Es una idea provocativa que hoy está tomando fuerza: Internet nos hace volver a una cultura propia de la oralidad. Antes de la imprenta, el conocimiento se transmitía oralmente. Quizás los mejores ejemplos de ese tipo de construcción sean La ilíada y La odisea. Homero era un “cantor”: tomaba versos de otros y los mezclaba y reelaboraba. Los “cantores” eran los depositarios del conocimiento colectivo. No existía el concepto de “autor”.
¿Qué tendrá que ver esto con el periodismo? Les pido un poco de paciencia: tengo la esperanza de recompensarlos.
Con la invención de la imprenta comenzó a construirse la presunción de que la verdad estaba en los libros. Eran sólidos, hermosos, ordenados. “Uno podía confiar en la palabra, impresa en lindas, prolijas columnas”, dice Thomas Pettit, profesor de la Universidad de Dinamarca del Sur; ayudaban a ordenar nuestra visión del mundo en categorías. Los libros eran lo más creíble y, en categorías menores, los libros de bolsillo, los diarios y los rumores (originados en palabras, claro).
La idea provocativa que hoy intento describir –Pettit es su teórico más radical– se llama “El paréntesis Gutemberg”. La era de la palabra impresa estaría terminando. Internet, las redes sociales, están construyendo una cultura mediática definida por lo efímero, la referencia de amigos, el chisme, y por la información y el conocimiento que fluye y no se contiene en el formato rígido y estable de la imprenta.
Es una “segunda oralidad” (por eso la cultura de lo impreso sería un “paréntesis”). Algunas de sus operaciones (sampling y remixing) consisten en tomar parte del contenido de una obra (frases textuales, musicales, etc.) y reusarla dentro de otra obra, sacándola del contexto original. Es una cultura hecha, como en la época de Homero, de copia y recreación. ¿Copia? Sí: copia. Hoy se llamaría “plagio”; para Homero no existía tal cosa. Tampoco para Shakespeare, otro genial “remixador” (uno de los últimos): la mayoría de sus obras son reelaboraciones de otros textos.
Una acotación: los derechos de autor irán muriendo en muchas zonas de la nueva cultura. Célebres bandas de rock toleran la piratería: esa difusión no autorizada hace a sus giras negocios multimillonarios, mucho más que el disco. Música y letras (palabras) no mediadas.
Retomamos a Pettit: “Se quiebran categorías. La letra impresa no es más garantía de veracidad. Lo oral ya no debilita a la verdad (...) El periodismo deberá distinguirse en un mundo de formas de comunicación superpuestas. La gente no supondrá que si algo está en el diario es verdad”. En esto, el señor Pettit llega tarde... Mucha gente ya lee los diarios con espíritu incrédulo, acá (más aún por la disputa con los Kirchner) y en el mundo desarrollado. En este aspecto, nosotros ya estamos fuera del “Paréntesis Gutenberg”.
La teoría es muy estimulante. Su radicalidad ayuda a pensar nuestra era desde su núcleo: el conocimiento, los medios, la información. La palabra impresa no desaparecerá pero seguirá devaluándose. Formará parte de nuevos lenguajes: no reinará y/o tendrá que compartir el trono.
La Iglesia temía a la imprenta: con la difusión masiva de la cultura perdía el monopolio de la verdad. Esta “segunda oralidad” acelerará el fin de otro monopolio de la verdad: el de los medios y periodistas tradicionales, golpeados por las nuevas tecnologías y por la cultura que las crea.
Esa cultura se cuece en las redes sociales. Cada vez más gente consume información guiada por recomendaciones de sus amigos, en vez de ir directamente a los grandes medios. Sobrevivirán los que sepan construir una nueva credibilidad y un nuevo liderazgo. La palabra impresa y las grandes marcas periodísticas no impresionan a los nativos digitales. Cada vez más la credibilidad y el liderazgo se ganarán en un trabajo conjunto y en red con los usuarios y no desde un podio, en un aula magna, frente a una audiencia muda y decreciente.
*Periodista. www.robertoguareschi.com