Nuestra encuesta sobre la inseguridad corrobora una presunción simple. En efecto, casi la mitad de los encuestados (47,7%) considera que resulta tan importante actuar con firmeza frente al delito como atender las causas sociales que lo originan, esto es: la pobreza, la marginalidad y la droga. En cambio, las estrategias que priorizan sólo uno de ambos factores reciben una adhesión cercana al 25%. Consecuentemente, más de la mitad de los consultados (52,4%) manifiesta que preferiría un candidato con una agenda dual frente a la inseguridad, en detrimento de uno que sólo prometa atacar el delito (14,7%) o de otro que sólo se centre en las causas sociales (24,1%).
Tal “sabiduría ciudadana” contrasta con estériles e interminables debates entre políticos que proponen un mix de medidas policiales, judiciales y legislativas tendientes a prevenir y reprimir el delito, aunque parecen soslayar la incidencia de los determinantes sociales, en contraposición con quienes aseveran que mientras no se deshaga la injusticia y la exclusión toda política de seguridad resultará inútil. Debates donde suelen invocarse y exacerbarse falsas dicotomías como mano dura o garantismo, corto o largo plazo, castigar o comprender, reprimir o educar, etc. Y, además, donde la retórica efectista y las chicanas prevalecen por sobre las ideas y los argumentos conceptuales. Si cambiamos el contexto y nos centramos en la crisis de los holdouts, se observa algo similar: un oficialismo que insiste en viejas recetas simplistas y efectistas, más parecidas al discurso de barricada que a la negociación inteligente y estratégica y más emparentadas con la política pendenciera que con el logro virtuoso del mejor bien alcanzable.
Si la política es el arte de lo posible, la inteligencia política debería ser la causa formal que guíe su accionar. Porque la complejidad de las situaciones demanda una lógica proyectual antes que un pensamiento reactivo movido por la razón simplificadora.
En “Conflictos: una mejor manera de resolverlos”, un ensayo sobre pensamiento proyectivo, Edward De Bono advertía sobre las ventajas de superar la lógica de la disputa, para avanzar así en el arte de diseñar escenarios que permitan trascender problemas cuya solución parece imposible en el marco de burbujas autoimpuestas.
El pensamiento proyectivo no consiste en juegos intelectuales para formular diagnósticos enrevesados y condenados a naufragar en complejidades incontrastables. Por el contrario, se trata tan sólo del diseño inteligente que posibilite el desarrollo pleno de las potencialidades del país. No es verso; es inteligencia aplicada. La inteligencia política debe ser entonces el arte del pensar para el hacer. Quien lo entienda cabalmente debería ser el próximo presidente.
*Consultor político, director de González y Valladares.