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MIRADAS ALTERNATIVAS

La incertidumbre de la fase final

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La Argentina, país de ciclos cortos, vive un clima de fase final de gobierno. Nuevo gabinete, expectativas pesimistas, rumores que se entrecruzan y a veces chocan, ansiedad por la sensación de que el Gobierno gobierna poco y de que lo que seguirá es incierto, y un cambio en el estilo de la Presidenta para comunicarse y establecer vínculos con la sociedad. Nadie sabe qué hará el Gobierno y se lo ve más aislado que antes. Las encuestas registran una moderada preocupación, y en la calle prevalece bastante racionalidad –dentro de los estándares argentinos–. Esto se parece, hasta ahora, más al final del menemismo, después de 1997, que al final del alfonsinismo, después de 1987 o al final de la Alianza en 2001.

Hay tres miradas alternativas. El Gobierno insiste en que no modificará ningún parámetro central de su política; pero la mayoría de la gente piensa que los resultados no son buenos y que, de una manera u otra, tarde o temprano deberá cambiar. Eso genera incertidumbre. Por otro lado, a diario circulan mensajes catastrofistas, de los que se sigue que sin un shock profundo no hay salida y cabe esperar una espiralización del tipo de la de 1988/9. Todavía no está sucediendo, aunque el mundo entero parece creer que sí, como quiere creer que la inestabilidad argentina puede estar desestabilizando a otros países emergentes. También hay economistas serios que piensan que todo esto puede arreglarse con fórmulas más graduales, siempre que se haga lo que debe hacerse. El clima de opinión imperante en la calle está más en sintonía con esta visión que con la alarmista o con la de no cambiar nada.

El tema comunicacional de la Presidenta puede ser maximizado o minimizado. Lo cierto es que ella ha sido hasta ahora la cara visible del Gobierno y la interlocutora de éste con la sociedad, y ha dejado de serlo. No puede ser irrelevante.

El Gobierno dio un paso no menor al sincerar el tipo de cambio. Tenía buenas razones para no hacerlo, pero éstas quedaron atrás hace ya tiempo; ahora no había más remedio. Nadie hace lo que no le gusta sin justificarlo con muchas vueltas; lo cierto es que se hizo. Lo que no ha cambiado es el enfoque que el kirchnerismo ha cultivado desde sus comienzos: la incertidumbre como un arma poderosa para mantener siempre la iniciativa. La incertidumbre puede funcionar un tiempo, pero a la larga paraliza las decisiones privadas imprescindibles para que la economía crezca, se genere más empleo, los salarios alcancen. En casi todo el mundo, en mayor o menor medida, los gobiernos intervienen un poco, regulan un poco, buscan influir un poco en el “mercado”; las cosas andan mejor en las economías donde, en última instancia, esas intervenciones se mantienen en niveles moderados y, sobre todo, previsibles. Si el Gobierno lograse dar confianza al mercado, facilitaría que muchas de las cosas que quiere que sucedan y no suceden comiencen a suceder.

Hay otras cosas que deberían hacerse y no se ve que se estén encarando. Cada uno tiene sus ideas sobre cómo podría llevarse a la Argentina a retomar una tendencia a la mejora de la economía y de la situación social; al respecto, no hay demasiado consenso en la sociedad. Pero hay algunos consensos indudables: gran parte de la sociedad, los empresarios, la dirigencia política y otros sectores sociales, piden diálogo –no sólo con el Gobierno, también entre ellos–. Gran parte de la sociedad pide previsibilidad, reglas claras y estables.

La mayor razón aducida por el Gobierno para no cambiar gradualmente sus políticas es que su prioridad es no perjudicar a los más pobres. Pero lo cierto es que los más pobres son, de lejos, los más perjudicados por la situación actual; ellos sufren en mayor medida la alta inflación, la demanda de mano de obra estancada o en retroceso, las debilidades del sistema educacional, entre tantas otras cosas. Eso no explica el estilo de alimentar la incertidumbre como forma de gobernar, esa particular visión de lo que es el poder político y cómo debe ejercérselo.
Este clima de fin de ciclo puede terminar bien o terminar mal. Está en manos del Gobierno que suceda lo uno o lo otro. Lo que siga después, como en las transiciones anteriores, no depende del Gobierno.


*Sociólogo.