Una de las cuestiones que, como consecuencia de la crisis, Europa vuelve a discutir es la importancia de la industria. En octubre del año pasado, la Comisión Europea emitió un documento, “Una más fuerte industria europea para el crecimiento y la reconversión económica”, que afirma la necesidad de revertir la tendencia declinante de la participación de la industria en el PBI europeo, comenzada a mediados de los 90. Plantea como objetivo que ésta alcance el 20% del PBI en 2020, desde menos del 15% actual, porque la industria continúa siendo un motor de la investigación, la innovación, la productividad, la creación de empleo y las exportaciones.
Haciendo uso del trabajo de Bértola y Ocampo, “Desarrollo, vaivenes y desigualdades. Una historia económica de América latina desde la Independencia”, presentaré algunos datos que muestran la alta correlación entre participación industrial, crecimiento de la productividad y renta per cápita.
El período en el que coincide –en prácticamente todos los países de América latina– el mayor crecimiento de la productividad, del PBI per cápita y del PBI es el que registra el proceso de creciente participación del sector manufacturero industrial.
Treinta años. Se trata de los años de la etapa de industrialización (1950-1980), los “treinta gloriosos”, en palabras de Hirschman, en los que:
1. El comportamiento de la productividad total de los factores y la del trabajo se ubicó por encima de la media mundial y logró evitar una ampliación de la brecha con respecto a Occidente, a pesar de las espectaculares tasas de crecimiento registradas por esas economías en ese período.
2. El PBI per cápita creció durante el período a una tasa media del 2,7%, una tasa insólita para un período de esa duración.
3. La tasa media anual de crecimiento del PBI fue del 5,5% frente al 3,4% anual registrado entre 1990 y 2008.
4. La participación de la industria manufacturera en el PBI crece de manera continuada desde el 20% en 1950 y alcanza su cenit en 1974 con el 27 %
5. La caída de la productividad después de 1980 coincide con la pérdida de la base industrial, durante el período que los autores denominan de “reorientación hacia el mercado”, y que mejor podría denominarse de “abandono del lado real de la economía”.
En los años 80, América latina se encontró con fuertes desequilibrios externos provocados por la limitada capacidad tecnológica de las empresas para insertarse en los mercados internacionales, dada la insuficiencia de los sistemas públicos de innovación.
Las empresas se habían apropiado de tecnología a través de la importación de máquinas y herramientas para el proceso productivo, el desarrollo de innovaciones secundarias por la adaptación local y la reparación de las máquinas y, en algunos casos, de proveedores de partes de las empresas extranjeras instaladas.
Desarrollo. Sin embargo, según Ocampo y Bértola, “el desarrollo económico supone un proceso de cambio estructural, y la insuficiencia de dicho cambio genera permanentes tendencias al déficit de la balanza comercial y a un proceso de crecimiento surcado por expansión y ajuste y por la tendencia a adaptar la tasa de crecimiento a lo que muestra la relación entre las propensiones a exportar e importar”.
Por tanto, no cabe duda de que una reorientación de las economías para corregir los desequilibrios era necesaria. Pero, si los problemas se originaron por la insuficiente capacidad de generar innovaciones que provoca un sector externo deficitario, la respuesta no podía ser la simple apertura económica y la casi destrucción del Estado.
La nueva política se empeñó en minimizar el papel del Estado sin tener claro que, a la vez que había que eliminar los abusos intervencionistas de algunos gobiernos y racionalizar el Estado empresarial, era necesario establecer un sector público fuerte y capacitado, capaz de corregir los fallos de mercado y vigilar la transformación racional del viejo modelo productivo hacia uno más orientado a los mercados.
Idas y vueltas. El conocido péndulo latinoamericano que tanto mal le hizo a la región, en esta oportunidad, hizo desaparecer las políticas activas (industriales, agropecuarias, tecnológicas) que hubieran posibilitado la maduración del aparato productivo y no su desaparición.
Sin salvavidas. Los principales impactos sobre el sector productivo de la apertura súbita del comercio, la sobrevaloración de nuestras monedas y la pérdida de poder del sector público, entre 1980 y principios de siglo, fueron:
1. Las empresas se vieron forzadas a hacer reconversiones defensivas, que no generaron ni una mejora de la inversión ni tecnológica.
2. La productividad se incrementó en las grandes empresas, ubicándose muchas en la frontera tecnológica, al tiempo que creció la informalidad en las pymes de muy baja productividad. Lo que significó salarios altos para unos y muy bajos para otros, y por tanto un empeoramiento de la distribución de la renta.
3. Un desapego de la sociedad hacia la empresa, lo que a su vez genera tensiones y rechazo social, que agravan y frenan el proceso de inversión capaz de recuperar el crecimiento.
En foco. La conclusión a extraer del proceso de avances y retrocesos desde los años 30 en América latina, válida para Europa, la podemos sintetizar en tres puntos:
◆ Más mercado y mejor Estado, al decir de Enrique Iglesias, es la fórmula que resume la necesidad de no caer en un Estado que ahogue al sector privado ni en un mercado libre sin la necesaria orientación estratégica estatal.
◆ Los sectores productivos, y en particular las industrias intensivas en tecnología, son relevantes para un proceso de desarrollo sostenido con inclusión social y equilibrio regional, que permita ir cerrando la brecha respecto de las economías desarrolladas, porque generan conocimientos, externalidades y competitividad auténtica, a partir de bases tecnológicas, y no sólo de la dotación de factores.
◆ Es esencial la diversificación productiva, relevante en el proceso de desarrollo, porque:
1. Disminuye los riesgos de volatilidad de la economía en su conjunto, asociados a la concentración sectorial, por los vaivenes del mercado internacional.
2. Otorga mayor flexibilidad productiva, ya que la posibilidad de aprovechar ciertos cambios tecnológicos estructurales tiene relación directa con la preexistencia de determinados sectores y las capacidades acumuladas.
3. Potencia las externalidades de conocimiento al interactuar un número mayor de actores que participan en redes de aprendizaje.
4. Genera empleos de calidad en cantidad, que la economía necesita para asegurar el bienestar a la población.
Sin dudas, Europa puede fortalecer sus convicciones sobre la necesidad de reindustrializarse mirando la historia de América latina, que se sigue escribiendo.
Y esa mirada debería servir, también, a los dirigentes de nuestra región para no reiterar errores del pasado.