(Brevemente): rescatemos la ideología de los grandes hombres de su tiempo ahora que las ideas que mueven la política tienen menos definición que visión de borracho. Tomemos a Arthur Miller (1915-2005), el dramaturgo estadounidense, marxista por compromiso y capitalista por residencia.
En la década de 1930 trabajó dos años en un depósito de autopartes. Ahí conoció el antisemitismo, el repudio al judío polaco inmigrante que leía novelas en ruso. Era el racismo de quienes “temen a la inteligencia”. Miller lo vio como el atraso intelectual que debía superar el pueblo. A poco de su primer éxito teatral en 1947 (All My Sons/ Todos mis hijos) buscó empleo en la Bolsa de Trabajo de Nueva York. Lo derivaron a Long Island para ensamblar separadores de cajones de cerveza. Fugaba de su éxito en Broadway. “No aguantaba ganar dinero sin trabajar,” diría en su autobiografía, Timebends. “Era moralmente asqueroso. Pero no aguanté el aburrimiento.” Miller quería estar con “la sal de la tierra: la hallé en la fábrica, totalmente deprimida…”. La conferencia por el activismo pacífico en el hotel Waldorf-Astoria en marzo de 1949 lo confirmó como “antiamericano” (i.e. comunista) en los anales del senador Joe McCarthy, que ahí mismo inició la redacción de sus Listas Negras, si bien el macartismo nunca pudo probarle afiliación alguna. A pesar del acoso y la amenaza política, que destruyó a varios intelectuales, nunca denunció a nadie –cosa que sí hizo Elia Kazan (1909-2003), quien dirigió Muerte de un viajante en 1949– y se llevó a la tumba los nombres de amigos que fueron sospechados. La proyección del fascismo en McCarthy era obvia para Miller, “el olor a su corrupción nunca queda purgado totalmente. Tardará una vida para que se desvanezca, apenas. El fascismo como hecho, como metáfora estructura la dinámica de la traición y la negación”. Los “nombres” de sus amigos perseguidos fueron publicados en el primer volumen de la biografía (Arthur Miller, 1915-1962) de Christopher Bigsby, estudioso de su obra. Surgen estas observaciones de la lectura y del recuerdo. A través de Harold Pinter, su amigo, conocí brevemente a Miller en Londres, y eso quizás explique en parte este rescate de un hombre de ideas.
*Ombudsman de PERFIL.