COLUMNISTAS
UN NEGOCIO MACABRO

La industria ''violencia en el fútbol''

1107fucks
|

El domingo pasado, antes de que comenzaran a jugar Vélez y San Lorenzo, yacía en el suelo de la calle Barragán la humanidad de Ramón Aramayo, 36 años, hincha de San Lorenzo. También antes del inicio del partido, pero ya en la cancha y con el pitazo inicial siendo inminente, rollos de papel de máquina de calcular empezaron a llover sobre Pablo Migliore, arquero de San Lorenzo. Algunos le pasaron cerca, otro le dio en la espalda. Migliore se fue de la zona del arco que debía defender y se le paró al lado al árbitro Sergio Pezzotta.

Migliore intentó una y otra vez ir a ocupar el arco que le correspondía. Entre serpentinas y rollos sin desplegarse que caían como un granizo gigante, pudo empezar el partido. Recibió otro golpe de un rollo cuando estaba haciendo la barrera en un tiro libre para Vélez. Del otro lado, mientras tanto, un grupo de hinchas de San Lorenzo repetía la escena tremenda, desgarradora, violenta del 15 de marzo de 2008, cuando los de Vélez hicieron lo mismo para avisar de la muerte de Emanuel Alvarez, de 21 años. El único periodista que se dio cuenta al instante de que algo pasaba fue Gustavo López, que estaba comentando el partido por Radio del Plata. “Ellos (los hinchas de San Lorenzo) saben algo que nosotros no sabemos, están intentando decirnos algo.” Los hinchas, finalmente, rompieron el alambre detrás del arco de Barovero. La policía corrió hasta el lugar. Cuando llegó Pezzotta, decidió suspender el partido, tras algunas cavilaciones.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Al final, tenía razón Gustavo López: los hinchas de San Lorenzo, rompiendo el alambre y obligando a suspender el partido, nos estaban queriendo decir algo. Nos dijeron que otro hincha había muerto intentando ver un partido del fútbol argentino. Nos dijeron que, una vez más, un partido entre Vélez y San Lorenzo se había cargado otra víctima.

Sería muy fácil hablar aquí de las barras, de los vínculos con dirigentes, jugadores y entrenadores de fútbol y con dirigentes políticos, de que muchos individuos podrían tranquilamente poner “hinchas” en donde nos piden la profesión u oficio en el papelito que nos dan en los aviones al llegar a algún aeropuerto, que “la sociedad está enferma y el fútbol no es una isla” –como se repite erróneamente una y otra vez–, que esto, que aquello.

Aquí el hincha se murió en un cacheo. Se supone que el cacheo lo hace la policía y lo hace para que todos, incluido el pobre Ramón Aramayo, estemos más seguros. La autopsia reveló que Aramayo tuvo un “edema pulmonar” y un “edema cerebral”. Según dicen los entendidos, no necesariamente estas dos afecciones se produjeron por golpes. La esposa de Aramayo, Mabel Flores, acuso directamente a la policía de haber molido a golpes a su marido. La autopsia favorece a los policías porque no demuestra tajantemente que una paliza haya matado a Aramayo, pero la ministra de Seguridad, Nilda Garré, ya dispuso investigar a cuatro de los policías que realizaron el control.

Saliendo de este hecho puntual, y conociendo todos los otros problemas y negociados que se hacen alrededor del fútbol y sus barras, la policía es, hace ya mucho tiempo, un problema en sí mismo. En primer lugar, porque realiza operativos de seguridad caros e ineficientes. Los operativos se pagan por adelantado y si a la cancha van menos efectivos de los que fueron pagados, la plata no se devuelve. Cuando no están de acuerdo con algo –cambios en la cúpula de la fuerza, órdenes dadas por un civil, alguna plata que no llegó– se corren a un costado y permiten todo tipo de cosas; “liberan la zona”, se dice en el argot. La cancha de Vélez está bajo jurisdicción de la Comisaría 44. Vale recordar que en este mismo estadio, hace poco más de un año (15 de diciembre de 2009), un chico de 17 años llamado Rubén Carballo fue encontrado muerto, con tremendos golpes en la cabeza, durante un recital de Viejas Locas. Al igual que la mujer de Aramayo, los padres del chico Carballo acusaron a los efectivos de la Comisaría 44 de haber golpeado al pibe hasta causarle la muerte.

No siempre voy a la cancha a trabajar. Todas las veces me impresiona la brutalidad y la tosquedad en el trato de la policía para con todos los asistentes. Los cacheos son violentos, los desvíos a cualquiera que llegue con el auto y se encuentre con una valla son violentos, jamás hay una palabra educada, nunca hay una ayuda para alguien que se pierde o que tiene algún inconveniente, siempre el trato es hostil, furioso, duro, como si todos fuéramos cadetes de primer año de la Escuela Juan Vucetich. Pasa con la Federal y con la de la Provincia. Los organismos de seguridad creados para trabajar en los estadios toman decisiones equivocadas siempre.

Redujeron la capacidad de los visitantes en Primera División y sólo se logró hacinar a tres mil o cuatro mil hinchas en un sector pequeño de una tribuna. Los mayores desaguisados en este sentido se producen en las tribunas visitantes de las canchas de Vélez, Banfield, Huracán e Independiente. La gente de la visita la pasa muy mal en un rincón y queda un amplio sector de tribuna vacío o bien, como pasa en Vélez o San Lorenzo, se hace platea y vale una fortuna.

Prohibieron la entrada a los hinchas visitantes en el ascenso, pero los barras siguen entrando. Quedan afuera el padre y el pibe que van a ver al equipo de su corazón. “Se redujeron los incidentes en el ascenso”, dicen. Es un disparate. Es como si para prevenir accidentes de tránsito prohibiéramos la circulación de automóviles. Dejar sin hinchas visitantes a un partido de Primera D, por ejemplo, donde la cantidad de público va de 300 a 500, es ridículo. Lo único que logra es fundir a los clubes. Por suerte para los cuadros de la D, la AFA resolvió pagar los operativos.

Se impone la policía de elite, que conozca el fenómeno, que esté bien paga y que tenga una educación que permita que la gente regrese a los estadios. Da pena ver esos enormes pulmones en las tribunas, es horrible ver un clásico como el de La Plata sin hinchas visitantes.

El Estado puede y debe pagarla. Las policías Federal y Provincial han hecho una industria de lo que los medios llamamos “violencia en el fútbol” y ya debe terminar, porque no sólo no dan seguridad, sino que uno termina teniéndole miedo a la policía en un estadio.

Llegó la hora de actuar en serio. Actuar es cambiar. El fútbol profesional argentino se hizo grande y se hizo pasión con generaciones y generaciones llenando estadios. Van cada vez menos.

No sea cosa que un día no vaya nadie más y sea demasiado tarde.