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MAS ALLA DE LA TASA Y EL DOLAR

La incertidumbre y sus caras

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PRIORIDADES. El ministro Dujovne trabaja en una reforma impositiva para poner en marcha en 2018. | Cedoc Perfil
Incertidumbre es la falta de certeza. Hilando un poco más fino, se la puede definir como un estado de conocimiento limitado en el que es imposible describir con exactitud la situación actual, un resultado futuro, o más de un resultado posible.
La incertidumbre tiene más de una cara y se van turnando en el día a día de la opinión pública argentina. A veces la macroeconomía es la que se impone, otras veces son los problemas estructurales e institucionales, otras las cuestiones político-electorales, y otras, como en los días recientes, es el devenir del contexto global.

Incertidumbre macro. No creo que sea producto del sesgo profesional, pero cabe empezar por la macroeconomía. La estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para el crecimiento económico sustentable. Y no hay acuerdos sectoriales o políticas sociales que puedan compensar las consecuencias de una macro insana.

El intento de estabilización macro emprendido por la administración Macri tiene como rasgo principal la utilización de la política monetaria como instrumento central de política económica. Mientras el gasto público sigue creciendo a tasas superiores a la de la inflación y a la de los recursos tributarios (sin blanqueo), en lo que va del año la base monetaria se redujo en términos nominales, mientras la tasa de interés que paga el BCRA por sus pasivos es más alta hoy que la que había a comienzos de año. Con un déficit fiscal primario que es de los más altos de la historia reciente de la Argentina, una reducción drástica y duradera de la inflación luce demasiado pedirle a la política monetaria en soledad. La incertidumbre respecto del éxito de la política antiinflacionaria se traduce en expectativas de transitoriedad de todo el mix de política económica y, por lo tanto, se posterga un sinnúmero de decisiones de consumo e inversión del sector privado.

Incertidumbre estructural. Los problemas y desequilibrios estructurales interactúan con los de naturaleza macroeconómica, confundiéndose con ellos. Y en muchos casos se proponen instrumentos de política macroeconómica para solucionar problemas que tienen que ver con lo estructural y lo institucional y con lo que podemos denominar el ADN de los argentinos. Empezar discutiendo el modelo de país por el nivel del tipo de cambio o el nivel de la tasa de interés es empezar por el final. Hay cuestiones estructurales que hay que resolver inexorablemente si se pretende que el crecimiento deje de ser elusivo en la Argentina. Hay que decidir qué tamaño del Estado se quiere y se puede financiar y con cuáles impuestos se lo hará. Qué tan regulados (o desregulados) deben estar los mercados (sobre todo el de trabajo). Qué tan abierta o cerrada debe ser la economía. Y tal vez recién ahí podamos discutir seriamente cuál es el régimen cambiario que más le conviene al país.

Hoy la Argentina tiene un gasto público que en términos consolidados (Nación, provincias y municipios) se encuentra en niveles récord de la historia. El Estado argentino es hoy incluso más grande que el de la mayoría de los países desarrollados del mundo. Pero a diferencia de aquellos, la oferta de bienes públicos de calidad (educación, salud, seguridad, Justicia, infraestructura) es prácticamente inexistente.

La presencia del Estado es notoria (por no decir abrumadora) a través de los impuestos que recauda en todas sus jurisdicciones y a las regulaciones que establece (también a todos los niveles de gobierno) en casi la totalidad de los sectores productivos y mercados. Incluso en aquellos donde la intervención estatal resulta injustificada. Argentina es también una de las economías más cerradas del mundo. Con la paradoja de que no hay nadie que no apoye fervientemente la idea de generar un boom de exportaciones, mientras prácticamente todos se oponen, también fervientemente, a permitir más importaciones. Sin entender que para exportar más hay que importar más.

Hace falta entonces una hoja de ruta, una agenda de gobierno. Y la agenda debe ser conocida por todos, ya que sin ella se hace difícil generar consensos, construir confianza e invertir a largo plazo.

Incertidumbre político-electoral. Desde mediados de 2016 (y con renovado énfasis en los últimos días), la elección de medio término de octubre próximo se ha presentado tanto desde el oficialismo como desde la oposición, así como desde los medios de comunicación, como una elección bisagra después de la cual se podrían producir cambios trascendentales de la política económica. Asimismo, confrontar con el kirchnerismo le simplifica al oficialismo el discurso electoral. Pero genera una buena dosis de intranquilidad. No son pocos los inversores y consumidores que se preguntan qué podría suceder si el populismo kirchnerista (o de alguna otra vertiente) mostrase que sigue vivo y con chances de volver en un futuro no tan lejano. En tales circunstancias, el curso de acción de corto plazo se cae de maduro: esperar hasta las elecciones y ver qué sucede después. Como con el resto de las incertidumbres, las decisiones de consumo y de inversión sufren y se postergan hasta que aclare.

Incertidumbre global.
Dado que no está al alcance del Gobierno modificar las condiciones del contexto internacional y regional, sólo diremos respecto de esta última cara de la incertidumbre que los episodios recientes en Brasil y en Estados Unidos y sus repercusiones en los mercados muestran claramente las ventajas de tener una macroeconomía sana y sustentable que haga al país menos vulnerable a los shocks externos. La tarea de armar el rompecabezas de una Argentina normal y previsible no es una tarea sencilla. Una gran cantidad de argentinos abrigó la esperanza de que el gobierno de Mauricio Macri la encararía y que los resultados se verían rápidamente. Pero los resultados tardan en aparecer.
La macro y los problemas estructurales están dentro del alcance de lo que puede resolver el Gobierno. La política importa, y mucho, en un año electoral, pero si la incertidumbre macro y la estructural no se disipan, los resultados económicos difícilmente dejen de ser sólo mediocres. Y si los resultados económicos no mejoran de manera ostensible, la política difícilmente pueda sobreponerse a ellos.