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democracia flexible

La indiferencia

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Si por algo deslumbró la mirada de Zygmunt Bauman en su día, en los primeros ensayos dedicados al concepto de liquidez como efecto de la globalidad, es quizá porque entonces nos encontrábamos al borde de ella, tal y como sucedió cuando se declaró la crisis a través de los medios y la rutina seguía como si nada ocurriera. Obvio, para aquellos que aún podían tener un nivel de vida más o menos aceptable. Los demás ya venían sorteando obstáculos mucho antes de 2008.

A mediados de la anterior década, cuando comienzan a surgir las redes sociales y se populariza el concepto de la web 2.0, Bauman advierte que en ellas se establecen relaciones en las que la sociedad deja de ser una estructura, una “totalidad sólida”, para convertirse en una matriz de conexiones y desconexiones infinitas y aleatorias, y que esa conducta lleva a una serie de permutaciones posibles.

Es en este nuevo escenario en el que se consolida la flexibilidad en todos los ámbitos. Cuando comienza un cierto abandono de las normas y esto perfila un modelo, el líquido, que instala “la presteza para cambiar las tácticas y estilos en un santiamén, para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento, y para ir en pos de las oportunidades según la disponibilidad del momento, en vez de seguir las propias preferencias consolidadas”.

Claro, esto surge de la mera observación, del seguimiento, de las conductas en las redes, y aquello que era un zapeo de canales en los remotos 90 pasa a ser un zapeo de caras, y la plasticidad de las ideas y las expresiones se van adaptado según el temblor incidental de las emociones que provoca el entorno digital.

Ocurre que fuera de ella el espíritu es el mismo, el espíritu del tiempo, que lleva a la mutación permanente o adaptación táctica, aunque sea inconsciente, a los nuevos desafíos del campo social como factor de alteración permanente en el área laboral, yacimiento de incertidumbres permanentes.

¿Nos volvimos líquidos? No. Nos convertimos en prestidigitadores de nuestras propias herramientas para ejercerlas oportunamente y obtener resultados, aunque sea precarios, pero resultados al fin. Si el progreso se ha convertido en un juego de sillas, el único capital que no merma es el del miedo, ya sea en lo laboral, lo económico o lo político.

Los trabajos ya no duran una vida, apenas unos años en el mejor de los casos. Las relaciones corren la misma suerte. ¿Por qué entre los actores democráticos iban a ser distintas?

De un tiempo a esta parte, en España, se ha pasado de dos partidos de ámbito nacional a seis. La distribución ideológica ortodoxa ubica tres a la derecha y los tres restantes a la izquierda. Esta clasificación sufre alteraciones permanentes.  La existencia de Vox, la extrema derecha, llega, quizá, como pieza anacrónica, para boicotear las políticas contra la violencia de género o promover la criminalización del inmigrante. En Francia, la izquierda se ha diluido sin más, quedando en su lugar el movimiento insumiso de Jean-Luc Mélenchon, un espacio cercano al populismo, en las antípodas de los históricos socialistas y comunistas. La derecha republicana ha sido sustituida por el movimiento del presidente Emmanuel Macron y, frente a él, la poderosa maquinaria de la Agrupación Nacional, la formación de Marine Le Pen. En Italia no es distinto el panorama con la Liga Norte en ascenso, aunque apartada de momento del poder, el movimiento 5 Estrellas y el Partido Democrático en permanente mutación. El presidente Donald Trump y el primer ministro británico, Boris Johnson, si bien operan desde sus tradicionales estructuras partidarias, también rompen a diario las costuras de sus propios sistemas.

Vivimos en una democracia que parece flexible por la multiplicidad de posiciones, imposturas, deslealtades, torpezas y ausencia de compromisos, sin solución de continuidad. Una suerte de turbodemocracia. La aceleración y mutación de actores, partidos y elecciones no necesariamente la destruye pero alimenta, como afirma la filósofa Michela Marzano, una nueva forma de barbarie, la de la indiferencia.

 

*Escritor y periodista.