El título del artículo es una traducción libre de una célebre frase del economista brasileño Mario Henrique Simonsen, fallecido en 1997, que muestra de modo crudo el impacto diferente de dos tipos de desequilibrios, el que se expresa en subas generalizadas de precios y el que refiere a una crisis del sector externo.
La Argentina está dañada por la inflación, sin embargo, no enfrenta una típica situación en la que los dólares pasan a ser el recurso más escaso, cuando las salidas de divisas se financian con caída de reservas y pérdida de depósitos del sistema financiero.
Sin embargo, la inflación y el sector externo no son compartimentos estancos. Por un lado, al erosionarse la competitividad, en el futuro puede frenarse la trayectoria de las exportaciones; por el otro, el dólar puede resultarles cada vez “menos caro” a los ahorristas, en la medida en que los precios superen la evolución del tipo de cambio.
Al mismo tiempo, si se intenta hacer “durar” a las reservas del Banco Central con restricciones para operar en el mercado de cambios, existe el riesgo de un efecto opuesto al buscado, al abrirse paso la desconfianza. En un escenario de estas características, hay que apostar a que las malas noticias de Europa se limiten al rango actual, porque un empeoramiento nos encontraría vulnerables.
Luego de un primer trimestre con una inflación en el peligroso andarivel del 3% mensual en la primera parte de 2010, ahora el péndulo se ha movido y temporalmente podría ir a un sendero más moderado, de entre el 1 y el 1,5% mensual.
Leña al fuego. Hay factores monetarios y fiscales empujando en esta dirección. Por un lado, la fuga de capitales, que recobró ritmo a razón de entre US$ 500 y US$ 1.000 millones al mes, es un mecanismo privado de esterilización de pesos. Al ser alimentada por el superávit comercial, no es desestabilizante, aunque un superávit menor y/o una fuga mayor nos llevarían a un escenario distinto y más crítico. Por otro lado, el sector fiscal, que venía siendo fuertemente expansivo, será contractivo por algún tiempo, ya que la mejora de recaudación permitirá recuperar el superávit primario, en un nivel equivalente a cuatro puntos del PIB desde mayo en adelante, hasta que el gasto vuelva a expandirse a un ritmo mayor que el de los ingresos.
La momentánea desaceleración de la inflación probablemente ayude a ratificar el uso del cambio como ancla, política ya analizada en estas columnas (ver artículo del 6 de marzo: “Demasiados objetivos para pocos instrumentos”).
Con China que posterga revaluar el yuan y europa hambrienta por expandir sus exportaciones, el gran dinamismo de Brasil y el real sobrevaluado le permiten a la manufactura local seguir aumentando exportaciones. Pero esta trayectoria no es para siempre: el costo laboral unitario en dólares de la industria fue, en el primer trimestre de 2010, sólo 2% inferior al nivel del primer trimestre de 2001, antes de la devaluación. El margen se evaporó, y esto lo confirma la evidencia de los últimos dos años (primer trimestre de 2010 contra igual período de 2008), cuando el empleo industrial cayó 3% como respuesta a una suba salarial en dólares de 26%.
Hay en cuenta que en el sector externo sólo los precios hacen la diferencia. El superávit de cuenta corriente del balance de pagos en 2009 fue de 4,3 puntos del PIB pero, con los precios internacionales de 2001, la Argentina habría tenido un déficit de 0,7% del PIB.
Aunque los precios de la soja en el mercado internacional estén estables, hay elementos de riesgo que no pueden ignorarse. Por ejemplo, un eventual agravamiento de la crisis de la eurozona o el avance de “La Niña”, que reduce las lluvias en la pampa.
Por el lado interno, tampoco será una solución aplicar restricciones para las operaciones con divisas y las importaciones. La experiencia argentina, documentada por los escritos de Carlos Díaz Alejandro, muestra que así se terminan desalentando las exportaciones y, si esto se combina con una de fuga de capitales intensa, el riesgo de la crisis externa reaparece.
La solución no pasa por defender en la Aduana un umbral de superávit comercial, sino en aumentar de un modo drástico la significación del sector que produce bienes exportables en el conjunto de la economía.
Contrariamente a lo que podría indicar el sentido común, los años de tipo de cambio alto no provocaron un cambio estructural de la economía argentina. Si se suma la participación en el PIB de Agricultura y Ganadería, Pesca, Minería –incluye petróleo– y sector manufacturero, se tiene que éstos representan el 21,4% del PIB (a precios constantes), cuando en 1996 y 97 se ubicaban tres puntos porcentuales por encima de ese nivel.
Probablemente, la pérdida de participación en el PIB de estos sectores se explica por la falsa contradicción planteada entre mercado interno y externo. Así, con retenciones y restricciones se intentó desligar los precios internos de los externos, pero esto desalentó la inversión y la producción en sectores como el agropecuario y energético.
Paradójicamente, las naftas y la carne han reducido en el último tiempo la diferencia de precio con el mercado mundial, pero esto ocurre con escasez de oferta. Es decir, pagamos esos costos pero sin los beneficios de haber incentivado la inversión para que aumentara la producción. En el caso de la industria, quizás los rezagos en infraestructura y logística, la falta del horizonte que podría haber dado un fondo anticíclico y el escaso financiamiento de largo plazo fueron determinantes.
¿Cómo expandir los sectores que producen bienes exportables? Para la Argentina podría practicarse un esquema de crecimiento a la Hirschman, economista que, en un libro que ya cumplió cincuenta años, detectó que la escasez de recursos no era el problema de muchos países subdesarrollados sino la dificultad para “poner en acción y encauzar recursos y capacidades que están ocultos, dispersos o mal utilizados”.
Exportar. La Argentina cuenta con decenas de clusters productivos muy competitivos. Algunos con eje en la industria, otros en el aprovechamiento de recursos naturales (desde agro a la minería) y también hay fuertes núcleos basados en servicios (desde el cine a la biotecnología). Podría garantizarse crecimiento dinámico por varios años consecutivos si se proveyera a esos clusters del contexto macroeconómico adecuado y si se quitaran trabas y presión tributaria, apoyando desde todos los ángulos (infraestructura, tecnología, capacitación, etc) el florecimiento de encadenamientos productivos a partir de los existentes (hacia atrás y hacia delante) que agreguen valor al proceso.
En un contexto de economía abierta, para no repetir errores del pasado, las economías de escala, las externalidades positivas que podrían lograrse, el “aprender haciendo” de trabajadores y empresarios, podrían agregar varios puntos anuales al mediocre crecimiento promedio de los últimos cincuenta años. Sobran ejemplos de “eslabones” que pueden agregarse rápidamente a la cadena.
Hay miles de millones de dólares de nueva producción latente: a) el sector forestal podría agregar US$ 2.500 millones si dispusiera de nuevas plantas celulósicas, que les den valor a los desechos del bosque; b) el sector automotor podría adicionar US$ 5 mil millones con sólo nivelar 1 a 1 la relación entre exportaciones e importaciones; c) el campo podría aportar US$ 6.500 millones más en granos y US$ 4.200 millones más en carnes si reprodujera la trayectoria de Brasil de los últimos diez años.
Lograr masa crítica en esos clusters es clave a su vez para retener profesionales que investigan y desarrollan nuevas tecnologías, y para que la fase de comercialización interna y externa de esos bienes y servicios pueda también ser exitosa. Pero para ingresar a este mundo “hirschmaniano” necesitamos sacarnos un buen número de anteojeras.