La reunión que organizó la Universidad Torcuato Di Tella el lunes 23 en torno al balance de la década kirchnerista fue pródiga en definiciones y congregó a numeroso público. Interesaban el tema, el ámbito y los oradores.
Tuvo como protagonistas a intelectuales de dos bandos que no terminan de entenderse, los críticos de las prácticas oficiales y los pensadores ligados al Gobierno. También sirvió para indagar en la mentalidad de algunos conductores del grupo Carta Abierta con todas sus visiones justificadoras.
El politólogo Vicente Palermo, para quien el saldo de la última década es “negativo y amargo”, advirtió que los responsables del actual proceso vienen enfrentándose con los pilares de la Constitución Nacional de 1853, ratificados en la reforma de 1994, porque se aferran a una concepción del “poder ilimitado”. Palermo precisó que los K consideran el poder público como un poder privado, un coto cerrado donde la corrupción es una de sus facetas y está bien enriquecerse para hacer política. En esa dirección han manejado la letra legal a su antojo y con criterio adverso a toda observación o crítica.
Eduardo Jozami, director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti y activo integrante de Carta Abierta, le contestó a Palermo que el “poder ilimitado” (supremo, sin fronteras) se justifica cuando un gobierno se propone una “profunda transformación”. La política sirve para cambiar la realidad, y eso es lo que hizo el matrimonio Kirchner. En 2001/2002, recordó, se vivía sin horizontes y en una crisis de representación. Dos años después, la nueva administración habría relegitimado la política, usada como “herramienta de los cambios”. Para Jozami es superficial criticar la “crispación” que vive la sociedad argentina. Es bienvenida “la radicalización del debate político”. En apretada síntesis, cree que estos últimos diez años fueron pródigos, en cierta medida “revolucionarios”, erigidos como respuesta al “individualismo salvaje del neoliberalismo”.
Los argumentos de Jozami no son nuevos, pero siguen siendo tan provocadores como cuando fueron explicados la primera vez. Son la esencia de todo “populismo autoritario”, que cree que hay un interés del “ pueblo” y que un gobierno, en este caso un matrimonio de políticos, lo representa. En las acciones arbitrarias del “líder” o de “la líder” está la única verdad, y toda la realidad está subordinada a su voluntad, personal, única y excluyente. Con un agregado: si el o la líder transforma, su gestión debería ser “eterna”, porque, como enunció Diana Conti, “la alternancia es boba”. No es arbitrario en este mundo y en estos días asimilar el “populismo autoritario”, ese que maneja la letra legal a su antojo, ese que es comprendido y bendecido por algunos, a una ideología decididamente violenta y fascista.
En nada se diferencian las reflexiones de Jozami a las de un viejo amigo, que ya dejó de serlo, universitario de amplia formación, quien no hace muchos años me aseguró, parapetado en el respeto que le merecían ciertas apreciaciones presidenciales, que “el Parlamento no sirve para nada, sobra, está demás en la marcha de un gobierno eficiente”. En esta misma dirección se inscribe el reiterado desacato a los dictámenes del Poder Judicial, siempre y cuando no favorecieran al Gobierno, porque eran “de imposible cumplimiento”. O los virulentos cuestionamientos al periodismo independiente, ataques con amenazas personales de todo tipo y cepo publicitario a los medios de comunicación no condescendientes, que transparentan otra faceta clásica de los pensamientos totalitarios. O la aceptación de que no hay problema con las “corrupciones buenas” mientras los gobernantes solucionen hipotéticos problemas sociales. O la insistencia en defender estadísticas oficiales irreales que producen daños mayores en todos los ámbitos.
*Periodista, especialista en economía.