Basile elige callar. Lo hace bien. No abrió la boca cuando el obligado regreso del Maradona jugador le arruinó su equipo para el Mundial de Estados Unidos. Tampoco cuando el mismo caótico Maradona –amigo o ex amigo, según el día, mes o año– lo dejó afuera y dijo que iba a sacudir el “Rolls Royce cubierto de polvo” de Messi & Co. Antes muerto que botón.
Pregunta clave. ¿Es bueno Basile? ¿Sabe o no sabe? ¿Trabaja o sanatea? Intentaré graficarlo con un ejemplo musical: más allá de los gustos, él está más cerca de los tres tonos y las melodías simples de León Gieco que de los mil acordes disonantes de Spinetta. ¿Se entiende? Basile es de los que creen que en el fútbol está todo inventado. Que el técnico elige, plantea o motiva, pero los que deciden son los jugadores. Eso sí: cada uno deberá cumplir con la parábola bíblica de los dones y entregar su 100% en la cancha… o será traición. Dura lex.
Alejado del tacticismo dogmático de Bielsa, el ideologismo puro de Cappa o el sofismo berreta de Caruso, siempre intentó el término medio: respetar la estética, ordenar la defensa sin perder el pudor, avanzar sin suicidarse y confiar en un invento tan argentino como el dulce de leche: el enganche. El diferente, el bohemio de café. Un sistema claro, sencillo, tan respetable como refutable si su solista se despierta en un mal día. O en un mal año, como éste de Riquelme, el enganche melancólico que, en un admirable ataque de autocrítica feroz, se acaba de definir como un “pelotudo que juega gratis”.
¿Qué opino del Coco Basile? OK, antes de decirlo y por pura honestidad intelectual debo confesarles algo, muchachos: aunque yo siempre quise ser Perfumo, sabía que Perfumo era el invencible Mariscal del Equipo de José gracias al esfuerzo de ese grandote de la voz cavernosa y su amigo el Panadero que volaban hacia el área rival para cabecear y ganar partidos heroicos. ¿Me siguen? Aclarado el punto lo diré claramente y no me importa si sigue en Boca o no, si vuelve a Racing o termina en Canal 7 comentando partidos con Marcelo Araujo: adoro a ese tipo.
Y lo hago porque un niño de 10 años no se equivoca nunca, señores. Aunque el que firma la nota tenga otros códigos, se ría de los cuernitos o prefiera técnicos más sofisticados y que hablen inglés, pero bien.