Definitivamente, el contexto internacional ya no es lo que era para los países de Latinoamérica. En efecto, la desaceleración del crecimiento en China y la expectativa de un aumento de las tasas de interés en EE.UU. se combinaron para generar una caída en el precio de las commodities, un aumento del precio del dólar a nivel global y una reducción de los flujos de capitales hacia la región, con impacto negativo no trivial sobre la mayoría de las economías de América Latina.
En el caso particular de China, la influencia del crecimiento de dicho país sobre la dinámica de la actividad económica de Latinoamérica ha sido durante los últimos años muy significativa. A modo de ejemplo, mientras que el coeficiente de correlación entre el crecimiento de China y América Latina resultó de sólo 31% entre 1980 y 1999, dicho coeficiente se elevó hasta casi 60% entre 2000 y 2014. Por el contrario, la relación entre el crecimiento económico de China y el de los países desarrollados que conforman el G7 se mantuvo prácticamente estable, y en torno al 20%, entre ambos períodos.
Frente a este nuevo escenario, no debería extrañarnos la marcada desaceleración en la tasa de crecimiento de Latinoamérica que se produjo durante los últimos años. Luego de crecer a un promedio anual de 4,2% entre 2004 y 2013, las economías de la región se expandieron, en promedio, sólo 1,3% durante 2014. La tendencia a la desaceleración se profundizaría durante este año, con una expansión media esperada de sólo 1,0%. De esta manera, y por primera vez en mucho tiempo, se espera que la tasa de expansión de los países de Latinoamérica resulte en el corto plazo inferior a la tasa de crecimiento promedio de los países desarrollados (1,5% anual vs. 2,4% anual, respectivamente para el período 2015/16).
La buena noticia es que, a pesar de la desaceleración económica que acabamos de describir, los fundamentals de la mayoría de los países de la región se mantienen sólidos. Ciertamente, en términos de reservas internacionales, deuda pública (en términos de stock y perfil de vencimientos) y condiciones sociales generales, la situación actual resulta claramente mucho más favorable de lo que era hace unos 10/12 años. Dicha situación representa un avance fundamental para América Latina, en la medida en que, a diferencia de lo que sucedía en el pasado, implica una red de contención que la ayuda a “protegerse” mejor de los vaivenes en los ciclos económico-financieros globales. Puesto de otra manera, la mejora de los fundamentals reduce las posibilidades de que se produzcan crisis en los países de la región, como consecuencia de cambios (transitorios o permanentes) en las variables económicas mundiales.
Sin embargo, y a pesar de ello, Latinoamérica enfrenta grandes desafíos en el corto/mediano plazo. Básicamente, porque la región necesita, no sólo por una cuestión económica, sino también política (no nos olvidemos que, en el marco de economías en vías de desarrollo, el estancamiento económico representa por lo general un caldo de cultivo para situaciones de inestabilidad política e institucional), volver a crecer a un ritmo acelerado lo más pronto posible. Y deberá intentar lograr dicho objetivo sin la “ayuda” del contexto internacional. Dicho de otra forma, la gran tarea que la mayoría de los países latinoamericanos tiene por delante es la de diseñar e implementar una estrategia de crecimiento económico que no se sustente principalmente en la dinámica de las variables internacionales. Por el contrario, dicha estrategia de crecimiento debe estar, de una vez por todas, sustentada en una mejora sistémica de los actuales niveles de productividad. Sólo una estrategia basada en mejoras continuas, generalizadas y sostenibles de productividad asegurará un sendero de crecimiento sustentable para la región en el mediano/largo plazo.
El gran problema es que, en materia de productividad, América Latina sigue siendo una región atrasada. En efecto, en términos de disponibilidad de mano de obra calificada, inversión en capital físico, nivel de infraestructura productiva, desarrollo de los mercados financieros, incentivos a la innovación y al desarrollo de habilidades tecnológicas, Latinoamérica tiene aún un largo camino por recorrer.
Si bien algunos países ya han comenzado a transitar el camino de las reformas estructurales necesarias para elevar los actuales niveles de productividad (y, por ende, de competitividad), lo cierto es que la reciente desaceleración del crecimiento económico ha dificultado (y, en algunos
casos, hasta detenido) aquel necesario proceso de reformas. Cuando la economía crece menos (o deja de crecer por completo), las sociedades en general tienden a mostrarse reticentes a encarar o continuar procesos de cambios profundos con potencial impacto positivo en el mediano/largo plazo. En momentos de incertidumbre económica, el corto plazo manda y, como consecuencia lógica de esto, el mediano/largo plazo tiende a diluirse. Evitar que esto suceda es hoy el principal desafío para América Latina.
La región necesita de manera impostergable una estrategia de crecimiento sustentada en las mejoras de los niveles de productividad. Teniendo en cuenta que el contexto internacional no va a recuperarse en el corto plazo, fracasar en la puesta en marcha de aquella estrategia podría significar el riesgo de quedar inmersos en una situación de muy bajo crecimiento económico por más tiempo del recomendable desde el punto de vista económico, político y social.
// Deloitte